Desde que su presión arterial comenzó a descompensarse y los médicos le diagnosticaron, además, una maduración precoz de la placenta, Katia Peña supo que el suyo sería un embarazo difícil.
Por eso, cuando le dijeron que debía mudarse al hogar materno provincial de Pinar del Río, no dudó en llenar un maletín con lo imprescindible y prepararse para una larga estancia fuera de casa.
Dos meses después, con 38 semanas cumplidas, confiesa que echa de menos a los suyos, pero sabe que ha sido lo mejor para ella y su futura bebé. «Gracias a todos los cuidados que he tenido aquí, he logrado llegar a este tiempo», dice.
En efecto, Ana Teresa Urbina, jefa de Enfermeras del centro de Salud, asegura que, de haber continuado en su casa, Katia probablemente hubiera dado a luz un bebé con bajo peso o prematuro.
Como ella, cientos de embarazadas con algún riesgo obstétrico han ingresado, en medio de la pandemia de la COVID-19, al Hogar Materno Justo Legón Padilla, de Vueltabajo.
La compleja situación epidemiológica, provocada por el nuevo coronavirus, ha transformado la vida en la vetusta edificación de la capital pinareña. Sin embargo, gracias a las medidas extremas adoptadas se ha impedido el contagio de la enfermedad entre las futuras madres o el personal encargado de atenderlas.
Puertas cerradas a la epidemia
El doctor Juan Carlos Corbillón, director de la institución, cuenta que, a principios de 2020, ante la expansión del nuevo coronavirus por el mundo, se comenzó el diseño de una estrategia para lidiar contra la enfermedad.
«Cuando la epidemia llegó a Cuba, teníamos los protocolos para la prevención de la COVID-19, que en los meses siguientes se fortalecerían aún más», explica.
Entre las medidas implementadas, destaca la prohibición de las visitas de los familiares y un control extremadamente riguroso del acceso. Además, la pesquisa activa de pacientes y trabajadores, que incluye el monitoreo de la temperatura y de cualquier síntoma respiratorio. Como en el resto de los centros de Salud, se ha establecido el uso obligatorio del nasobuco y el distanciamiento físico.
«También hemos sido estrictos con la prohibición de la entrada al personal que presente sintomatología catarral», añade Corbillón, y advierte que «el resultado de todo esto es que felizmente no ha existido contagio entre las gestantes o el personal que las atiende.
«Esta es una prueba de la seriedad con que nuestros trabajadores han asumido su labor, en un centro de alto riesgo, por lo que representa para el Programa Materno Infantil».
Aunque se dice fácil, el directivo señala que hay decisiones que han demandado un gran esfuerzo para su implementación. Por ejemplo, hacer que se comprenda que las embarazadas no pueden recibir visitas.
La exigencia debe ser constante
Creados desde hace varias décadas, con el propósito de acercar a las gestantes de las áreas rurales de difícil acceso, a los hospitales donde se les realizará el parto, los hogares maternos han ido, con el tiempo, enriqueciendo su función, a fin de lograr una atención integral.
La doctora Roselia Sánchez, especialista del Programa Materno Infantil (PAMI) en Pinar del Río, explica que, en la actualidad, también se atiende la recuperación nutricional de las pacientes, se siguen de manera directa los embarazos múltiples o de madres adolescentes, entre otros factores de riesgo.
Por tanto, los hogares han constituido, durante años, una valiosa herramienta para el desarrollo del PAMI, que ayuda a reducir la morbilidad y la mortalidad materno-infantil, así como el bajo peso al nacer.
El hogar provincial Justo Legón Padilla, por ejemplo, hace cuatro años que no aporta morbilidad grave a la atención secundaria de Salud. «Eso quiere decir que logramos controlar el riesgo que trae hasta acá a las futuras madres», detalla su director.
Con una cantidad de camas (119 en total) seis veces mayor al resto de los hogares maternos con que cuenta Pinar del Río (seis en total), el Justo Legón es el centro de su tipo más importante de la provincia. De ahí el empeño de su colectivo por cerrar las puertas a una pandemia que no ha podido empañar el sueño de quienes se aprestan a ser madres.
Para ello, ha habido que transformar buena parte de su dinámica habitual. Ana Teresa Urbina comenta que eran frecuentes las presentaciones artísticas, gracias a un convenio de trabajo con la dirección de Cultura.
«Aquí hemos tenido lecturas de poesía, solistas, payasos, teatro, pero hoy todo eso está limitado», señala la Jefa de Enfermeras.
Cuenta que los servicios de manicure y peluquería, que tradicionalmente se recibían, han debido suprimirse y que se han restringido, igualmente, las sesiones de ejercicios impartidas por profesores del Inder para ayudar a la profilaxis del parto.
Sin embargo, los cuidados de las pacientes siguen siendo tan esmerados como cuando la COVID-19 aún no había surgido. «Todos los días la doctora me mide la barriga, la presión, la temperatura, escucha los latidos del corazón de las bebés, y semanalmente nos hacen otros exámenes», asegura Rosalía Sotomayor, una futura mamá, que ya cumplió un mes de ingreso para el seguimiento de su embarazo de gemelas. «La atención, en sentido general, es muy buena», agrega.
Así también lo cree Lorena García, otra de las gestantes que aguarda el momento de dar a luz a sus jimaguas. «Todo el personal médico tiene con nosotros un cuidado especial».
Aunque hasta ahora la institución ha salido ilesa de la pandemia, el doctor Juan Carlos Corbillón advierte que, ante el nuevo coronavirus, su alto nivel de propagación y todos los riesgos que entraña, la exigencia tiene que ser constante. En el país, más de 230 embarazadas han sufrido esta peligrosa enfermedad.