Como cada noche, la penumbra y los mosquitos se apoderaban de mi terraza. La electricidad en el hogar era solo un deseo distante ante la incertidumbre de no saber el momento de su regreso.
En medio de la oscuridad, linternas y voces al fondo. Casi indistinguibles, varias personas perimetraban la vivienda del fondo como buscando algo, analizando, tratando de observar lo inobservable en una boca de lobo.
Media hora después, las linternas volvieron a iluminar el patio de la casa del fondo, las voces eran un poco más intensas y habían llegado más personas.
“Parece que al vecino le robaron, porque veo policías allí”, comentó mi esposa.
En efecto. Eran los agentes de la Policía Nacional Revolucionaria en plena faena, pues al parecer, habían efectuado un robo con violencia en dicho hogar, al arrancar tablillas de una ventana y tratar de forzar la puerta.
Según me comentaron esa misma noche los perjudicados vía telefónica, un saldo de cerca de 26 cajas de azulejos y un ventilador fue el golpe asestado por los delincuentes.
“Qué triste. Muy duro. Lo siento mucho”, exclamé asustado, con asombro, más cuando en estos tiempos se necesita constancia, paciencia y enormes sumas de dinero para adquirir lo necesario para emprender un proyecto, cualquiera que sea.
Comienzo las líneas de esta semana de esta forma no por el refranero de “las bardas del vecino…”, sino por la intranquilidad misma que genera un evento de este tipo en la comunidad, máxime cuando los criminales se salen con la suya y la impunidad nos vence descaradamente.
Y es que mi barrio gozaba de absoluta tranquilidad, y supongo, como la mayoría de los demás barrios, la delincuencia no era algo cotidiano.
Sin embargo, ahora, cualquier momento es bueno para prenderle candela al basurero de la esquina y que el humo dañe a la vecindad; los desechos se arrojan a deshora, y ya desde bicicletas o autos al medio de la calle.
Eso para no hablar de la música a altas horas de la noche, y que desespera en la madrugada a quien intenta conciliar el sueño en espera de la electricidad.
Por supuesto, nada de lo anterior es permisible; no obstante, hemos aprendido a tolerarlo y a vivir con ello. Pero contra lo que sí no puede haber tregua, es contra un malhechor “enviciado” en la cuadra.
Para nadie es un secreto que el delito y sus comisores están envalentonados, amparados por esta contingencia energética, confiados de que la justicia no se toma a mano limpia, y de que el libertinaje vencerá.
Es triste, es duro, como le comentaba a mi vecina. Pero el quedarse cruzado de brazos no nos ayudará a resolver el problema, pues la tranquilidad ciudadana está herida de muerte en cada noche de apagón atemporal.
Supongo, querido lector, que usted también en su lugar de residencia pueda contar historias como estas.
En nuestro caso, no es la primera vez que atacan en la cuadra, ya tenemos en la cuenta bicicletas, tendederas de prendas interiores, balitas de gas, alimentos sacados de una nevera y otros.
Este enraizamiento, a modo de ver del escriba, no es otra cosa que un descenso vertiginoso en la pirámide de la civilidad y el descalabro total de valores, enseñados por nuestros padres, abuelos y demás generaciones anteriores.
A lo que quiero llegar, es que debemos diseñar estrategias para, entre todos, vencer el mal. Quizás un restablecimiento de la guardia cederista y de los recorridos nocturnos pioneriles, ambos extintos, sería un primer paso.
Quizás en ello pudieran ayudar las administraciones a ubicar luces con baterías solares en los lugares de mayor incidencia, alternativa que también pudiéramos tomar entre todos a modo de “vaquita” –entiéndase la referencia –.
A la par, también desde el propio Gobierno, en consonancia con las fuerzas de la PNR, pudieran establecerse recorridos a intervalos en patrullas a altas horas de la noche en dichos lugares de mayor incidencia, siempre priorizando las zonas desconectadas del SEN.
Estas son solo algunas ideas… pero lo que es necesario comprender, querido amigo lector, es que, este es un mal que nos perjudica a todos y, por ende, todos debemos combatirlo.
De la forma que lo hagamos o de cómo destinemos esfuerzos para que no haya que lamentar, será correspondencia y dependerá de la organización de cada barrio.