Cada 24 de marzo se celebra en Cuba el Día del Trabajador de la Medicina Veterinaria. Sirvan estas líneas para honrar a quienes hacen por los que no tienen voz
Desde que era un niño supo que iba a ser veterinario. Hacia ese objetivo enfocó sus esfuerzos y, a pesar de los contratiempos que tuvo que sortear, llegó a convertirse en el profesional que soñó.
A Félix Gigato de La Nuez todos lo llaman Felito. Es uno de esos consagrados que ha echado raíces en la Clínica Veterinaria de Pinar del Río. Es de los que pierde el sueño cuando tiene un paciente delicado o cuando no puede dar el seguimiento que quisiera. Es de esos que se apasionan por lo que hacen, de los que luchan, defienden, aman…
UNA META PARA TODA LA VIDA
“Mi familia decía que iba a ser cirujano, pero la medicina humana nunca me gustó. Desde que estaba en cuarto grado pertenecía a un círculo de interés de Veterinaria. Allí desarrollé mi vocación. En aquellas clases prácticas que nos daban en La Guabina veía una forma de vida.
“Siempre tuve perros, de hecho, a la hora de comer velaba a mi papá para echarles la carne sin que me viera. Sentía mucho cada vez que perdía a un animal. Desde la secundaria pude haber cogido técnico medio, pero yo quería ser profesional.
“Cuando terminé el preuniversitario me llegó Educación Primaria y la deseché. Me fui al Servicio Militar y luego para el pre militar en Sandino, entonces me llegó la carrera. Pero mis padres eran muy humildes, me criaron con mucho trabajo. Esa era una razón de más para querer estudiar, tener economía y formar mi propia familia.
“Mi padre me dijo que no podía mantenerme en La Habana. Y le dije: ‘No te preocupes, que yo sé lo que voy a hacer. Y me puse a hacer carbón. Con el dinero que gané me fui a estudiar Veterinaria”.
Su primera experiencia laboral fue en la empresa pecuaria Punta de Palma. Con el doctor Gavino y la doctora Ania aprendió a poner en práctica lo que le enseñó la teoría y descubrió allí que el trabajo con el ganado es el que más le gusta.
Sin embargo, reconoce que los años que lleva en la clínica (desde 2009) le han hecho sumergirse en un mundo más afectivo y a dedicarse casi de lleno en el trabajo con las mascotas.
¿Cuánto le ha aportado el trabajo en la clínica?
“A primera hora no me gustaba, porque no estaba adaptado a estar encerrado en un lugar. Venía de la Dirección Municipal, cuando se prestaba servicio a domicilio. Poco a poco me fui adaptando, porque llegaba un caso y ya se me impregnaba eso de darle seguimiento hasta el final.
“El aspecto fundamental de la clínica es que aprendes a conocer a quien está detrás de la mascota, y ahí es mayormente dónde están los problemas, en la persona que la cuida. Primero hay que hacer un estudio psicológico de la persona para saber si lo que vas a hacer tendrá o no efectividad. Siempre le digo a los estudiantes que hay que tocarle el corazón al dueño, para saber si se va a salvar el animal.
“Hay quienes me preguntan por qué no hago una clínica privada y me voy de aquí. Y les digo que es porque hay quienes aún confían en el servicio del Estado, aunque sea un servicio humilde y escaseen los recursos, pero hay quienes no pueden acceder a clínicas privadas.
“Ahora, afortunadamente, contamos con el proyecto Probaf, que ayuda mucho a todos esos que no pueden pagar un servicio particular”.
¿Qué hacer por el futuro?
“El futuro de la veterinaria lleva unidad. Soy miembro de la filial pinareña de la Asociación de Veterinarios de Cuba y siempre trato de que se sumen más asociados. Es ahí donde se debate, se discute y se intercambia sobre los problemas, los errores que cometemos.
“La Veterinaria es una carrera de esfuerzo, lleva exigencia a los estudiantes, crearles esa conciencia de que, aunque no tengamos recursos tratemos de hacer lo que mejor podamos. A veces decimos que los hospitales no tienen nada, pero lo primero que lleva un hospital es un médico que respete la bata, y eso mismo sucede con un veterinario.
