Los cubanos desde hace más de medio siglo, cada día están defendiendo la vida. Los festejos por el Primero de Mayo nunca han sido la excepción: se ha festejado en tiempos felices, en momentos de amenazas, en trincheras de combates y, la mayoría de las veces, marchando por plazas, parques y calles cantando e izando banderas.
Esta vez fue diferente la ocasión: celebrar desde la casa. El hogar que ha sido cuna, motivo de diversiones, sala de discusión proletaria, ahora lo hizo espectacular: festejar algo que en el mundo son reclamos, denuncias y enfrentamientos, mientras para los pinareños ha sido agradecimiento y solidaridad.
Esa trinchera que tanto se dice, esta vez fue en las casas, pero como es habitual para los cubanos, con su estirpe obrera y sin faltar la muestra de internacionalismo y solidaridad. Lo que otros años proclamamos en discursos, hoy se hace en una veintena de países, con soldados de batas blancas combatiendo la pandemia… y Vueltabajo con más de 80 de los suyos y otros miles en misiones.
Qué mejor discurso para mostrar la dignidad de los cubanos, que dejan protegidas a sus familias y salen, instrumental en mano, a calles de América Latina, el Caribe, Europa y África a salvar vidas.
Las consignas del Primero de Mayo esta vez no se pasearon, por el contrario, se demostraron; por ejemplo, mantener la producción de alimentos, asegurar todos los servicios a los suyos, terminar 150 nuevas viviendas, reinaugurar la Sala de Cuidados Intensivos del Pediátrico y aparte organizarse para seguir y hacer.
Las galas, los letreros y pancartas, las iniciativas obreras quedaron para otra vez, quizás el año que viene, pero en este el objetivo se logró.
El Primero de Mayo desde la casa siguió patriótico y solidario; la denuncia del bloqueo fue vigente, porque lo que se hace a diario es luchar contra la agresión y la ratificación por un futuro mejor, el optimismo y la esperanza por la que se trabaja cada día.