Este 19 de enero, cumple 60 años nuestro flamante Capitán San Luis, símbolo de fibras deportivas, con el orgullo de recibir más victorias que derrotas. Entre letras, trataremos de tributarle el mejor de los aplausos.
La instalación, con mejores o menores galas, se convierte en la casa grande de los jugadores. Ahí conviven una buena parte del tiempo, entre entrenamientos, juegos, reuniones, o las excelencias y vicisitudes del comedor. En fin, llegan a tenerle una estima cual si allí hubieran nacido. Por sus alrededores, también discurren los amores furtivos. Unos más, otros menos, cada cual lo llevará consigo.
Los estadios vueltabajeros no reunían requisitos elementales para efectuar juegos en las Series Nacionales y a partir de la campaña 1967-68, la provincia tuvo dos equipos: Pinar del Río y Vegueros. Provisionalmente, se jugó en los terrenos del Ateneo Deportivo, sin gradas.
Entonces surgió una solución salomónica. Los juegos nocturnos se efectuarían en el estadio de Bauta, próximo a la capital. Allí comenzaron a brillar algunos, pero persistía la desilusión. Comidilla del minuto a minuto: ¿Cuándo tendremos un estadio con todas las de la ley, incluidas las luces? Ni siquiera podíamos ver los desafíos por la tele.
En el país existían dos estadios con semejante diseño constructivo: El Augusto César Sandino de la entonces provincia de Las Villas y el Cándido González, del Camagüey agramontino. Más de un año se necesitó para dejar listo el San Luis. El comandante Julio Camacho confesó:
Tomamos la iniciativa de que fuera al estilo de los ya conocidos Cándido González, de Camagüey y el Augusto César Sandino de la entonces provincia Las Villas. Prácticamente, en corto tiempo, se volcó el pueblo hacia aquel terreno y así, con las manos y la inteligencia de todos, Pinar tuvo un excelente estadio. Hubo varias propuestas para el nombre, pero se decidió por Capitán San Luis.
No se hablaba de otra cosa. La otrora Cenicienta lo necesitaba. ¿Sueño alcanzable? Millones y millones de pesos era el escollo principal para la obra, pero a la voluntad de acero no se anteponen las fortunas. Cuando comenzó a removerse el terreno, se pensó en grande. Motoniveladoras, buldóceres, toneladas de cabillas, cemento y arena, con la tierra por doquier, convirtieron una finca antaño, en fértil semilla beisbolera. Dirigentes, obreros, estudiantes, atletas y peloteros fundadores. Allí, como el primero, estuvo Camacho; un constructor más.
Desde el 19 de enero de 1969, el estadio se convirtió en símbolo del nacimiento y desarrollo de un béisbol de clase mayor. Por esa instalación ha desfilado lo que más vale y brilla de la pelota cubana y foránea, con torneos de nivel mundial. Ha albergado encuentros políticos y culturales, con la presencia de Joan Manuel Serrat, Álvaro Torres y otros muchos. Asimismo, figuras legendarias como los inmortales Hank Aaron y el vueltabajero Tony Oliva, así como Pedro Ramos. Y bellezas del Canaval como Noemí Roig, Cary Armas, Maritza Nogueras y tantas otras a estadio repleto.
El terreno necesita quien lo acondicione. Esas fechas y las demás, pasaron por las manos de Apolinar Liborio Barrios Ríos, ya desaparecido. Figura entrañable de nuestro béisbol, quien anduvo por el pueblo y el estadio como un jovenzuelo.
La provincia comenzó a jugar con Vegueros y Pinar del Río, este último no era el equipo más fuerte. Bien lo sabía Ismael (Gallego) Salgado, otrora receptor de la Liga Amateur de Cuba en su Artemisa natal, cuando le dieron las riendas. La temporada anterior (1967-68) habían ganado solo 12 juegos y Vegueros 33. Al otro año, ya en el Capitán San Luis conquistarían 43. ¡Treinta y una victorias más! Había que estar en el terreno para aquilatar el hecho en su verdadera dimensión.
¡Y llegó la fecha inaugural! Cuando Pinar del Río y La Habana salieron a la grama aquel 19 de enero de 1969, vibramos de emoción. Existía la certeza del estadio y no nos conformamos con semejante regalo. Queríamos un día ser campeones, para arrancar más aplausos que rechiflas. Quizás por eso, ahora llevamos en los hombros dieciséis títulos, entre Nacionales y Selectivas. Ninguna provincia ha ganado más, desde que tuvimos equipos.
El Gallego le dio la bola a Gerardo Hernández, un zurdo de Puerto Esperanza que tiraba duro, sin buen control. Métodos psicológicos ante la famosa Tanda del Terror. Algunos, como Asdrúbal Baró, un recio toletero del béisbol profesional, entonces entrenador en Vueltabajo, aconsejaban la inteligencia y el buen lanzar de Raúl Martínez; el estelar Polo Álvarez no podía hacerlo ese día. Y retumbó la voz de ¡play ball!
El zurdo no se hizo justicia, permitió una carrera y llenó las almohadillas. Entonces, rezongando como casi siempre, el manager llamó al minero Raúl Martínez, con su experiencia industrialista y varias series en las costillas. El derecho dominó al siguiente bateador y no hubo más anotaciones.
Después vendrían otras cinco por los de la capital y el primer jonrón, salido del bate de Armando Capiró y otro a continuación, de Agustín Marquetti. A la altura del quinto, el pequeño gigante Osvaldo Cruz (Papito), bateó de emergente por el pitcher, pero el daño era irreversible. En el sexto comenzó a llover. San Pedro se vistió de verde y dejó caer con furia aquella agua ermitaña, bautismal.
Hoy todo el país nos respeta, porque en su historia, este estadio nos ha dado más vida que sudores y lágrimas. Y ahora se yergue al infinito.