“Si quiere, en vez de hablar de trabajo, le enseño mis canciones, mis poemas, mis novelas y mis relatos”. En ese instante te das cuenta de que lo que vas a oír a continuación podría ser fruto de la realidad, (medio en broma, medio en serio) o resultado de la imaginación de un hombre que, eso sí, “nunca digo una mentira”.
En el consejo popular La Sabana, en Minas de Matahambre, conocí a José Humberto González Fundora, y aunque prefiere prescindir del “José”, para todos es simplemente El Chino Fundora.
En mayo del año 2000 se creó la primera finca independiente de la antigua Empresa Agropecuaria de Las Minas, hoy UEB Ganadera. Con El Chino al frente, fue en estas casi dos caballerías de tierra que se sembró plátano FHIA-18 por primera vez en Pinar del Río. Pero su andar por estas tierras inició mucho tiempo antes.
UN ESPIRITUANO EN LA SABANA
“Poco a poco he ido campeando, desde Yaguajay hasta aquí. Siempre he admirado mucho a Camilo. Desde los siete u ocho años me vestía de verde olivo, y en los actos de la escuela lo imitaba dando aquel discurso estremecedor: ‘Para que la Revolución no se ponga de rodillas…’.
“Recuerdo cuando liberó a mi pueblo, fueron 11 días de bombardeo, y mi abuelo no quiso irse de la casa. Los aviones pasaban bajito, yo les apuntaba con una escopetica de penca de coco que tenía. Todos los años, esté donde esté, el 28 de octubre le echo una flor”.
La nostalgia de la tierra le hace acordarse de una de las primeras anécdotas que, sin pretenderlo, tejen el hilo de la conversación. Así, de a poco, descubrimos cómo este espirituano llegó un día al norte de Pinar del Río.
“Un habanero y yo hicimos amistad de tantas veces que nos veíamos en el Órgano del Trabajo. Como a los seis días de estar yendo, le digo: ‘Oye, hay una plaza de cazador de cocodrilos en la Ciénaga de Zapata, y pagan el pie de lo más bien’. Enseguida me dijo que aquello era un salvajismo y que yo estaba loco. Como a los tres días volvió y me propuso una de sepulturero, pero eso la verdad que no iba conmigo. Entonces llegaron las planillas para trabajar en el petróleo”.
Nueve años estuvo de torrero, y 20 le dedicó al sector. Los pozos de Dimas, San Ramón, El Quemao y Guane fueron sus nuevos destinos en la provincia, por la década del ‘80. Aquí se aplatanó, se casó con Panchita y se volvió agricultor.
“Venía medio divorciado de La Habana. Un día ella se montó en la guagua en la que iba yo y le pregunté a un compañero mío quién era. Me dijo que vivía en Dimas y que apenas salía de su casa. Le aseguré que me iba a casar con ella, empecé a enamorarla, hasta que la conquisté.
“Fui a pedirle permiso al padre -cosa que hoy no se hace- y me dieron langosta para el almuerzo. La segunda vez que fui me sirvieron caguama. Ya después que se volvió oficial el asunto no volví a ver aquellos manjares, me habían engatusado. Y así fuimos dando cabezazos, cuando nos casamos, viviendo en cuarticos, aquí y allá, hasta llegar a Las Minas.
Por los ‘90 ya se había graduado de técnico medio. Sus ‘locuras’ eran bien conocidas en la Unión de Empresas, pues para todos era el loco que torreaba sin faja o saltaba de un tanque a otro, pero llegaba el periodo especial y su dotación se había desintegrado. El nuevo destino era la agricultura.
“Un compañero de la Unión de Empresas nos preguntó si estábamos de acuerdo con ir para el campo. Le dije, ‘mire, mi madre ve el televisor, mis hijos estudian, mis amigos leen el periódico, – el hombre lo miraba por encima de los espejuelos sin entender adónde quería llegar- ¿cómo yo le explico a toda esa gente que, siendo perforador C evaluado, torrero evaluado, jefe de equipo evaluado y recién graduado de técnico medio, no esté en el petróleo?’.
“Entonces pidió que me tomaran el nombre, que era un caso entre muchos, pero al final le dije que me iba para la agricultura, y me empecé a aclimatar a aquellos tiempos en que había que cocinar con tablilla de ventana y compartir la pizza de yuca. Hasta escribí una novela titulada La verdadera estampida, que describe todo lo que vivimos en aquel periodo”.
