Fermín Gómez amaba con locura a su mujer Serafina y a la criatura que tomaba forma en el vientre de ella. Su amor incondicional lo condujo a invertir hasta el último centavo de sus ahorros en la libertad del niño que estaba por nacer.
La pareja de esclavos vivía en el ingenio azucarero Vellocino, en Sabanilla del Comendador, provincia de Matanzas. Allí tuvieron el 12 de julio de 1854 a su hijo Juan Gualberto Gómez para quien soñaron un futuro próspero, a pesar de lo poco que podían ofrecerle con sus limitadas posibilidades.
El chico crecía avispado y despertaba el orgullo de sus padres. Estos lograron libertarse con el tiempo y reunir lo suficiente para mudarse a La Habana, donde proporcionarían una mejor educación a su pequeño. En ese proyecto contaron con la ayudad de doña Catalina Gómez, dueña del ingenio, quien sentía un cariño especial por el niño.
Lo inscribieron en el colegio Nuestra señora de los desamparados, una de las mejores escuelas para negros de la capital, y a los 15 años partió rumbo a París, a aprender el oficio de artesano en la construcción de carruajes. Era excelente en los estudios y se le daba muy bien el francés, habilidad que le permitió servirle de traductor al patriota cubano Francisco Vicente Aguilera, durante el periplo que este último realizara por Europa con el fin de recaudar fondos para la independencia cubana.
Esa palabra de independencia caló hondo en el alma de Juan Gualberto. Desde su niñez había anhelado la libertad para los hombres de su raza que continuaban siendo esclavos y ahora su sueño le parecía más cercano.
Su retorno a Cuba en 1878 le permitió conocer a José Martí. El primer encuentro de ambos tuvo lugar en el bufete del abogado habanero Nicolás Azcárate.
En su libro Martí, maestro y apóstol, el escritor Carlos Márquez Sterling profundiza en ese episodio y describe a Juan Gualberto como un mulato de mediana estatura, pelo crespo y abundante y labios gruesos, que sonreía ingenuamente:
“(…) Martí y Juan Gualberto son casi de la misma edad. Juan Gualberto habla con talento, tiene una gran simpatía en sus expresiones, una sonrisa llena de astucia, unos ojos comprensivos. Los labios carnosos no abandonan jamás un enorme tabaco (…) El hecho de pertenecer a una raza maltratada y perseguida, injustamente considerada, lo hace mejorarse, dominado por la fe de que han de lograr su libertad».
En el periodismo halló su verdadera vocación. El oficio le había valido en Francia para sustentarse y ahora lo usaba como punta de lanza contra el colonialismo español y la discriminación racial.
Publicaciones como La Fraternidad y La Igualdad acogieron sus artículos valientes, que eran leídos e intercambiadas de mano en mano por personas asombradas de que alguien osara gritar aquellas verdades en las propias narices de las autoridades coloniales.
“Él quiere a Cuba con aquel amor de vida o muerte y aquella chispa heroica con la que ha de amar en estos días de prueba quien la quiere de veras. Él tiene el tesón del periodista, la energía del organizador y la visión distante del hombre de estado”, apuntó José Martí sobre el cronista. La confianza que le tenía era tan alta que lo nombró delegado del Partido Revolucionario Cubano en la Isla.
El 24 de febrero de 1895 Juan Gualberto participó en el alzamiento de Ibarra, en su natal Matanzas, acorde con el plan de levantamientos simultáneos proyectados para dar inicio a la Guerra Necesaria.
Aquel que hasta ese momento solo había batallado a golpe de letras, empuñaba por vez primera sus armas en la lucha por sus ideales.
La acción combativa de Ibarra fracasó al no contar los patriotas con un líder militar, pues el jefe de la operación, el general Julio Sanguily, había sido apresado en La Habana.
Apenas cinco días después de estos sucesos, Juan Gualberto se vio obligado a entregarse a las autoridades de Sabanilla, tras un intento inútil por encontrar otros núcleos armados.
Lo condenaron a prisión en los calabozos de Ceuta y Valencia y ya no retornaría a su Patria hasta 1898.
El fin de la dominación española no supuso el cese de su lucha, sino más bien el reconocimiento de un enemigo más poderoso: el imperialismo estadounidense, que tras el fin de la guerra hispano-cubano-norteamericana, había plantado bandera en Cuba y hacía en ella su voluntad.
La protesta que el prócer matancero lanzó contra la Enmienda Platt en la Asamblea Constituyente de 1901, las críticas que publicó en relación con la injerencia y su prédica toda constituyeron un ejemplo de la continuidad del pensamiento antimperialista martiano, en una época en que el legado del Apóstol estaba prácticamente silenciado.
El 10 de mayo de 1929, en el Teatro Nacional, le otorgaron la Orden Nacional del Mérito Carlos Manuel de Céspedes. La ceremonia fue regida por el presidente Gerardo Machado, blanco recurrente de las críticas de Juan Gualberto, por los manejos turbios de su administración y por su política abusiva.
En sus palabras de aceptación, el homenajeado expresó: “No tengo esta noche ideas distintas a las que tenía ayer y el general Machado ni un solo instante ha creído que yo habría de cambiar mi cerebro, ni habría de variar mis sentimientos”.
Ningún homenaje, galardón o soborno conseguirían doblegarlo jamás. Juan Gualberto murió con su dignidad intacta, el cinco de marzo de 1933, en una casa de madera pobre y estrecha, que abrigó los últimos días de aquel hombre grande, más grande incluso de lo que soñaron sus padres en los días lejanos del ingenio Vellocino.
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Fuentes consultadas
Acevedo, J. (2020)Juan Gualberto Gómez: entre la pluma enérgica y la independencia. Fiscalía General de la República de Cuba.
Peña López, M. (S/F) Juan Gualberto Gómez, amigo y delegado personal de Martí en Cuba. Vanguardia.