Es una verdad innegable el hecho de que lo único que nunca nos van a quitar es lo que sabemos. Podemos perder cosas, personas, oportunidades, pero todo eso, inclusive más, es recuperable mientras tengamos la capacidad de continuar trabajando o “luchando” por lo que queremos.
La fama, la riqueza, las grandes cosas no se construyen ni se alcanzan en un día, son resultado de un largo proceso, que no es lineal, en él hay caídas, tropiezos, pausas, dudas, e incluso, desconocimiento, lo que cuando se llega a la cima, es tan grata la sensación, que esas dificultades, de repente, no parecen tan severas.
Constantemente se nos vende la idea de una vida feliz, fácil y rápida: la casa moderna, el carro del año, los viajes costosos, los hoteles de lujo, las prendas; como si tener esas cosas fuera suficiente y no requiriera de mucho esfuerzo o alcanzarlas cuestión de simples actos, que además no demandan un gran sacrificio.
Mensajes subliminales que se instalan en nuestro pensamiento, al igual que parásitos a través de las redes sociales (Facebook, Instagram, X, WhatsApp), los amigos que ya llegaron a lo que llaman o venden por un mejor destino, la televisión, los videos musicales, por solo mencionar los de mayor uso y alcance.
En una lectura simple, y de percepción pasiva, es hasta lógico construirse la idea de que ser atractivo, joven, arriesgado y tener acceso a internet son los requisitos básicos para obtener la fortuna, que, de hecho, dedicar tiempo a la autopreparación; las actividades de superación profesional, intelectual; leer; ejercitar el pensamiento; aprovechar el tiempo libre en aprender idiomas, sobre otras culturas, por ejemplo, es realmente perder.
Pues lo importante no es ir al gimnasio por la salud, sino para tener un cuerpo que responda a los estándares de belleza, hacerse la foto, publicarla y dejar que los demás vean, aprueben con sus comentarios.
Ya no basta con salir, existe la demanda de ir al lugar de moda, aunque sea con presupuesto justo, el fin es dejar evidencia y que los otros sepan, es un círculo vicioso del que solo somos marionetas.
Perder la esencia, quedarse en lo superficial, con la primera lectura de las personas a nuestro alrededor, de las situaciones que nos involucran es tan severo como estar enfermo en un hospital.
En medio de esta realidad, que no por consabida deja de estar terriblemente latente a nuestro alrededor, se ha generado una crisis en lo que refiere al valor del estudio.
Actualmente no se ve la utilidad a la consagración que conlleva una formación superior cuando se presentan otros caminos, que a su favor cuentan con la rapidez, el menor sacrifico y la alta remuneración.
No obstante, sí lo tiene, porque sacar el mejor provecho de cada situación, desarrollar el pensamiento, la capacidad de análisis, tener una formación integral, cultura general son virtudes que abren puertas en cualquier puesto de trabajo, incrementan las posibilidades de éxito y favorecen un espíritu crítico, lo que es elemento esencial para tomar buenas decisiones, y esas son capacidades que se adquieren, por lo general, en la universidad.
La juventud no es eterna, los 20 años no duran toda la vida, y cuando pase lo superficial es importante remitirse a lo inmaterial, a la capacidad para entablar una conversación, la sensibilidad que requiere disfrutar de una película, canción, obra de arte, ir al teatro o, simplemente, sentarse a intercambiar con un amigo.
No todas las personas inteligentes tienen un título universitario, porque la genialidad, al igual que la bondad, no requieren únicamente de la academia, pero sí comparten el interés por buscar en otros horizontes el conocimiento que les permita llegar a donde quieren.