Este 21 de mayo se conmemoran 70 años de la develación en el Pico Turquino del busto de José Martí. Desde entonces, la mayor elevación de Cuba tiene dos metros más.
Quizás por el tiempo transcurrido, o porque está allá en lo más alto e inhóspito del país, o por esa dejadez que a veces nos caracteriza, se ha echado a un lado esta parte de nuestra historia estrechamente ligada a Pinar del Río.
El historiador Jorge del Valle González, biógrafo de Jilma Madera Valiente, autora de la obra, la expone tal como la conoció por boca de la escultora pinareña con la que se vinculó estrechamente durante 14 años, profundizada además por las investigaciones que él ha realizado al respecto.
EL ORIGEN
La idea de homenajear en algún momento al Maestro con un busto colocado en una montaña cubana pertenece a las hermanas Emérita y Sila Segredo Carreño.
Desde su casa-bodega en la esquina de las calles Este Hospital y Alfredo Porta, en la capital pinareña, y en sus viajes a la finca del abuelo paterno contemplaban desde niñas el Cerro de Cabras, elevación insigne de Vueltabajo, a tal punto que aparece en el escudo oficial de la provincia.
Martianas por vocación y convicción, desde finales de los años ‘40 pensaron en rendirle homenaje a José Martí colocando un busto en esa montaña.
Maestras ambas, pertenecían a la asociación de esos profesionales existentes en Pinar del Río y que en su momento decide rendirle homenaje a María de los Ángeles Baylina, una pedagoga de la localidad con sobradas virtudes para ser reconocida en vida.
Por su relación con Jilma Madera, porque las tres eran parte de la asociación de antiguos alumnos del seminario martiano de la Universidad de La Habana, las Segredo le hablan para que haga el busto de la Baylina y así es como se conocen la escultora y la maestra.
Al saber del propósito, la profesora se niega a que se le haga ese tipo de reconocimiento y a que el parque situado frente al centro escolar anexo a la Escuela Normal de Maestros llevara su nombre. María de los Ángeles expresó que debía llamarse José Martí y situar en él un busto del patriota, algo que a su parecer también debía incentivarse en cada plantel estudiantil.
Ante la proximidad del centenario del natalicio del Apóstol, las Segredo le proponen a Gonzalo de Quesada y Miranda, al frente del Seminario Martiano, colocar un busto en la elevación pinareña.
Finalmente se acordó ubicarlo en el Turquino, y para ello no tenían que hacer gestiones oficiales porque Quesada tenía martianos a lo largo de todo el país y esas personas contribuirían al homenaje sin poner reparos.
Hay que destacar que para cumplir su propósito tuvieron que solicitar el permiso del marqués Álvaro Caro, propietario entonces de la finca en la que está enclavada la elevación: ¡Sí, porque increíblemente el Turquino tenía “dueño”!
LOS PREPARATIVOS
Se decide utilizar una copia del busto que Jilma había hecho para la Fragua Martiana, porque durante su visita a Cuba en enero de 1953, María Mantilla expresó que la obra de la pinareña era la que más se le parecía al Martí que ella conoció.
Además, se requirió de la cooperación técnica del Instituto Cubano de Arqueología (ICA) y del diseño realizado por el arquitecto Antonio Luis Sánchez, proyectista de la Fragua Martiana.
En la coordinación y realización de la idea fue decisivo el doctor Manuel Sánchez Silveira, delegado del ICA en Oriente, al designársele director técnico del proyecto, aunque la dirección general estuvo a cargo de Gonzalo de Quesada.
De la labor del doctor Sánchez, como ella le llamaba, Jilma expresó que fue decisiva porque él se ocupó de ejecutar la idea y de subir con el grupo hasta el Turquino, pese a sobrepasar los 60 años, porque había nacido en 1886.
Tanto el busto –de 163 libras de peso– como la tarja que se colocó en el obelisco se fundieron en bronce en los talleres del Ministerio de Obras Públicas.
LA EXPEDICIÓN
El 17 de mayo de 1953 parten de La Habana hacia Santiago de Cuba las tres pinareñas junto a otros acompañantes, el 18 llegan a la ciudad oriental, y el 19 bien temprano hacen una guardia de honor en el monumento al Héroe Nacional en el cementerio Santa Ifigenia, para más tarde abordar una embarcación que les lleva hasta Ocujal del Turquino.
Es el 21 en la mañana que emprenden la subida hasta la elevación, acompañados de varios obreros que cargan el busto, la tarja y otros materiales. Además, integran la expedición el doctor Manuel y su hija Celia Sánchez Manduley, incorporada al grupo para dejar constancia fílmica y fotográfica del suceso, y el doctor Roberto Pérez de Acevedo, presidente del Instituto Nacional de Arqueología.
Del Valle González aclaró que Jilma y Celia se conocieron en esa ocasión, aunque a partir de entonces las unió una profunda amistad.
Y contó el historiador que la escultora narraba una anécdota: fue Celia la que descubrió que al grupo se le quisieron unir unos soldados del ejército disfrazados de campesinos a los que les habían indicado espiarlos.
Como dato curioso está que el busto original creado por Jilma es un Martí pensador, al estar su cabeza algo inclinada hacia abajo, mientras que el colocado en el Turquino es un “Martí celador”, tal como lo calificaba la escultora, porque los albañiles que lo trabajaron calzaron la obra para que quedara mirando hacia el horizonte por donde sale el sol.
La frase de nuestro Héroe Nacional escogida para colocarla en el obelisco fue la propuesta por Jilma, y es un mensaje para todos los tiempos: “Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con entraña de nación, o de humanidad”.
Una vez colocado el busto, en un asta improvisada se iza la bandera y se procede a develar la obra.
MÁS ALLÁ DE LA CUMBRE
En su conversación con este periodista, el historiador pinareño insistió más de una vez en algo que debe tenerse siempre muy presente: “Cuando un pueblo empieza a olvidar o a desconocer su historia, ese pueblo desaparece”.
Coincidentemente, y sin que ninguno de los grupos supiera lo que hacía el otro, mientras tres pinareñas y varios martianos de otras partes del país rendían tributo a José Martí con la colocación del busto en el Turquino, otro contingente de jóvenes, un gran número de ellos pinareños, se preparaba para, 65 días después de aquel 21 de mayo, lanzarse a buscar la libertad de Cuba con los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en el oriente.
También es significativo que el 28 de abril de 1957 Fidel subió con el grueso de sus compañeros de lucha hasta el obelisco en el Turquino para lanzar al mundo el mensaje de que en Cuba se peleaba por la libertad con las armas en la mano, siguiendo la máxima martiana de que “Culminan las montañas en picos y los pueblos en hombres”.