Bocinas de carros, campanas de iglesias, silbatos de fábricas y voceríos de una multitud enardecida por los acontecimientos que acababan de suceder, se escuchaban en todas las ciudades del país tras el paso de la Caravana de la Victoria, integrada por columnas del Ejército Rebelde y liderada por Fidel Castro, luego de la huida del tirano Fulgencio Batista, según contaba la prensa de entonces sobre estos hechos.
Y los festejos en Pinar del Río no fueron menos, rememora Justino Jerónimo Benítez Abreu, combatiente del Ejército Rebelde del Frente Guerrillero de esta provincia, y quien fuera el encargado de trasladar a Fidel hasta la improvisada tribuna que se levantó en la intercepción de la calle –hoy avenida- Martí y Rafael Ferro.
Pero antes de llegar al antiguo Regimiento Militar, donde esperó la llegada del líder, Justino cargaba con los años que dedicó a la lucha clandestina en la ciudad y en el llano.
Conversamos en su casa, a su lado, siempre atenta ante cualquier reclamo, está su adorada hija, quien lo cuida y junto a él preserva su legado.
Natural de El Corojo, municipio de San Luis, este hombre, próximo a cumplir 87 años de edad, recuerda, como si fuera hoy, cuando en 1956, con el objetivo de apoyar el desembarco del yate Granma, se crearon las primeras células del Movimiento 26 de Julio en este territorio, una de las cuales dirigió.
“Uno de los primeros sabotajes aquí los hizo mi grupo. Fueron años de mucho accionar. Quemamos casas de tabaco, lecherías, guaguas, vaquerías, e hicimos algunos atentados.
“Mire, periodista, a pesar de que en mi casa no teníamos una situación mala ni pasábamos las calamidades de otras familias, decido incorporarme al Movimiento por las injusticias que día a día se cometían, por los crímenes, por la crueldad de un gobierno que solo pensaba en enriquecer sus patrimonios personales y tenía a todo un pueblo sumido en una enorme miseria. Además, mi mamá odiaba a Batista desde el ’33 y lo que representaba.
“Éramos siete hermanos: cinco varones y dos hembras, cuatro pertenecimos al M-26-J”.
Justino se emociona cada vez que habla sobre esos años vividos, sus compañeros y todo lo que pasaron. Sabe que fueron épocas difíciles, pero no las cambiaría por nada. Sus recuerdos son su mayor tesoro.
Con el tiempo, y debido a su accionar en el pueblo, se incorpora a la guerrilla, en la cual continuó activamente su lucha contra la tiranía.
“Para finales de 1958, cuando ya las tropas invasoras avanzaban, recibo la orden de tomar la Capitanía de Guane, pero antes de salir para allá, mientras probábamos una planta de radio, entra una emisora de Venezuela que daba la noticia de la huida de Batista. Así nos enteramos de lo que sucedía.
“Para entonces ya teníamos preparadas bombas y todo listo para tomar la Capitanía. Entonces bajamos de las lomas, y antes de salir el sol, la gente se nos fue incorporando durante todo el trayecto hasta Guane.
“Al llegar y exigir la rendición, los soldados se negaron, entonces un poblador nos llevó hasta la casa del jefe de la Capitanía. Conversamos y este se dirigió con nosotros hasta el local, con el objetivo de entregar las armas pacíficamente para que no ocurriera ningún hecho de sangre, pues la gente estaba en las calles y rodeaba el lugar.
“Luego de tomar la Capitanía, nos encomiendan otras misiones, entre ellas, venir para el antiguo Regimiento. Estando aquí, llega el Comandante, figúrese usted, era el hombre que había inspirado a todo un pueblo.
“Le miento si le digo que me puse nervioso cuando seleccionó mi ‘cacharrito’ para hacer el trayecto hasta la ciudad. Cuando se es joven, el miedo y los nervios escasean, sobre todo, después de pasar y ver tantos horrores como los vividos.
“Pero sí fue algo gracioso. Cuando Fidel decide continuar viaje hacia la ciudad, ya la caravana de carros estaba lista, antes que el mío habían varios autos en muy buenas condiciones; sin embargo, el Comandante les pasó por el lado y elige viajar en el que yo conducía (que en realidad era de un sargento de La Habana a quien le había prestado el mío, por lo que me dejó el de él que estaba en pésimas condiciones) y fue en el que Fidel entró a la ciudad.
“Fue poco el tiempo que estuve cerca del Comandante, pero recuerdo con agrado, y hasta con asombro, cómo el pueblo entero estaba en las afueras esperando el paso de la Caravana y a los barbudos, y cómo Fidel saludaba a todos. Fue un acontecimiento sin igual.
“No mediamos palabra alguna. Con tantas cosas que debía tener en mente, no tenía tiempo para nada, era imposible, además, la multitud agolpada por donde quiera que pasábamos no daba chance para más.
“Al llegar a la improvisada tribuna se bajó y comenzó a hablarle al pueblo. Me retiré y no lo volví a ver”.
Luego de estos sucesos, inmediatamente comienzan a hacerse realidad el Programa del Moncada y las transformaciones que esta Isla necesitaba para crear una nación como la soñada y prometida por Martí, y que una generación de jóvenes, entre ellos Justino, decidió hacer realidad.