La maternidad no es esa imagen edulco- rada por patrones publicitarios, es un acto de amor, tan grande, que duele, y la natu- raleza, a salvo de yerros, puso una cuota de sufrimiento en el parto como preludio.
Tampoco es una transición divina hacia la perfección, es un camino de aprendiza- 5 je diario en el que priman las buenas inten-
Y pese a todo, esa demanda es el mejor oficio del mundo, porque la maternidad es la elección por voluntad propia de crear vida y cultivarla, sin otra aspiración que disfrutar del esplendor del fruto.
En el trayecto hay tiempos de inundaciones y sequías, de plagas, adversidades… Y tam- bién de bonanza, buena cosecha y felicidad.
La dicha de una madre depende de la de sus hijos y llega en la primera risa desden- tada, inseguros balbuceos, pasos tambalean- tes y se afianza en el alma con garabatos que crecen hasta ser trazos, palabras que se con- vierten en frases, manotazos que evolucionan a caricias…
En el descubrimiento cotidiano de que se es prescindible, porque esa prole creció y va pisando sobre terreno sin hollar, haciendo eso que llamamos vida.
La dicha de una madre no depende de éxitos -que la regocijan- sino de la alegría que haya en el cuerpo que for- mó parte del suyo, y en cuanto de ella, le sea permitido disfrutar.
La dicha de una madre está en el amor que le den sus hijos, que es la única recompensa a la que aspira. Tengan todas ese regalo este domingo, ocho de mayo, Día de las Madres. Felicidades.