A los 11 años de edad, Pablo Agüero Guedes se proyectaba como un adulto. Solía hablarles a sus compañeros de aula de asuntos serios como la explotación de los obreros y las diferencias de clases existentes en el país, cuestiones que alarmaron al director del colegio habanero donde el niño cursaba sus estudios primarios.
Este mandó a buscar urgente a la madre del estudiante, una humilde mujer que lavaba lomas gigantescas de ropa para traer el pan a la casa. Procedente del poblado de Caibarién, en Villa Clara, había emigrado con sus retoños a la capital pocos años atrás.
-Su hijo discute de política y crea dificultades en el centro, señora, le dijo contrariado el director.
Ella prometió reñir a su muchacho, aunque en el fondo lo entendía. Soñaba que se hiciera ingeniero o se graduara de cualquier profesión digna; pero los escasos recursos de la familia obligaron al joven a apartarse de los estudios y dedicarse a los oficios de dependiente de quiosco y ayudante de albañil.
Durante el poco tiempo libre que le dejaba el trabajo leía vorazmente y entró en contacto con las ideas más progresistas de la época.
El 24 de julio de 1953, Pablo comentó a su madre que se iría unos días a Varadero con sus amigos y que posiblemente se llegaría hasta Santiago de Cuba para disfrutar los carnavales que por aquellos días tenían lugar en esa ciudad.
Su viaje sería hasta un punto más distante, Bayamo, donde en horas de la mañana del 26 de julio, junto a un comando de poco más de una veintena de hombres, atacaría el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, acción simultánea al asalto del Moncada proyectado para esa propia jornada en Santiago de Cuba.
Ambas acciones combativas fracasaron. El grupo de Pablo, hambriento y cansado, se apresuró a ocultarse en un arrozal ubicado en la finca Ceja de Limones.
En un diminuto bohío abandonado creyeron encontrar alivio a su fatiga, pero en ese sitio los sorprendieron los militares del régimen y los asesinaron salvajemente.
Pablo tenía apenas 18 años. La mayoría de los participantes en los asaltos, no rebasaba los 30.
RAÚL GÓMEZ GARCÍA: EL POETA
Raúl Gómez García era hermoso, atlético y escribía versos conmovedores que enamoraban a las muchachas del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, donde cursó el bachillerato. De ese centro lo expulsaron por encarar al director que vendía notas y maltrataba a empleados, profesores y estudiantes.
A pesar de haber aprobado dos cursos de la carrera de Derecho, Raúl encontró su verdadera vocación en el magisterio.
También ejerció de redactor del periódico revolucionario El Acusador, órgano de denuncia contra la dictadura que tuvo apenas tres ediciones y hubo de disolverse tras una delación.
Haber colaborado con esta publicación le valió su expulsión de la escuela Baldor, donde trabajaba como maestro.
Poemas patrióticos, crónicas y reflexiones salieron de la pluma de este cubano valiente, a quien se adjudica además la redacción del Manifiesto del Moncada. Inspirado en el ideario martiano, el documento ratifica la continuidad de la Revolución iniciada por Céspedes en 1868, exalta el protagonismo de los jóvenes en la nueva etapa de lucha y proclama que “ante el cuadro patético y doloroso de una república sumida bajo la voluntad caprichosa de un solo hombre, se levanta el espíritu nacional desde lo más recóndito del alma de los hombres libres”.
Su nombre figuró en los partes de la dictadura como caído en combate durante los sucesos del 26, pero una pequeña nota que consiguió escribir para su madre, con la colaboración de un empleado del hospital, quien le facilitó papel y pluma, revela que el combatiente fue asesinado más tarde, tras ser hecho prisionero y torturado salvajemente: “Caí preso, tu hijo”, consiguió escribir en la exaltación del momento.
Su poema postrero, Ya estamos en combate, se convirtió en himno para su generación. Los versos incitan a luchar hasta las últimas consecuencias en contra de la opresión ejercida contra los ciudadanos:
No importa que en la lucha caigan más héroes dignos
Serán más culpa y fango para el fiero tirano
Cuando se ama a la patria como hermoso símbolo
Si no se tiene armas se pelea con las manos.
A pesar de la derrota sufrida por los revolucionarios en Santiago de Cuba y Bayamo la víspera del 26, el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes constituyó una hazaña de vital importancia, pues permitió retomar el curso de la Revolución y situar al pueblo como protagonista de las acciones. Era apenas el inicio de una etapa de lucha armada que culminaría con la derrota de la tiranía.
La madrugada del 26, en los momentos previos al combate, el líder de la insurrección, Fidel Castro Ruz, se dirigió a sus compañeros con palabras proféticas: “Compañeros: podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos, pero, de todas maneras, óiganlo bien, compañeros, este movimiento triunfará…”.