La vacuna contra el coronavirus, que recién registraron los rusos, no solo va en la línea del rescate de la grandeza y el prestigio del pasado de aquel gran país, sino que evidencia que el viejo paradigma de la Guerra Fría, este-oeste, está vivo, aunque bajo un ropaje distinto. El mundo hoy se divide entre dos proyectos muy diferentes, los globalistas contra los patriotas, o dicho de otra manera, quienes quieren el control del planeta bajo un solo mando y los que apuestan a propuestas soberanas de gobernabilidad, léase naciones.
Una lucha que es la expresión de la fase actual del capitalismo en plena cuarta revolución industrial, o sea de un sistema que necesita de menos gente para funcionar, ya que se basará en la robótica, el transhumanismo y menos en la mano de obra asalariada.
Sin ánimos de conspirar, todo fenómeno que tienda a reducir la población mundial (guerras, pandemias, catástrofes) favorece la agenda globalista anglosajona del gobierno único, en tanto el cambio de paradigma es ya inminente ante la caída de los mecanismos financieros del actual modelo y la urgencia de otros, más centrados en la criptomoneda, en organismos internacionales y en tratar a las naciones como protectorados que siguen recetas económicas bajo chantaje.
La crisis del coronavirus, como han declarado los globalistas en la web del Foro Económico Mundial, genera la oportunidad perfecta ya que coloca a los mercados en una encrucijada tal, que nadie podrá negarse a la introducción de directrices internacionales aparentemente salvadoras. Lo saben los magnates que controlan dicho foro, para quienes mientras más se alargue la crisis, mejor y más fuerte será la razón para un cambio de paradigmas.
Una vacuna, una salvación que eche a rodar de nuevo la economía, rompe los relojes de los globalistas y frena la espiral de dependencia y deudas que, a resultas del confinamiento, está afectando a todas las naciones. Un golpe maestro al proyecto patriota, eso ha sido el coronavirus, aunque no se tengan pruebas factuales de que fuese generado de manera consciente y planificada.
Rusia, con Putin y el partido gobernante en dicho país, basan su poder e ideología en el nacionalismo, para ello necesitan que funcionen las vías de comercio habituales. La integración euroasiática, la más peligrosa que existe contra los globalistas, depende del transporte, del continuo intercambio continental. La vacuna rusa Sputnik es pues, una medida de salvación urgente para el proyecto patriota de aquellas naciones que resisten la agenda globalista.
Para Putin se trata de algo más que la oportunidad de inmunizar a su pueblo, de una reedición del tremendo papel que tuvo la Unión Soviética en la cura de la viruela, sino que representa la sobrevivencia de él mismo y de su grupo a nivel mundial, de cara a la voracidad de quienes hoy se adueñan de los organismos internacionales.
El capital, con su estructura basada en la propiedad privada y corporativa, requiere, en este nuevo paradigma de la cuarta revolución industrial, menos Estado que nunca, porque de hecho se trata de una fórmula ampliada y fundamentalista del neoliberalismo. Rusia sabe que, la mal llamada sociedad abierta de los globalistas, es la esclavitud de cada uno de sus habitantes y la vigilancia y el chantaje por parte de un poder supra.
La oposición occidental a la vacuna rusa
Quien quiera usar el viejo modelo de análisis, comunismo contra capital, fallará si no tiene en cuenta la implicación en la actualidad de la perspectiva relacionada con la agenda globalista. Hoy nos enfrentamos a un mundo donde las causas libertarias no poseen un agente social, ya que este es instrumentado desde la derecha.
Por otro lado, los proyectos que se enfrentan al globalismo, no son necesariamente de izquierdas, aunque sí acérrimos defensores del último ápice de soberanía nacional y basada en el derecho consuetudinario. La oposición occidental a la vacuna se comprende a partir de este análisis, si vemos que, durante el primer dia de patentizarse la fórmula rusa, todas las acciones de las farmacéuticas cayeron estrepitosamente. Ello evidencia un trabajo financiero especulativo por la parte occidental, a partir del uso político del terror y la incertidumbre, lo mismo que siempre hicieron los amos del mundo.