En una libreta, El Chino Fundora tiene registrado al detalle desde la primera planta de plátano que sembró, hasta la última de guayaba que cultiva por estos días. Hoy también cuentan en la finca con producción de mango, maíz, boniato y yuca.
Panchita igualmente es obrera, y juntos elaboran pulpa que se expende en diferentes puntos de venta del municipio y que además tributan a dietas médicas y a centros educativos.
“Incluso, le ahorramos combustible a la Empresa, porque llevamos el producto en arañas de caballo”.
Quienes lo conocen aseguran que domina el campo como lo hacía con el petróleo, y hasta se le cuela a la innovación. Así lo demostró cuando creó una máquina picadora de semilla de malanga que recibió premio en un foro de la ANIR.
“Ese equipo tenía hasta un botiquín por si te hacías una herida. A veces cuando iba a exponer llevaba guayabas, después que picaba la primera me decían que no hiciera más demostraciones y que repartiera las frutas.
“Me adapto a cualquier trabajo, pero la agricultura es única, y si le pones interés, le ves el fruto. Si me pregunta qué me gusta más, le digo que ya llevo en esto más años que en el petróleo, pero en las dos cosas me he sentido bien”.
UN PISTOLERO DE OTRO CONDADO, QUE ADEMÁS ESCRIBE
Es imposible aburrirse cuando conversas con El Chino Fundora. Entre una anécdota y otra repasa lo que ha sido su vida y el modo tan peculiar con que asume cada experiencia.
Rememora sus primeros años como tirador, y cuando lo suspendieron de los campos de la otrora Sepmi, porque se llevaba todos los premios.
“A los que no me conocían les hacía creer que no sabía disparar ni maniobrar la escopeta. Un día en Las Minas quise ganarle un casco de moto a Fernando, el mecánico del pozo. El encargado de aquello, al verme tan torpe, me dijo que podía pedir todas las dianas que quisiera, hasta que empecé a darle a todas.
“Al final no me quiso dar más ninguna. Le repuse, mi viejo, lo que quiero es el casco aquel de moto, y ya te hice más de los 40 puntos que vale. Entonces todavía vivía en Mantua. Aquel señor y yo nos hicimos amigos, me apodó el pistolero del otro condado”.
En el tiro ganó primer lugar nacional en una competencia en su natal Sancti Spíritus, pero representando a Pinar. “Salí hasta por el periódico, pero me pusieron José González, que podía ser cualquiera, por eso digo que el cuño mío es Fundora”.
¿Cómo llegó al mundo de la literatura, a los cuentos y a los poemas?
“Desde muchacho escribo, pero lo hago para mí. Cuando estaba en el Servicio Militar le mandaba cartas a mi abuela y ella las guardaba para que se las leyera cuando salía de pase, porque no entendía nada”, dice entre risas.
“Ahí tengo libretas llenas de cuentos, poemas, y hasta una novela en décima que se llama Cómo salvar a una madre, una historia tremenda en la que el personaje principal, Juan Ramón Pérez Quirós, pasa disímiles vicisitudes para llegar a donde está su madre antes de que se quite la vida. Mis amigos me decían ‘compadre, no mates a la vieja’”.
Algunos le han sugerido que aproveche sus aptitudes literarias, pero confiesa que lo hace para su disfrute, aunque de vez en cuando le piden algunos versos.
“Una vez le hice uno al Che y lo publicaron en el periódico Trabajadores. Cuando aquello era perforador C, y subí a la plataforma y les dije a los muchachos ‘miren el poema que le sacaron al Che’. Cuando empecé a leer, uno que estaba abajo gritó: ‘Tú no escribes mal, pero eso es de un escritor’. Le respondí, ‘sí, y famoso, lee aquí: Humberto González Fundora’. Aquello fue una algarabía total”.
Una mañana no alcanza para escuchar las historias del Chino Fundora. Mientras hojea los cuadernos en los que atesora los textos que escribe, recuerda vivencias que aún hoy le piden que cuente, como cuando tuvo que ponerle una etiqueta de metil paration a un tanque de ron para que los obreros de la finca no se lo tomaran y llegara a las celebraciones por el 26 de Julio, o de cómo se deslizaba por las tuberías de la torre de petróleo, “porque cuando uno es joven, es así de arresta’o”.
Todos en La Sabana lo conocen. Entre tantas historias, medio en broma, medio en serio, pero siempre veraces, no pasa un día en que, aún a sus 72 años, deje de trabajar.