Caben muchas miradas sobre la misma obra, como cual galería de arte, a la que acuden tantos a presenciar los trazos, los colores, la originalidad, lo bien o mal logrado; mientras tanto a los ojos que ven, la atracción o el rechazo a la propuesta cuenta entre las opciones. Y hasta puede suceder que dar la espalda, ignorar o despreciar sea una solución ante la incomprensión o desaprobación, pero ello no significa que lo expuesto no sea el resultado mejor conseguido de un autor que se dispuso a entregar el mejor fruto a su público.
Disímiles son los escenarios en donde se ha expuesto en mi Cuba, los contenidos de lo que pudiera ser un texto renovador, inclusivo y garantista, a la vez que se multiplican las vías para emitir puntos de vista, demostrar el desacuerdo o apuntalar miles de razones para apostar por la nueva visión que se nos presenta respecto a un código, indiscutiblemente controversial, pero necesario.
El nuevo Código de las Familias, sobre el que restan pocas horas para su referéndum popular, ha desencadenado un maremoto de cambios, con lo que la gente pudiera estar o no de acuerdo, pero lejos de la verdad están los que creen que la nueva propuesta resta, en vez de sumar derechos, pues si algo va en aumento, desde las primeras palabras, son el afecto y la solidaridad, sostén a lo largo de la historia de las relaciones familiares.
Quiero entender los muchos planteamientos que dejan para leer los internautas en sus redes sociales sobre un cuerpo legal extenso, que pretende abarcar a totalidad las familias cubanas, reiteran sobre los mismos puntos, incisos pequeños que, si bien no le resto importancia, no resumen el cuerpo de la propuesta, ni mucho menos su intencionalidad.
Con la negativa a aspectos como el matrimonio igualitario, la gestación solidaria, la responsabilidad parental, por citar algunos ejemplos, cierran la banda al mismo tiempo a las personas vulnerables como los abuelos, eternos acompañantes en la crianza de sus nietos; los cuidadores familiares, quienes renuncian a su vida personal y profesional para desbordarse de amor por sus seres queridos, así como a la posibilidad de un régimen económico del matrimonio de elección propia, dígase por separación de bienes, que antes no existía.
Creo que el “no” al código se traduce en la permisibilidad de la violencia intrafamiliar, pues la nueva ley no aprueba las más mínimas señales de maltrato, mucho menos a niños y mujeres, por lo que quien lastime, física o emocionalmente será juzgado con fuerza por el acto que haya cometido.
El público que ha gritado en las redes sociales que no apoya el matrimonio entre personas del mismo sexo, tiene amigos que verían luces con esta posibilidad, ¿acaso la hipocresía prima en esa amistad cuando de frente me abrazas y al voltear me amarras las alas que me impiden ser libre, incluso, tener mi propia familia?
Esos mismos que aúllan que el cambio de concepto de patria potestad hacia responsabilidad parental dará al Estado el mandato para quitar el derecho a los padres sobre sus hijos, estarían volteando la espalda a una mejor educación. Nunca la intención será quitar el derecho a los padres; se trata de otorgar más responsabilidad en guiar a los hijos hacia el buen camino y eso sí, jamás a base de potestad arbitraria, porque con la nueva concepción no se anula el derecho que da la creación y el amor filial.
Y desde otro escalón, por qué negarme a que quienes no pueden procrear, disfrutar de la inmensidad de la maternidad, encuentren luz y realización en un vientre capaz de cumplir los sueños ajenos, nunca a base de remuneración, pues sería totalmente amoral. Se trata de hacer solventar los sueños de la maternidad desde otras posibilidades, tal vez menos común, pero también naturales.
Creo que como mismo nos mostramos abiertos al cambio de look, de música, de objetos, de amores -incluso- es de humanos, asumir que las normas de vida y de convivencia, por ende, no son estáticas. A este mundo pospandémico y de desarrollo tecnológico de avanzada, le hacen falta hombres y mujeres que dejen de lado tabúes y prejuicios, que solo consiguen la desigualdad y la equidad de boca para afuera.
Como se refirió en las páginas del periódico Granma por estos días, después del 25 no habrá más homosexuales, ni menos heterosexuales; lo que sí sé que habrá más garantías, más derechos, más inclusión, pues hablamos de una ley que, lejos de ser retrógrada, avanza junto con su gente, se le parece, convida a ir de la mano en paz y con afecto. Porque esta obra, aun cuando no es arte, tiene los ojos del mundo puestos en su estructura, no por el autor (una islita enorme en medio del Caribe), sino por los matices futuristas que abarca en toda la extensión de sus rasgos, en la que no es la diversidad de colores lo que la caracteriza, sino la armonía entre lo que se dice y lo que se quiere y eso es objetividad.