Cada 10 de diciembre, el mundo se detiene un instante para reflexionar sobre lo que debería ser un principio incuestionable: la dignidad inherente a todos los seres humanos. Es una fecha que recuerda la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Un documento que, aunque nacido en medio de los escombros de la Segunda Guerra Mundial, no pierde vigencia en su propósito de proteger a cada persona, en cada rincón del planeta.
Este día no es solo una celebración, sino una llamada urgente a la acción. Porque, aunque la Declaración es un faro de esperanza, su luz todavía no llega a todos por igual. En muchos lugares, los derechos fundamentales —la libertad, la justicia, la igualdad— se ven violados por el autoritarismo, la pobreza extrema o la discriminación. Es una fecha que nos invita a alzar la voz por los que no pueden hacerlo, a convertirnos en guardianes de principios que no deben ser negociables.
La historia de los derechos humanos está marcada por luchas, sacrificios y conquistas. Desde los movimientos por la abolición de la esclavitud hasta las batallas por la igualdad de género, desde las manifestaciones por el derecho al voto hasta las luchas contemporáneas por los derechos de las minorías y la comunidad LGBTQ+, el camino ha sido largo y sinuoso. Sin embargo, cada paso adelante demuestra que, aunque los obstáculos sean enormes, la humanidad sigue creyendo en su capacidad para construir un mundo más justo.
En Cuba, esta fecha adquiere una dimensión particular, es una oportunidad para reflexionar sobre los desafíos pendientes y las voces que buscan ser escuchadas en la construcción de una sociedad cada vez más inclusiva y participativa.
Pinar del Río, con su historia de resistencia y trabajo colectivo, se une a esta jornada con su propio legado. Aquí, donde las manos campesinas han transformado la tierra en sustento, el derecho a la vida se entiende como un esfuerzo compartido. Cada escuela en la comunidad más remota, cada consulta médica en una montaña, refleja la lucha por garantizar esos derechos a pesar de todas las dificultades y carencias actuales.
Sin embargo, el Día de los Derechos Humanos también nos recuerda que no basta con garantizar lo esencial. Los derechos humanos no se dividen ni se jerarquizan; son un todo indivisible, inherente a la condición humana.
Es el momento de mirar hacia adelante y recordar que, aunque el camino esté lleno de desafíos, cada acción cuenta. Cada vez que alguien se enfrenta a la injusticia, que alza la voz contra la discriminación o que extiende la mano a quien lo necesita, los derechos humanos encuentran una nueva victoria.
El 10 de diciembre no pertenece a una nación o a un grupo; es de todos. Nos recuerda que, en medio de nuestras diferencias, compartimos un principio universal: el deseo de ser tratados con dignidad. Hoy, más que nunca, este principio necesita ser defendido, no solo en palabras, sino en hechos concretos. Porque el verdadero homenaje a este día no está en los discursos, sino en nuestras acciones cotidianas para construir un mundo donde los derechos humanos no sean un privilegio, sino una realidad para todos.