Sí, de cierta forma ya lo peor pasó. O al menos eso quiero creer. Las últimas intervenciones del doctor Francisco Durán García lo han confirmado, y las estadísticas se muestran benevolentes en nuestro país gracias a la abnegación, valentía y al compromiso de nuestro personal de la Salud.
Como dijera la canción de Arnaldo y su Talismán: “Parece que el ciclón ya se fue (…) parece que la vida cambió, y yo cambié con ella”.
Pero no nos confiemos. Digo esto pues a pesar de que la tasa epidémica comienza a descender por día y que nos encontramos por debajo de la llamada curva óptima, debemos recordar que el “monstruo” sigue ahí y que los meses venideros no serán color de rosa.
Quizás varias sean las preguntas que agolpen ipso facto las mentes de quienes leen ahora estas líneas: Sí, el nasobuco al parecer llegó para quedarse. Sí, se deben seguir cumpliendo las medidas higiénico-sanitarias dictadas por nuestro Ministerio de Salud Pública; y sí, en la medida de lo posible el distanciamiento social también será necesario el resto del año.
Como aseguró en su momento la Organización Mundial de la Salud (OMS), esta es la nueva normalidad y por consiguiente trae aparejada consigo cambios sustanciales en nuestras formas de vida.
De acuerdo con expertos internacionales y del propio suelo nacional, no hay un modelo matemático que determine cuándo este nuevo coronavirus frenará su expansión. Incluso, hay universidades que consideran que el virus podría no desparecer nunca.
Y es ahí hacia donde nos dirigimos, precisamente a la etapa de endemia.
Lo anterior no es más que un término utilizado para hacer referencia a un proceso patológico que se mantiene de forma estacionaria en una población o espacio determinado durante periodos de tiempo prolongados;
o lo que es lo mismo y en palabras más sencillas: una nueva etapa en la que debemos aprender a convivir con la enfermedad.
Recordemos: si tenemos en cuenta que el pico de la enfermedad en nuestro país fue alrededor del pasado 24 de abril, es posible que – también de acuerdo a los modelos estadísticos y matemáticos – exista un rebrote de la enfermedad para mediados de noviembre. Por supuesto, nunca tan agresivo como en los inicios.
La nueva normalidad será entonces que de forma cotidiana escuchemos entre 10 o 20 nuevos casos; por lo que debemos estar preparados psicológicamente para entender que todos podemos estar expuestos o enfermos durante un tiempo prolongado.
De cumplirse los pronósticos, los expertos puntualizan que puede existir alrededor de un 70 por ciento de los cubanos susceptibles al coronavirus, y otro 0,4 portando la enfermedad.
En su momento comenzará la desescalada de las actividades que hasta ahora hemos evitado con la reapertura de escuelas, centros comerciales, aeropuertos, el transporte y los trabajos presenciales que así lo requieran. Es inevitable.
Por ende, ante este nuevo escenario que nos sobreviene, debemos ser conscientes de las premisas que hemos enarbolado hasta la fecha: respeto, disciplina, cuidado, control, percepción de riesgo y sobre todo solidaridad.
Pero por encima de todas las cosas debemos tener la capacidad para entender que la vida cambia, que las perspectivas son movibles y que el tiempo todo lo sana.
Como dijera el “mulato acelera’o”:
“Por más oscuro que sea el camino,
Siempre hay una salida,
Nunca pienses en parar,
el juego aquí no se termina”.