Era el anochecer del 13 de abril de 1961 y la brigada mercenaria que participaría en la invasión a Cuba recibía las últimas instrucciones para abordar, desde puertos nicaragüenses, los barcos rumbo a Bahía de Cochinos.
Mientras, en La Habana se encendía por última vez el cartel de neón de la lujosa tienda El Encanto, junto a un improvisado rótulo anunciando su reciente nacionalización, lo que la condenaba a convertirse en objetivo selecto del terrorismo dirigido por la CIA.
El presidente John F. Kennedy dio luz verde a las operaciones encubiertas durante los días previos a la invasión mercenaria, que incluía atentados a tiendas por departamentos, principalmente en la capital, algunas dependientes de cadenas estadounidenses que desde décadas anteriores aportaban a la imagen de la urbe como puntera de la modernización capitalista, y a las que el gobierno revolucionario se había atrevido a expropiar.
En correspondencia con esos planes, en los meses que antecedieron a la invasión fueron enviadas a Cuba por vía aérea y marítima unas 75 toneladas de explosivos y 46,5 toneladas destinadas a grupos terroristas urbanos y bandas de alzados en zonas montañosas.
Y fue tanto el grado de especialización que los laboratorios de la CIA pusieron en la tarea que centenares de petacas incendiarias se fabricaron y enviaron a sus colaboradores en la Isla, con las dimensiones exactas para ser camufladas dentro de cajetillas de cigarros y pasar inadvertidas en los lugares públicos.
A un empleado de la tienda El Encanto y miembro de la organización Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), le fue muy fácil minar literalmente varios pisos del inmueble con esos artefactos. Abandonó el edificio convertido en una gigantesca pira que lo destruyó hasta los cimientos, pero fue detenido esa misma noche al tratar de salir del país por la vía marítima.
Ese trágico día se encontraba de guardia la empleada Fe del Valle Ramos, de 43 años, fundadora de las milicias y dirigente del colectivo, quien pereció entre las llamas cuando intentó rescatar fondos del sindicato.
Al morir, gestionaba la construcción de un círculo infantil en la azotea del edificio para los hijos de las trabajadoras, la mayoría mujeres, y ella misma dejo huérfanos a dos adolescentes.
Fe del Valle en los inicios del siniestro fue reportada como desaparecida, y solo después de una prolongada búsqueda su cadáver fue hallado días más tarde calcinado entre los escombros. Hoy el parque que se construyó donde estuvo el inmueble, en Galiano y San Rafael, lleva su nombre.
La destrucción de El Encanto fue la única acción terrorista de las decenas planificadas que tuvo éxito, junto al autor material fueron detenidos todos los implicados en este vil sabotaje y posteriormente fueron sancionados por los tribunales.
Ese hecho, lejos de amedrentar y desunir al pueblo, unió más a los trabajadores junto a los órganos de la seguridad, y redoblaron la vigilancia en sus centros de trabajo para frustrar varios intentos similares en aquellos difíciles días previos a la agresión imperialista
por Playa Girón, hace 60 años.