Aunque su nombre está muy relacionado con las tradiciones navideñas, el nacimiento y la vida, Belén Del Llano Ricardo convive cada día de su existencia con la muerte.
Tal paradoja resulta tan natural para ella que, a sus 62 años, le cuesta estar alejada de lo que considera como su casa.
Durante 15 años ha llevado las riendas del Cementerio Metropolitano de Pinar del Río, y si piensa que es fundamental mantenerlo en las mejores condiciones posibles, también lo es conseguir que, a pesar del dolor, quien acuda al lugar se vaya, al menos, con una sonrisa de agradecimiento.
Es difícil conversar con Belén. Todo el que entra saluda como si la conociera de siempre. Ella, mágicamente, reconoce a cada uno y el espacio donde descansa el ser querido que vienen a visitar.
“Es que soy muy conversadora, pero este trabajo requiere de mucha sensibilidad, de empatía. El tiempo aquí me ha enseñado a relacionarme con los familiares de tal manera, que trato de que salgan con otra forma de ver la situación que enfrentan.
“Igual pasa cuando hay que hacer una exhumación. Intento estar al tanto de ese proceso que es también muy difícil para la familia. Siempre me ves de un lado a otro aquí adentro. La verdad, no puedo estar en mi casa y saber que esto está solo”.
Nos sentamos en un banco cerca de la calle principal del camposanto. A pesar del silencio, se hace difícil mantener el diálogo sin que alguien interrumpa para hacer algún trámite o, simplemente, para saludarla.
Me comenta que no es su mejor día y que está un poco susceptible. Lo corroboran sus lágrimas cuando la inquiero por alguna experiencia que la haya marcado durante sus años de trabajo allí:
“La Covid-19. Fueron tiempos muy duros. Nos quedamos solos, sin nadie que nos apoyara. A veces eran las dos o las tres de la mañana y estábamos haciendo inhumaciones. Los familiares llegaban a la puerta y dejaban la caja afuera del cementerio. Los sepultureros y yo teníamos que entrar a los fallecidos, muchas veces echarnos los ataúdes a cuestas. Nadie quería entrar.
“Aquí me contagié, estuve más muerta que viva, pero nunca me alejé. De alguna manera trataba de guiar a mis trabajadores, porque nadie vino a darnos una mano. Fue triste para nosotros”.
Realmente es un trabajo que nadie quiere hacer, ¿no?
“La mayoría de las personas no valoran a quienes trabajan aquí. Hay familiares que sí; hay dolientes que se dan cuenta de eso cuando se les presenta una situación, cuando pierden a alguien cercano y quieren recibir la mejor atención. Pero el que está afuera, que no sabe cómo se trabaja, cómo se vive aquí, no imagina lo importante de una labor como esta.
“Una vez escuché a Esteban Lazo hablando con un campesino y cómo insistía en saber sobre su trabajo, no de boca de los jefes, y eso me conmovió mucho. Aquí hay que venir, los problemas no se resuelven por teléfono ni detrás de un buró”.
Belén es quien se ocupa de llevar a sus trabajadores al médico cuando están enfermos, quien les “lucha”, como ellos mismos dicen, zapatos, camisas, pantalones… con amistades y personas que se ofrecen a donar.
“Sé que estamos viviendo momentos malos, que no hay nada, pero un pantalón, un machete… esas cosas son imprescindibles para mis trabajadores.
“Esto no es lo mismo que barrer una calle. Meterse en una bóveda con agua, sin botas, sin nada, eso no se paga. Nadie viene a hacer eso aquí. Lo otro son los salarios, que son muy bajos. Tengo una plantilla de 21, y me he quedado con 14”.
Desde las siete de la mañana ya Belén está en el cementerio, no tiene ni sábados ni domingos. Hay días en que termina a las 10 de la noche.
“No me quiero jubilar, pero va a llegar el momento en que tenga que hacerlo. Los tiempos de ahora no son como los de antes. Ya no soy la luchadora que era. Siento que me falta apoyo, y sola no puedo ‘halar’ esto.
“Vivo y muero detrás de los familiares. El cementerio está en estas condiciones porque me ves detrás de la gente para que vengan a pintar las bóvedas, a ocuparse de este lugarcito que es la morada final, adonde llegamos todos.
“Sé que nadie está preparado para estar aquí, pero la vida es muy corta. Por eso creo importante que las personas no abandonen sus bóvedas ni las dejen sin atender por tanto tiempo, porque cuando ocurre un fallecimiento, no siempre están en las mejores condiciones, y es difícil”.
Belén recuerda cuando pasó nueve días en coronaria a causa de un infarto, hace alrededor de un año. El tiempo que estuvo convaleciente en la casa no dejó de llevar los papeles ni de estar al tanto del quehacer del cementerio. Sin embargo, a su regreso sintió que se había descuidado el lugar.
“Cuando llegué y vi las condiciones en que estaba esto dije ‘este no es mi cementerio’. Me reuní con mis trabajadores y les rogué que lo dejaran como siempre. En una semana volvió a estar limpio, chapeado, como debe ser. Aquí nunca verás una caja tirada en las calles”.
Y no solo vela por la limpieza y el cuidado de las áreas, sino que recibe a cada uno de los entierros en la entrada y nunca faltan las palabras de acompañamiento.
“Siempre los recibo. He tenido que despedir duelos, incluso de desconocidos, porque a veces la familia no puede y me piden ayuda. Eso también lo he aprendido y ya forma parte de mi personalidad”.
POR PARTIDA DOBLE
Muchos no le dicen Belén. “Jimagua, ¿cómo te sientes hoy?”, la saludan algunos que la conocen de cuando trabajaba en Recursos Humanos en el Centro de Carga o en la UJC Provincial.
“Tengo una hermana gemela, se llama Marlen y trabaja en la funeraria Monteserín como coordinadora. De hecho, ella lleva más tiempo que yo en el mundo de los servicios funerarios. Fue gracias a ella que supe, hace 15 años, que había una plaza de oficinista en el cementerio”.
Belén y Marlen son idénticas: “A veces ha sucedido que ella está trabajando en la funeraria y sale un entierro de allá, cuando llegan los familiares al cementerio y me ven, oyes cuando dicen ‘¿en qué tiempo ella se cambió y llegó hasta aquí?’”.
Con su hermana tiene una conexión muy fuerte: “Somos muy unidas, y nos pasa muy a menudo que cuando hablamos por teléfono, por ejemplo, le digo algo y es exactamente lo mismo que me iba a preguntar y viceversa. Ella es todo lo que tengo aquí conmigo, estoy sola”.
Entonces habla de lo orgullosa que está de sus dos hijos médicos y de sus nietas. Le cambia el rostro al referirse a la distancia que los separa, pero le reconforta contar con su hermana y poder refugiarse en su faena.
“Hay gente que llega y se asombra de verme: ‘¿Belén, pero todavía estás aquí?’, me dicen. Pero realmente, a pesar de todos los problemas, encuentro mucha paz y tranquilidad en este lugar. Me gusta mi trabajo”.
Y así lo reafirma una amiga que interrumpe la conversación:
“¿Te acuerdas Belén cuando te pregunté por qué administrabas el cementerio? Me dijiste: ‘Es mejor el cementerio que el psiquiátrico’”.