“El veterinario se gradúa pero no termina, y los de mayor experiencia deben acercarse a los jóvenes. Ellos nos pueden enseñar mucho, porque tienen nuevas metodologías, que a nosotros no nos dieron cuando estudiamos.
“Ojalá pudiéramos hacer un hospital veterinario, con ingresos de 24 horas y personal especializado, que se encargue de las mascotas”.
¿Qué es lo más difícil del trabajo en la clínica?
“La falta de complementarios. Esta es una ciencia que necesita estudio. Nosotros en la clínica no tenemos cómo dar un diagnóstico: no podemos hacer una placa, un análisis, un ultrasonido…
“Las clínicas necesitan que las potencien con rayos x, ultrasonido, personal especializado en determinadas técnicas que no dominamos por falta de capacitación. Y eso es un problema.
“No es lo mismo un veterinario que se encargue solo de animales de producción a uno que se dedique a las mascotas. Cuando un equino o un bovino se fractura una extremidad la solución es el matadero, pero y esa mascota que es la primera que te saluda cuando llegas a tu casa, si se parte una pata, ¿qué haces? Hay que pensar en cómo darles solución a esos casos, porque el matadero no es la solución.
“Respeto a todos los veterinarios, que haya alguno que se equivoque, puede pasar, pero pienso que cuando un veterinario hace algo por un animal lo hace con el corazón”.
¿Qué no le debe falta a un veterinario?
“La empatía, no ver la veterinaria como algo económico, para lucrar, sino como la oportunidad de salvación para esa persona que viene a verte con una mascota enferma o accidentada”.
¿Qué es lo que más le satisface como profesional?
“Que un animal llegue en estado crítico y lo puedas salvar, o que al cabo del tiempo veas su recuperación y el resultado de tu trabajo.
“Cuando tengo un caso y se me pierde, porque la persona no vuelve, y entonces no sabes cómo ha evolucionado, no duermo, porque me queda la duda de si se salvó o no. Eso me agobia, más aún cuando no conoces a la persona.
“El veterinario será bueno según las cosas que haga y la retroalimentación que reciba. Si no lo sabes, entonces no tienes forma de comprobar si lo que hiciste surtió efecto o estuvo bien”.
Felito anota cada caso que atiende. Algunos en la mente y otros en una libreta que lleva como una biblia personal.
“Hay casos que marcan a uno, como profesional y como persona. Una vez tuve que operar a una perra solo, se llamaba Princesa. Llegó con una obstrucción intestinal, pero también tenía una piometra. Era un lunes, ese día no se opera en la clínica. Estaba sin asistente, pero si no lo hacía se iba a morir. No soy religioso, y aquel día le pedí a Dios que me permitiera entregarle viva a Princesa a su dueña, y lo hice, la salvé.
Una conexión única…
“He tenido muchas vivencias, pero dolor fuerte sentí cuando perdí a Luna. Unos ingleses la habían recogido de la calle en Viñales y buscaban a alguien que la cuidara. Me hice cargo de aquella perra china, formó parte de mi familia desde que mi hijo tenía cuatro meses. Crecieron juntos. Nadie podía tocar a mi hijo porque se volvía una fiera.
“Tenía la enfermedad de la garrapata, cuando aquello no había nada de medicamento. La noche en que falleció tuvo un vómito y cuando la acosté en su cama soltó una lágrima. A las cinco de la madrugada, el niño, que tenía cuatro años, dijo dormido ‘Tuti Luna’. Le dije a mi esposa: “Se murió la perra’. Y así fue. Aquello me marcó. Ellos tenían una conexión única”.
Casi 30 años lleva Felito como médico veterinario. Su hija le ha seguido los pasos, pues siente la misma vocación que él, la cual ha alimentado con la educación que le ha dado hacia el bienestar de los animales.
“La Veterinaria es algo grande, y quien la estudie tiene que verla así, porque todos los días se aprende, es una escuela constante”.