José Martí no solo fundó el Partido Revolucionario Cubano, sino que fue uno de sus más ejemplares y consecuentes militantes. Cuando, el 10 de abril de 1892, se hizo pública la organización política creada para organizar y llevar a cabo la batalla por la independencia de Cuba, el Apóstol había dedicado largos y arduos empeños a su gestación.
En lo adelante, a tan extraordinaria e imprescindible obra consagraría energía, pensamiento, activismo y disciplina. Vocación y voluntad de una militancia encarnada con modestia y sentido del deber, con conocimiento de causa y compromiso raigal, como expresó en 1889 en una carta a Gonzalo de Quesada: «Es que vivo por mi patria, y por su libertad real, aunque sé que la vida no me ha de alcanzar para gozar del fruto de mis labores, y que este servicio se ha de hacer con la seguridad, y el ánimo, de no esperar por él recompensa».
Nunca vio Martí al Partido como agrupamiento coyuntural ni cúpula inaccesible ni secta privilegiada. «Los partidos políticos que han de durar, los partidos que arrancan de la conciencia pública; los partidos que vienen a ser el modo visible del alma de un pueblo, y su brazo y su voz; los partidos que no tienen por objeto el beneficio de un hombre interesado, o de un grupo de hombres, –no se han de organizar con la prisa indigna y artificiosa del interés personal, sino, como se organiza el Partido Revolucionario Cubano, con el desahogo y espontaneidad de la opinión libre…».
En su ejercicio como Delegado se diría, en términos actuales, que armonizó la teoría y la práctica, la prédica como acción política y organizativa: sustentar argumentos y razones e irradiarlos en cuanto ámbito fuera pertinente y necesario.
Siete años después de su caída en Dos Ríos, Máximo Gómez –quien afirmó: «no he conocido otro igual en más de treinta años que me encuentro al lado en su lucha por la independencia de la Patria»–, dio testimonio de la entereza martiana, de cómo se sobrepuso a dificultades quizá para otros insalvables, de la manera en que se levantó no solo de sí, sino por todos los que abrazaron su fe en la victoria: «… llegó un momento para Cuba –contó Gómez– en el que Martí debía completarse y se completó, y he aquí desde donde yo lo he visto grande y hermoso y adonde muy pocos tuvieron la ocasión de contemplarlo, consumando el mayor de los sacrificios: franco, sencillo y resuelto, sin que pudiese esperar halagado el aplauso, porque en la guerra todo es duro y escueto. Frente a la muerte no se puede mentir; hasta allí no se puede llegar sino desnudo de ficciones».
En tiempos de fundación, Martí proclamó: «El Partido Revolucionario Cubano es el pueblo cubano». En estos nuevos tiempos de fundación, el Partido Comunista de Cuba lo es también de la Patria toda, del pueblo que representa.