Desde el momento en que concebimos a un hijo comenzamos a moldear su personalidad, incluso sin darnos cuenta. Con mucho tiempo de antelación pensamos en cómo educarlo para que sean personas de bien, pero siempre a nuestra manera.
En el instante que sabemos el sexo vamos en busca de todo lo que sea rosado en caso de que sea hembrita, de lo contrario recopilamos cuanta cosita azul aparezca, porque de seguro se verá bien en el machito que está por venir.
No queremos que crezcan, pero en cuanto comienzan a hablar le preguntamos al varón cuántas novias tiene en el círculo y a la niña cuál es el más lindo del salón, en vez de pedirles que canten una canción o hablen de su juguete favorito.
Los atiborramos de televisión, incluso de aquella que está diseñada para adultos; les endilgamos frases hechas que usamos en nuestras rutinas diarias para que repitan cual papagayos y luego nos preguntamos dónde aprendieron semejantes expresiones.
Les enseñamos que los niños juegan con carros y pistolas y las hembras a las muñecas, pues somos el resultado de una sociedad patriarcal que también nos ha moldeado a su antojo, por lo que sería contraproducente no hacer las cosas “como son”.
Luego, llega la etapa en que temen los padres que sus hijos se “desvíen” y descubran que les atrae el mismo sexo. Sí, porque aunque le hemos ganado terreno a la homofobia, todo es muy lindo mientras no toque de cerca.
Es entonces cuando muchos se cuestionan en qué se equivocaron durante la crianza o qué hicieron para merecer algo así. Como si la identidad de género fuera una lección que debe ser aprendida cual tablas de multiplicar.
El nuevo Código de las Familias, que será llevado a un referendo popular el próximo 25 de septiembre, apuesta por más derechos para los diferentes grupos etarios que conforman los núcleos familiares, pero también por igualdad, respeto e inclusión.
A la familia corresponde, según el documento aprobado por la Asamblea Nacional del Poder Popular, velar que los niños y adolescentes tengan derecho al libre desarrollo de su personalidad y a recibir acompañamiento y orientación en consonancia con la evolución de sus facultades.
Atañe a los padres asegurar el disfrute pleno y el ejercicio efectivo de los derechos de su prole; a valorar su opinión en correspondencia con la capacidad que tengan de comprender, con su identidad y condición específica como persona en desarrollo, sus necesidades físicas, educativas y emocionales.
Cuando se habla de responsabilidad parental, no solo es garantizar resguardo y alimento, sino respetar, escuchar, atender, inspirar…
El término incluye un conjunto de facultades, deberes y derechos que corresponde a madres y padres para el cumplimiento de su función de asistencia, educación y cuidado, siempre en beneficio del interés superior de los hijos.
No se trata de acelerar los procesos de desarrollo ni quemar etapas. Se trata de proporcionar en cada una de ellas la orientación adecuada; fomentar los valores que realmente harán que crezcan como seres sociales de bien. Se trata de guiar no imponer, de inculcar no manipular.
En medio de tanta vorágine y tantos sinsabores diarios, dediquemos un tiempo a jugar con nuestros niños. Aprovechemos estos meses de verano para compartir con ellos sus fantasías, sus sueños; seamos cómplices de sus aventuras; escuchemos sus historias en vez de envolverlos con las nuestras.
Educar a los hijos para que sean buenas personas no tiene nada que ver con su identidad de género o sus preferencias sexuales. Los métodos machistas para criar con disciplina y rectitud solo provocarán frustraciones en su edad adulta.
Reflexionemos entonces qué es lo realmente importante y revisemos primero si somos el ejemplo de moralidad y valores éticos que queremos que tengan. Facilitemos oportunidades para que practiquen la gratitud, la amabilidad y la solidaridad. Respetemos sus diferencias, su entorno, su inocencia. Entreguemos más amor y menos cosas materiales, más paciencia y menos castigos. Aprendamos con ellos el difícil camino de la responsabilidad parental.