Con el semblante cansado tras largas jornadas de navegación, arribó al Muelle de la Luz, en La Habana, en marzo de 1870, el padre español Benito Viñes Martorell.
Tenía 33 años y la sotana negra le bailaba en el cuerpo delgado. Usaba unos espejuelos redondos de armadura pequeña, tras los cuales asomaban sus ojos curiosos.
Además del sacerdocio de la fe, practicaba el sacerdocio de la ciencia. Lo habían enviado a Cuba para dirigir el Observatorio Meteorológico del Real Colegio de Belén, el cual se encontró en crisis. Entonces volcó toda su energía a la reanimación de dicha institución, la modernización de su infraestructura, el reinicio de las observaciones meteorológicas, la publicación de los resultados de dichas observaciones y el impulso de estudios sobre meteorología tropical y el estado del tiempo en la capital.
Cuando habían transcurrido apenas siete meses de su estancia en la Isla, la provincia de Matanzas fue azotada por un huracán, que ocasionó la muerte de alrededor de 2 000 personas, la destrucción de propiedades y la pérdida de muchas cabezas de ganado.
El poder demoledor del fenómeno meteorológico impresionó al religioso en tal medida que se comprometió consigo mismo a trabajar incansablemente en la predicción de eventos similares, para reducir en lo posible los desastres.
“No deseo otra recompensa que la que espero de Dios, ser útil a mis hermanos en religión, y contribuir de alguna manera al progreso de la ciencia y al bienestar de la humanidad”, escribió sobre sus aspiraciones.
Hacia 1873, encargó la construcción y posterior instalación en el colegio de Belén de un meteorógrafo de Secchi, invención del jesuita y astrónomo italiano Pietro Ángelo Secchi, laureada en la Exposición Universal de París de 1867.
El aparato podía registrar variables como la presión atmosférica, la temperatura del aire, la lluvia caída y la dirección y velocidad del viento.
Con dicho instrumento en sus manos el padre Viñes hizo historia. El 11 de septiembre de 1875, elaboró el primer aviso de ciclón tropical de que se tenga referencia en el orbe. El mismo fue publicado en los diarios habaneros un día después.
Los estudiosos de su obra afirman que durante los 23 años en que se mantuvo frente al Observatorio vaticinó el paso por Cuba de 33 ciclones.
Entre sus aportes figuran además la concepción de la primera ley sobre el anticiclón del Caribe y la creación del Ciclonoscopio de Las Antillas, una regla de cálculo circular, concebida para que los capitanes de barco estimaran la posición de los huracanes en el Atlántico y pudieran evadir a tiempo el peligro.
El destacado meteorólogo cubano José Rubiera relata en su artículo El padre Huracán, inspirado en la figura de Benito, que, a mediados de septiembre de 1876, el religioso envió al General de Marina un comunicado alertándole de la cercanía de un huracán al occidente del país, por lo que sugería que se impidiera la salida de buques del puerto de La Habana, recomendación que el militar no tardó en acatar.
El capitán del vapor norteamericano Liberty consideró que un cura no tenía la autoridad para determinar cuándo un marinero experto como él se hacía a la mar o no, y exigió el permiso para partir de inmediato a Estados Unidos, el cual le fue concedido tras su aireada protesta. Esta decisión arrastró a su tripulación a la muerte, puesto que las fuertes marejadas destruyeron el buque cuando este se adentraba en el estrecho de la Florida.
Los pasajeros cubanos que habían comprado sus billetes, no abordaron la embarcación tras la advertencia de Viñes, cuestión que los salvó de morir ahogados.
Cuentan que, tras el paso de las tormentas, Benito solía visitar los sitios dañados y pasaba días allí, anotado detalles, como la dirección en que habían caído los árboles.
Por su impresionante labor y por su inteligencia, la Real Academia de Ciencias de Cuba lo nombró miembro de mérito.
Hacia 1893, fue convocado a participar en el Congreso Meteorológico Internacional de Chicago, donde se darían cita los más brillantes exponentes de la ciencia atmosférica del siglo XIX, pero Benito no pudo asistir, debido a su delicado estado de salud.
Se dice que había disminuido considerablemente la visión de sus ojos, acostumbrados a escrutar las nubes por horas. Sufría también de un serio padecimiento cardíaco o pulmonar. Aun así, sacó fuerzas para redactar el texto titulado Investigaciones relativas a la circulación y traslación ciclónica en los huracanes de las Antillas, considerado su testamento científico y resumen de su labor de poco más de dos décadas en Cuba.
El 21 de julio de 1893 puso el punto final a la ponencia, la envió por correo a Chicago y dos días más tarde murió.
Del colegio de Belén partió el cortejo fúnebre rumbo a la necrópolis de Colón y los pobladores de la vieja Habana se asomaban a las puertas y ventanas para despedir al “Padre Huracán” como llamaba la gente, de cariño, al sabio meteorólogo.
Fuentes consultadas
Ramos Guadalupe, L. Father Benito Viñes. The 19th-Century Life and Contributions of a Cuban Hurricane Observer and Scientist. Journal of Jesuit Studies, 2(3). Recuperado de https://brill.com/view/journals/jjs/2/3/article-p532_23.xml?language=en.
Rubiera, J. (2015). El padre Huracán. Recuperado de https://www.divulgameteo.es/fotos/meteoroteca/Padre-Hurac%C3%A1n.pdf.