Era domingo pasadas las seis de la tarde. En el tramo desde Candelaria a Pinar del Río, por la Autopista Nacional, llamaba la atención un tumulto a cada rato. En algunos puntos, la aglomeración era de motos; en otros, la caravana de volantas y carros de caballo plagaba una de las sendas de la vía.
No se conmemoraba nada aquel domingo. Luego supe que cualquier otro día de la semana, otras arterias de la ciudad y otros horarios pueden ser elegidos por quienes ya son asiduos a las carreras ilegales de motos y de vehículos de tracción animal.
He leído por ahí que algunos deportes extremos como los de carrera, se asemejan a las adicciones; que sentir la adrenalina a todo tren no tiene comparación, y que es muy difícil separarse de esa sensación que da desafiar la velocidad y saberse victorioso al llegar a la meta.
Pero en los deportes extremos existen requisitos de seguridad que incluyen la vestimenta y los accesorios adecuados para proteger al corredor, también hay parámetros técnicos que avalan el estado óptimo del vehículo y, por supuesto, de la vía por donde se compite.
¿Acaso se tiene en cuenta el mínimo de estos aspectos cuando se pacta un “evento” de este tipo? ¿Hasta dónde llega la impunidad por estos días? ¿Son estas carreras un acto de diversión, y nada más?
El Artículo 108 de la Ley del Código de Seguridad Vial prohíbe las competencias de velocidad en la vía, excepto en casos autorizados por el Ministerio del Interior (Minint).
El “128”, por su parte, establece que, ante la detección por la autoridad competente de vehículos involucrados en competencias de velocidad no autorizadas por el Minint, el conductor infractor con el vehículo es trasladado a la estación de la PNR más cercana para adoptar las medidas a imponer.
Como estos dos artículos mencionados, existen otros apartados en la norma legal referidos a los límites de velocidad, a cuestiones técnicas, e incluso, a la prohibición de que vehículos de tracción animal circulen por las autopistas.
Y no me voy a detener en denunciar lo que implica obligar a un equino a correr a punta de látigo y otros maltratos, porque sabemos que la Ley de Bienestar Animal solo se cumple en teoría, y a unos pocos les importa en la práctica.
Sin embargo, violar la ley no supone un problema para quienes se mueven en el mundo de las carreras ilegales. Pagar una multa o el decomiso de un vehículo son precios que están dispuestos a pagar con tal de hacer lo que les gusta, aunque no siempre el saldo sea económico.
En 2023, Cuba registró una disminución de los accidentes de tránsito, pero una mayor letalidad en los ocurridos, y Pinar del Río fue una de las provincias con más ocurrencia de estos hechos en la vía.
Y sí, hay quienes encuentran en correr motos o carros de caballo su estilo de vida, y hasta viven de ello, pues son altas las sumas de dinero que se mueven en apuestas y otros negocios. No obstante, la mirada siempre hay que ponerla un poco más allá.
Aquel domingo pasadas las seis de la tarde, en uno de esos tumultos de la Autopista Nacional, la mayoría eran jóvenes, adolescentes. Cada uno con su chica detrás de la moto o con su cerveza en la mano.
En medio de ese furor, de aquella diversión, de toda la adrenalina que segregaban al lucir el mejor sonido o la mayor potencia, no importaba la ley ni la familia ni las consecuencias que puede traer un minuto de alta velocidad sin las garantías y las condiciones de seguridad que requieren.
Dicen que al ser humano le seduce el misterio de lo prohibido, y no es que esté mal apasionarse por algo, aunque sea peligroso o no cuente con la aprobación del resto. Todo lo contrario, pues cada quien tiene el libre derecho de vivir como desee. Pero, ¿dónde quedan los límites, el respeto, el sentido común?
Lo más lamentable, sin duda, son las secuelas que puede dejar un accidente: la madre que vivirá en eterno dolor por la pérdida de un hijo o el pequeño que tendrá que crecer sin el cariño de su padre.
Era domingo pasadas las seis de la tarde. En el tramo entre Candelaria y Pinar del Río, por la Autopista Nacional, se escuchaba el sonido estridente de tubos de escape y la algarabía acompañante de un tumulto.
Durante ese mismo trayecto, mientras procesaba aquellas escenas en mi cabeza y las consecuencias que podría traer para alguno de aquellos jóvenes, me golpeó el silencio de una imagen aún peor, a la vez que el auto en que viajaba era desviado por un oficial de la policía.
Los restos de una bicicleta abarcaban toda la senda, mientras un carro esperaba al otro lado para ser examinado por la técnica especializada. Pensé entonces en aquellas caravanas de muchachos desafiando la velocidad, pensé en la adrenalina y también en la muerte.