«Me estoy asfixiando», decía desesperado George Floyd bajo la rodilla asesina de un policía de Mineápolis. «Me estoy asfixiando», dice ahora mismo un niño cubano con una enfermedad cancerígena, que necesita un medicamento estadounidense que el bloqueo no permite adquirir.
El imperio asfixia, discrimina, divide, mata. Es la esencia de un sistema basado en el individualismo excluyente, en la injusticia rampante, en la prepotencia avasalladora. Mata tanto el racismo denigrante en la nación norteamericana como el absurdo bloqueo contra Cuba.
Donald Trump y su gobierno son expresión ácida y perversa de esas esencias. Su discurso xenófobo y ultranacionalistas, sus acciones divisivas y amenazantes, su egolatría y menosprecio por los semejantes tiene devastadoras consecuencias tanto dentro de su país como en el resto del mundo.
Su desdén ante la COVID-19 ha posibilitado más de 100 mil muertes en la economía más poderosa del planeta, sus discursos inflamatorios cargados de odio han avivado el racismo y la discriminación en la dividida sociedad estadounidense, su política exterior aislacionista ha barrido con tratados internacionales y ha excluido a Estados Unidos de numerosos espacios de concertación y diálogo mundiales, su pose de guapo de barrio ha acentuado conflictos bilaterales y regionales y ha estimulado convulsiones y peligros.
Cuba, en particular, ha sufrido los embates de esta administración. Decenas de medidas para reforzar el bloqueo económico, comercial y financiero contra el país han sido tomadas en el último año y medio. Cortar los suministros de combustibles al país, cerrar los flujos de divisas, meter miedo a los inversionistas extranjeros y los bancos internacionales, denigrar las misiones médicas cubanas en el exterior, golpear a la vital industria turística, han estado en el centro de las decisiones de Washington.
Cuando el mundo enfrenta una letal pandemia y el llamado a la cooperación y la solidaridad ha sido el reclamo de la ONU, la OMS, los No Alineados y cuanta persona sensata hay en este planeta, Estados Unidos sigue comportándose como el rufián y abusador habitual. Se roba las mascarillas destinados a otros, cierra la venta de ventiladores hasta a su vecino más cercano, busca satanizar a China e intenta culpar a la OMS de la desastrosa gestión sanitaria de la Casa Blanca, refuerza el bloqueo contra Cuba.
Nuevas medidas han sido anunciadas por Washington contra entidades cubanas, con lo que suman mucho más de 200 las que integran una inmoral lista negra. Entre ellas incluyen a la financiera encargada de encauzar las remesas de los cubanos en el exterior hasta sus familiares. También arremetieron contra la hotelera Marriot, la única empresa estadounidense con negocios en Cuba, más allá de las telecomunicaciones. Un ejemplo, por cierto, de la falta de escrúpulos del inquilino de la Casa Blanca, quien como empresario del turismo está aprovechando su cargo para arremeter contra un competidor.
La pretensión es asfixiar a los cubanos. O hacernos rendir, o estrangularnos como a George Floyd.
No sólo nos impidieron el acceso a los ventiladores necesarios para aumentar el equipamiento de nuestras salas de terapia y obstaculizaron el envío desde China de un significativo cargamento solidario, sino que pretenden evitar que Cuba adquiera las divisas necesarias para mantener el extraordinario programa integral de atención a los enfermos y sospechosos de COVID-19 y a la población en general. Además de golpear las compras de alimentos necesarios para el pueblo, una parte importante de los cuales son importados.
Frente al odio y la soberbia imperial se levanta la entereza y la solidaridad de los cubanos. No sólo se ha librado una batalla organizada y eficiente frente a la pandemia en el país -con resultados reconocidos por organizaciones internacionales y medios diversos como Time, Newsweek, The Guardian y otros-, sino que Cuba ha ofrecido con modestia su ayuda a otras naciones para ayudarlas a enfrentar la terrible enfermedad.
Hoy regresan victoriosos los 52 valientes que se fueron a la Lombardía italiana a compartir esfuerzos y suerte con el personal de la salud de aquel hermano país. Ellos son parte de un Contingente cuyo nombre empieza a ser reconocido en el mundo por su eficacia ante desastres y su altruismo, y que ha desplegado en medio de la pandemia a 34 brigadas en 27 países, con un total de 3337 integrantes, de ellos, 2014 mujeres.
Esos «vencedores del dolor y la muerte» como los calificó Fidel, están dando un ejemplo formidable de los altos valores en que se forman y el espíritu humanista que los impulsa. Hay 1182 de ellos que están atendiendo directamente casos positivos a la COVID-19 en los países donde están. En total han atendido 67 553 pacientes y han salvado 2 091 vidas.
Al aporte solidario de estas brigadas de emergencia se suman los esfuerzos de las 58 brigadas médicas que ya se encontraban desplegadas en igual cantidad de países del mundo, y cuyos integrantes han atendido a otros 39 mil 230 pacientes en estos meses, con 7 189 vidas salvadas.
Mientras el imperio asfixia, Cuba Salva