No pasa un día en la vida del cubano sin la respectiva dosis de altos precios o carencias de diversa índole, que pueden ir desde recursos vitales como el agua y la electricidad hasta dinero para garantizarle a tu hijo lo necesario para el nuevo curso escolar.
Pero también es normal que no pase un día sin que te enteres de que alguien cercano o conocido salió del país, por esta o aquella vía, dejando atrás todo lo conocido y amado para encontrar un mejor futuro.
“Cuba se está quedando vacía”, “el último que apague el Morro”, bromean algunos. Porque eso sí, nadie nos gana si de reírnos de nuestros propios males se trata.
Pero, no es en realidad una cuestión para reír o bromear, pues es un panorama bien desolador si analizamos el escaso crecimiento natural de nuestra población, el envejecimiento y la cantidad de muertes.
Por mucho que el día a día nos grite en el rostro que Cuba decrece en habitantes, cuando te espetan los números en una pantalla, el alma se dobla y miles de preguntas asaltan a la vez. Solo basta repasar el análisis del vicejefe de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (Onei) al referirse a la situación demográfica del país.
Y no solo me refiero a la emigración y al hecho de que hasta diciembre de 2023 más de un millón y medio de personas permanecían fuera de Cuba, o que el mayor porcentaje de pérdida de la población efectiva sea en edades entre 30 y 34 años.
El saldo migratorio es impactante y deja un hueco en muchas aristas de la vida en la Isla. Pero igual o peor, es que casi un quinto de la población supere los 60 años, que la cifra de muertes entre 2021 y 2023 casi duplique la de nacimientos y que se mantenga una tendencia a la contracción de estos últimos, al punto de que 2024 registre la cifra más baja desde el triunfo revolucionario.
Eso, sin contar que la fuerza laboral del sector estatal se ve cada día más eclipsada por las mieles que brinda el sector privado, y es que, en tiempos de crisis, en los que llevar la comida al plato es una odisea, la vocación muchas veces queda relegada a un plano secundario.
Con esos truenos y en medio de una situación tan compleja como la que cargamos a nuestras espaldas año tras año, llueven las interrogantes: ¿cuál será la fuerza productiva de Cuba en los próximos 10 años? ¿Cómo levantar una economía sin brazos jóvenes en el surco, en la industria, en la construcción? ¿Quién formará las nuevas generaciones de ingenieros, médicos, maestros?
A mi juicio, no es la solución flexibilizar el acceso a las universidades con la posibilidad de carreras a estudiantes suspensos ni que sean las mipymes el puesto laboral a que aspiren los adolescentes y jóvenes de hoy. Mucho menos que sea otro país el lugar soñado para materializar el futuro.
Urge encontrar caminos certeros para revertir esa tendencia a la contracción de la población. Es imperativo sentar las bases, desde edades tempranas y desde todos los frentes, para que esos jóvenes deseen un proyecto de vida en Cuba, con sueños que puedan materializar en su tierra, que crean que sí pueden luchar por ellos.
Como bien se hacía referencia en varias sesiones del Parlamento, hay que pasar de los proyectos a la acción; dejar atrás dilaciones y concretar decisiones que se vean reflejadas en la vida diaria del cubano de a pie.
Cuba tiene el reto enorme de enderezar su economía, pues de ello depende la estabilidad y hasta la vida de esa población que hoy solo gana poco más de 1 000 pesos de jubilación, y necesita medicamento y alimento.
Una generación que siempre acompañó y nunca flaqueó ante las vicisitudes del periodo especial porque creía en las bondades del Socialismo, y que a toda costa hoy merece protección.
Pero Cuba también tiene el desafío de hacer que el relevo se sienta parte, que confíe y crea, que ame y construya, sin bajar los brazos.