Llegó el dos de diciembre de 1956 como uno de los expedicionarios del Granma. Fue el último en ser aceptado en el grupo en México. Le tuvo desde siempre una confianza absoluta a Fidel, un sentimiento recíproco que se valida en las históricas frases: “¿Voy bien, Camilo?” y “Contra Fidel ni en pelota”.
Al Che era el único que podía propinarle jaranas y chistes, con el argentino formó una amistad entrañable que le ganó su cariño y afecto. “Camilo está hecho de león en todo y es mi confianza absoluta”, dijo el Guerrillero Heroico.
Y es que Camilo había brillado en los combates de Bueycito, El Hombrito y Pino del Agua. Su valentía y arrojo lo convirtieron en el Señor de la Vanguardia y le granjearon el respeto de un pueblo que, al triunfo de la Revolución, lo abrazó con amor desmedido enamorado de esa sonrisa amplia y sincera que no dejaba indiferente a nadie.
Porque Camilo tenía la humildad heredada de una infancia surgida en la barriada de Lawton, que no se desprendía de su carisma y que aún en los momentos más adversos, era capaz de divertir a los más serios.
El sombrero alón, que tan bien le asentaba, lo distinguía por encima de los barbudos y, aunque quiso llegar a esta tierra al frente de la invasión en 1958, reconoció que quedaba para Maceo el mérito histórico de haber sido el único en coronar tamaña hazaña.
Fue designado jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde en los primeros días de 1959 y supo estar a la altura de la responsabilidad dada. Mantuvo su palabra de ser fiel a la causa emancipadora así como había escrito a Fidel cuando, por sus notables méritos, lo ascendieron a Comandante: “…Gracias por darme la oportunidad de servir más a esta dignísima causa por la cual siempre estaría dispuesto a dar la vida. Gracias por darme la oportunidad de ser más útil a nuestra sufrida Patria.
“Más fácil me será dejar de respirar que dejar de ser fiel a su confianza. Siempre a sus órdenes”.
El fatídico 28 de octubre de 1959, al regresar de Camagüey, tras cumplir la orden de detener al traidor Hubert Matos, el avión en que viajaba –a causa del mal tiempo– desapareció.
Un pueblo entero se lanzó a búsqueda durante días. Infructuoso resultado. Dejó una estela de tristeza y sentimiento que hoy, 63 años después, perdura en el pueblo que acude a lanzar flores al mar en señal de perpetuo respeto.