El Che en la obra poética de Nicolás Guillén

che guevara

Ante la proximidad de cada ocho de octubre, siempre evoco la grandeza del inolvidable Guerrillero Heroico de un modo diferente. Este año entraré en la copiosa producción poética de nuestro Poeta Nacional para detenerme en la presencia de Ernesto Guevara dentro de su poesía.

Lo anterior nos exige referirnos en primera instancia al importante libro titulado La rueda dentada, pues en sus páginas se destacan tres poemas dedicados al Che. Si bien constituyen una especie de tríptico con un eje temático común, se advierte desde una primera aproximación un tono digamos peculiar en cada uno de estos.

El texto mencionado acrisola todos los valores fundamentales de la obra escrita por Guillén anteriormente, tanto por su calidad lírica como por su fuerza vital. Es, sin dudas, un libro que refleja con creces un momento de madurez en la trayectoria evolutiva del autor, una consolidación del oficio artístico del escritor, así como de entrega plena a la Revolución. Y ello se percibe a las claras en cada una de las piezas que hoy nos ocupan: Che Comandante, Guitarra en duelo mayor y Lectura de domingo.

El primero, tan conocido y repetido, no solo por los cubanos sino por los latinoamericanos en general, ha devenido una suerte de himno, cuya declamación exige un vigor tan especial que se proyecta como si cada verso se amplificara sin límite de decibeles. Sobre todo, ese estribillo tan fuerte que en su propio enunciado se nos desdobla en la dimensión del jefe y a la vez del amigo.

De forma perfecta, este poema consigue que desde los primeros versos se reitere una idea a modo de leitmotiv: “No porque hayas caído, tu luz es menos alta”, lo que ofrece la imagen de la trascendencia y la grandeza del héroe. Y en el cierre ya se constata claramente la identificación de su pueblo: “Partiremos contigo. Queremos morir para vivir como tú has muerto, para vivir como tú vives, Che Comandante, amigo”. El retruécano o juego de palabras es un recurso expresivo que logra comunicar nítidamente lo que se ha propuesto.

El segundo de esta trilogía, desde el título mismo ya anuncia un rasgo muy característico de este poeta, me refiero a ese inconfundible sello de ritmo y musicalidad. La guitarra como instrumento musical se convierte en símbolo de cubanía y se encuentra en duelo mayor ante la pérdida o desaparición física del Che:

Está mi guitarra entera,

De luto, pero no llora.

Aunque llorar es humano.

No llora porque la hora,

No es de lágrima y pañuelo,

Sino de machete en mano.

El final de esta pieza, sin rodeos de ninguna índole, descubre el cruel asesinato que tronchó la vida de este hombre cabal y ejemplar:

Pero aprenderás seguro,

Que a un hermano no se mata,

Que no se mata a un hermano.

En tercer lugar, en apretada síntesis, Guillén es capaz de emplear la lectura que realizaba aquel fatídico domingo en que se conoce la noticia trágica de la muerte como hecho íntimo y de recogimiento para transmitir su primera reacción ante lo acontecido, sus emociones más sinceras:

El libro ardió en mis manos,

Lo he puesto luego abierto,

Como una brasa pura,

Sobre mi pecho.

Y la idea del carácter imperecedero del ejemplo heroico se trabaja de una forma magistral cuando utiliza verbos antitéticos que solo el lenguaje figurado puede conciliar:

Termina

Va a encenderse

Se acaba

Va a nacer.

Desde el punto de vista de la teoría de la versificación llama mucho la atención que la fuerza de estas ideas se alcance, contra todo pronóstico, a través de versos de arte menor que recibimos de forma entrecortada, casi telegráfica, los cuales comunican aparentemente significados contrapuestos, pero que secuencialmente pueden simultanear la muerte física y nunca la moral. Es una manera de decir que el Che solo habrá muerto físicamente, porque queda y se multiplica su legado. El poeta cree con firmeza que los grandes hombres son inmortales.

Como lectores inteligentes y como receptores sensibles, lo dicho hasta aquí nos permite afirmar que se trata de tres tonos para una misma denuncia, unas veces más abierta, otras más contenida. Pero, en definitiva, lo esencial es que el poeta no puede quedar impasible ante un hecho tan violento e injusto.

Lo elegíaco en el universo poético de Guillén se asume con matices muy singulares y originales. Lo épico y lo lírico se conjugan en feliz simbiosis. El tratamiento de la muerte del Che, así lo revela.

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