Otra clave importante son los reportes financieros. En este punto, y no es una conspiración, entra Bill Gates de la mano de su idea transhumanista de dominio de la salud humana y de transformarla totalmente en un mercado bajo su control. Microsoft, de hecho, con el confinamiento y el alza en la dependencia del teletrabajo y la tecnología, ya es la primera empresa en cuanto a capitalización de mercado de los Estados Unidos y segunda a escala global, solo detrás de la petrolera saudita Aramco.
La fortuna de Gates asciende a 1.36 billones de dólares, siendo, literalmente, el dueño del mundo. Tras la salida del gobierno de Trump de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el primer donante de dicho organismo internacional es la Fundación Bill y Melinda Gates, mientras que el cuarto es la Alianza Gavi, también bajo el control del magnate de la compañía Microsoft.
Tanto dinero se estaba invirtiendo desde estos poderes capitalistas en especular con la eliminación del coronavirus, que en la reciente Cumbre Global de Vacunas, gastaron casi 9 mil millones de dólares, ¡el doble del presupuesto anual de la OMS en un solo evento! El tamaño de la propia entidad de Naciones Unidas para la salud es 30 veces menor que Microsoft, lo cual la convierte en casi una sucursal condicionada por las fuerzas que, tras bambalinas, especulan financieramente y en el orden geopolítico para la imposición de un Nuevo Orden Mundial, o lo que el Foro Económico llama Reseteo del 2021.
Mientras la vacuna es vista por la agenda patriota como un arma defensiva para sobrevivir (este proyecto depende de la existencia física de la gente, o sea del sostén demográfico que es la base de las identidades nacionales); la agenda globalista está mirando al coronavirus con los ojos del dominio estratégico y la ganancia del mercado. En esta fórmula de enfrentamiento mundial, la soberanía de las naciones es acosada por el poder económico y la omnipresencia de las fortunas privadas que manejan los organismos internacionales y les imponen líneas ideológicas.
El desguace de la economía y el hundimiento de las naciones colocan, a través de este escenario, al gobierno único global como tabla en medio de la tormenta y, a su proyecto de cambio de paradigma, como el evangelio del desarrollo ante la miseria y el hambre que derivan de que esta situación se extienda.
Gratuidad contra mercado
Putin declara su voluntad de que Sputnik sea expandida sin que medien pagos, ya que mientras existan personas infectas, el mundo estará detenido. No se trata del retorno de la vieja visión socialista del bien común y la propiedad social, aunque esas nociones pudieran estar flotando en el imaginario de la administración rusa, sino la conciencia de que solo se sale de la crisis entre todos y de la mejor manera, sin dejarle margen a la desigualdad marcada por la estructura del capital financiero.
Lejos de ello, Bill Gates no solo ha especulado e invertido en las investigaciones sobre una vacuna, sino que siembra la duda y el pesimismo, al influir mediáticamente en la imposición de la idea de una pandemia larga y de un medicamento de difícil producción y peor distribución. Todo sea en función del alza de las acciones bursátiles. En realidad no podemos obviar un análisis marxista de estas cuestiones, desligado del problema de la propiedad y lo que ello deriva en materia de ideología y poder.
La pandemia es política y su cura, también. No hay conspiración en ello, cuando los hechos están a la vista, solo falta el análisis que los sepa relacionar. La humanidad no ha aprendido la lección de que solo puede confiar en sus propias fuerzas y no en unas supuestas filantropía y bondad de un grupo de personas que, desde siempre, ha practicado la propaganda y el monopolio de los sentidos, en función de la salvaguardia de sus intereses individuales.
Peligroso que la salud del mundo dependa de capitales privados, sobre los cuales nuestros votos en una democracia no tienen poder decisorio. Pero ha pasado siempre, y sucede hoy más que nunca. La lucha entre las dos agendas, pide que les demos sitio a políticas y posiciones más soberanas, atentas a los hechos reales y no apegados a la conveniencia y el silencio. La agenda globalista es una realidad aplastante como inminente y tiene la voluntad de acero de derribar el viejo paradigma del derecho a la vida y a la felicidad para todos.