La bella princesa Tiana, con mucho miedo dijo: –¡No, no!, ¡no te me acerques feo sapo! –Espere por favor bella señorita, dijo este, solo soy un sapo inofensivo… Le pido me disculpe el atrevimiento, pero si usted fuera tan amable de darme un beso yo volvería a ser humano.
La princesa se hizo atrás y dijo: –¡¿Yo besar a un sapo?! ¡no, que asco!, ¡no puedo hacer eso! –¿Por qué dice eso señorita? Dijo el sapo: –Yo en realidad soy un príncipe…
Ese cuento de hadas en que la princesa besa a un sapo para acabar felices, no habría sido posible si la princesa padeciera de bufonofobia, un tipo de trastorno de la ansiedad que muchas personas experimentan como un miedo exagerado e irracional a este anfibio y lo transmiten de persona a persona, al igual que sucede con la ranidafobia, que es el miedo a las ranas.
Y aunque el cuento va dirigido a los niños, estos pueden reconocer que ranas y sapos no representan una amenaza en sí; sin embargo, experimentan una serie de emociones propias de un estado de ansiedad elevado como gritos, temblores, llanto y aumento de los latidos del corazón, cuando se les acosa con uno de estos anfibios.
Los psicólogos apuntan que al igual que el resto de las fobias, es prácticamente imposible determinar con exactitud el origen de este miedo irracional, pero casi siempre se adquiere desde niño, con la observación de conductas en los adultos, por lo que pueden ser su causa.
Aunque existen terapias cognitivo-conductuales que son altamente efectivas para ayudar al fóbico a racionalizar su aprensión, los bufonofóbicos y ranidafóbicos deben tratar de exponerse gradualmente al objeto del miedo y educarse con el aprendizaje y la comprensión para superarlo. Las ranas y sapos son parte esencial del ecosistema y desempeñan un papel en muchas cadenas alimentarias.