El próximo domingo 31 de marzo estaremos celebrando nuevamente el Día del Libro Cubano, y con ello evocaremos un momento muy singular de aquellos primeros tiempos del triunfo revolucionario: me refiero a la creación de la Imprenta Nacional de Cuba, cuyo primer director fue, nada más y nada menos, que Alejo Carpentier.
Por sugerencia del propio Fidel, el primer libro publicado fue El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes y Saavedra, considerado la obra cumbre de la literatura española, con una tirada de 100 000 ejemplares, hecho que avala cómo desde bien temprano existió una visión acertada en cuanto a política cultural y, específicamente, en torno a la relación entre lo nacional y lo universal.
Autores clásicos de las más diversas latitudes como Balzac, Víctor Hugo, Hemingway, Lorca, Rulfo, junto a lo más valioso de la cultura insular como José Martí, Nicolás Guillén y Heredia, se dieron la mano en el noble afán de formar adecuadamente a un público lector.
Más adelante se funda el Instituto Cubano del Libro y se conforma todo un sistema de editoriales nacionales y provinciales, las cuales han ido ganando espacio e impacto en toda la población. Las Ferias del Libro han devenido verdaderos acontecimientos en el ámbito espiritual y su repercusión es ya de una resonancia ilimitada.
La ocasión nos invita a hacer un grupo de reflexiones en torno al proceso de la lectura, considerado por la mayoría de los especialistas como uno de los más complejos y exigentes, tanto por sus implicaciones como por sus interconexiones.
Primero que todo, como premisa debemos entender que “leer es comprender”, es decir, el acto de la lectura no se reduce al aspecto físico que solamente sería lo más epidérmico. Cuando leemos, se reúnen no pocas operaciones intelectuales que han motivado se les compare con un gimnasio mental. Hay que andar con los ojos bien abiertos y someter todo lo que se lee a un suspicaz, reflexivo, creador y personal acto de aprehensión inteligente y emocional.
La huella de los enfoques abordados sobre esta temática que han dejado en mí textos como Invitación a la lectura, de Camila Henríquez Ureña; Lo que los libros traen, de Leticia Rodríguez Pérez y El pequeño drama de la lectura, de Beatriz Maggie, constituye una evidencia tan clara, que negarlo sería inadmisible y hasta una manifestación de falta de honestidad profesional. Las tres escritoras destacan el carácter enriquecedor de la lectura, o sea, las tres parten de la certeza hecha convicción de que “Leer es crecer”, al decir del Maestro.
Otras problemáticas se discuten en la actualidad, digamos, la que tiene que ver con los tipos de lectores y lecturas, o las que se conectan con las teorías más recientes sobre la recepción, incluso, el estudio sobre los llamados mediadores, tales como bibliotecarios, libreros o promotores. Pero consideramos que lo esencial ahora es saber motivar para lograr enseñar a leer, lo que implica el desarrollo de hábitos y habilidades que lo faciliten. Y el presupuesto será percibir la lectura como un valor.
La otrora moderna querella ha ido envejeciendo porque imperceptiblemente el tiempo va pasando y el “sin sentido” de ver la supuesta contradicción como algo insalvable entre la lectura en soporte papel y en soporte digital, cada vez se nos convierte en una polémica más estéril, sobre todo, desde el punto de vista pragmático. Y ello es así, porque hasta el concepto de libro se ha ido flexibilizando como la respuesta más lógica ante el peligro de su sobrevivencia.
El libro tiene garantizada su permanencia, ya que por encima de su formato será siempre fuente inagotable de conocimiento y placer. Definitivamente, los libros traen las palabras y las palabras conducen a los libros, con independencia de su formato o naturaleza. Lo verdaderamente importante es que nosotros vayamos hacia ellos, sin importar mucho las preferencias que tengamos en torno a su corporeidad.
Abramos entonces el libro, o el e-book, y oigamos qué tiene que decirnos su lectura para constatar que también nosotros, los lectores, debemos abrirnos con renovadas expectativas mientras ocurre “el milagro” de decodificar un mensaje.