Desde bien temprano, cuando aprendemos las primeras lecciones de Historia de Cuba, conocemos que el 10 de febrero de 1878, en el Zanjón, se “tiró la espada” sin que cristalizara ninguno de los dos propósitos que llevaron a la Guerra de los Diez Años: independencia y abolición de la esclavitud. Un mes más tarde ocurre la Protesta de Baraguá, y se preserva así un hálito de esperanza.
Poco a poco germina la semilla sembrada, y de las cenizas de la contienda del ‘68 van retoñando las ansias libertarias. Salvadas las discrepancias innegables, y poniendo a Cuba siempre por delante, quedó sellada la unidad entre tres imprescindibles (Gómez, Maceo y Martí) y, por tanto, una certeza se abrió paso de manera irrefrenable: nada detendría la revolución.
Aunque nos parezca un poco contundente y apasionada la afirmación, me atrevo a declarar que la prédica y la actuación martianas fundieron el alma cubana en torno a los fines emancipatorios. Muy conocido es el decisivo papel que en este sentido desempeñó el Partido Revolucionario Cubano (PRC) como el partido político de la unidad nacional para expulsar a España de Cuba y conducir la revolución social en la república.
Lejos de producir desaliento, los incidentes que registra la historia en Fernandina agitaron más los ánimos de los emigrados, que estaban impresionados ante la magnitud del proyecto martiano, cuyos resultados no imaginaban siquiera los más optimistas en las filas revolucionarias. El levantamiento se fijó para el 24 de febrero de 1895, domingo de carnavales.
Ese día inolvidable, un huracán de rebeldía se extendía a lo largo de la Isla. Solo en el territorio que hoy comprende la provincia de Granma, se consumaron 16 pronunciamientos. Veteranos de la llamada Guerra Grande se unieron a los Pinos Nuevos en este arrastre lleno de frenesí. En particular, Baire escuchó el grito de guerra en la tarde, y ya a esa hora, en varios puntos de la geografía oriental, se escuchaba la consigna de ¡Viva Cuba libre! Las fuerzas insurrectas se apoderaban de los fuertes de la guardia civil.
Así mismo sucedió en el centro y el occidente del país: fue como una polea que empujaba, y los alzamientos se multiplicaron en varias jornadas. Por esta razón, los estudiosos plantean que otra vez tronó en tierra cubana el grito de ¡Independencia o muerte! Se cumplió la máxima cespedista de no permanecer de rodillas.
En su trascendental ensayo Nuestra América, ya el Apóstol había expresado la vocación inalienable de servir con la unidad de todos. Este magistral texto finaliza con una exhortación clara:
“¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora, del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!”.
Idea que es recurrente en otros trabajos de su prosa elegante y reflexiva, a tal punto que se convirtió en una obsesión de desvelo e inquietud. En su inconfundible pieza oratoria Con todos, y para el bien de todos lo declaró poéticamente: “… las palmas son novias que esperan: y hemos de poner la justicia tan alta como las palmas”.
Como otra Guerra Necesaria, el 24 de febrero de 2019 aportó uno de los hitos de la Revolución Cubana en los tiempos recientes. Luego de 124 años del reinicio de las luchas por la independencia, la fecha acogió el referendo para una nueva Constitución, cierre de un proceso que movilizó a todo el pueblo.
Este 2024 es un año de celebración democrática: se cumplen los primeros cinco de dicho referendo, el próximo 24 de febrero, e igualmente un lustro de la proclamación de la Constitución, el 10 de abril.
Entonces… el eco de aquel grito continúa escuchándose. Sigue prevaleciendo el principio de que la ley primera de nuestra República es el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.