Yovany Rodríguez Hernández siempre ha trabajado la tierra en su natal Pinar del Río. A sus 45 sabe que si presta el arado y la guataca puede contaminar sus sembrados. Por eso, aunque para muchos pueda ser un capricho o un resabio, no ofrece a nadie sus instrumentos de trabajo.
En Viñales, por la carretera que conduce hasta El Moncada, a mano derecha queda su finca. Apenas tres hectáreas y un poco más, le garantizan el arroz, los frijoles, el maíz, la malanga, la carne de puerco y la manteca que consumen en el año él y sus hermanas.
“Cuando cumplo con el contrato de la cooperativa me queda el resto para mí y nos alcanza perfectamente. Yo soy el único varón de cuatro hermanos, y a decir verdad el único que no estudié. Mis hermanas se prepararon gracias a la Revolución, y mi papá quería que yo lo hiciera también, pero no me gustaba. Entonces me dijo: `Mijo, aquí tienes´, y desde entonces trabajo la tierra que antes fue suya y primero de mi abuelo”.
A Yovany, que madruga cada mañana, porque está seguro que la tarea del campesino empieza desde mucho antes de que salga el sol, la vida en el campo le ha traído amplios beneficios.
“Tengo todas las comodidades, mi padre que murió hace unos años no vio la corriente. Mira que pasaron trabajo mis hermanas con los uniformes blancos de enfermería para poder tenerlos planchados, pero todo eso quedó atrás. Hoy tengo corriente y no me pierdo el noticiero ni la novela o algo que se grabe en una memoria”.
Como un reloj se sienta a las ocho de la noche frente a su televisor: “Me interesa ver el tiempo, un guajiro siempre debe ver el tiempo y además, otras informaciones como esas sobre el Trips que daña los frijoles”.
Es el cultivo de la malanga lo que distingue las tierras de este hombre que se sonroja de pensar que sus niñas, casi jovencitas un día llevarán un novio a la casa, y recuerda entre risas cuando él tuvo que cortejar a una muchacha según las costumbres de la época en una zona rural.
“Viñales siempre ha tenido tradición en esa siembra, después vino la mancha y muchos campesinos han pasado trabajo, pero se sigue sembrando. Hace años uno plantaba un pedacito y en nada sacabas una arroba. Ahora hay que sembrar cortes grandes para poder coger algo”, asiente.
“Pero yo tengo mi método, le aconsejo a la gente que siembre semilla de la bolita, es la mejor. Yo mi semilla la guardo cada año, la que veo con más vicio, la que más rinda, de ahí yo saco y aparto la mía y ya ves. Mira que buena está esa de ahí”, nos dice y señala un corte de vigorosas hojas que se aprecia muy sano.
“Lo otro es la cal y la gallinaza. Si ya tienes una buena semilla, le echas cal cuando la riegas y eso ayuda para que no te ataque la mancha, y la gallinaza tengo tapada ahí, eso no falta. Después que ya creció necesita en el último mes un poco de fertilizantes”.
Yovany, que tiene sembradas 32 000 matas de malanga, pretende entregar a la CCS Antonio Maceo a la cual pertenece, alrededor de 30 quintales. Además, tiene las tierras listas para maíz y frijol, y ha navegado con tan buena suerte que las lluvias de los últimos tiempos no le afectaron en lo más mínimo.
Sobre el secreto para lograr cultivos con tan buenos rendimientos acota: “El campesino no puede ser otra cosa que campesino y desde que se levanta tiene que ser para esto: es la comida de los animales, el ordeño de la vaca, sembrar a su tiempo. Tampoco puedes castigarte al sol ni castigar a los bueyes. Al mediodía me baño y almuerzo; a esa hora me cae un sueño que me tengo que tirar cinco minutos en la cama y ¡perdóname si soy vago!”, exclama en modo de súplica”.
¡Vago!, dice este hombre que cumple con sus contratos y además, es el sustento de la familia. “Al trabajo no se le tiene miedo. Y el sudor del hombre hay que pasarlo por encima de la planta con las manos. Esa malanga que usted ve tiene dos manos de escarde y me gusta mucho la picadora y los bueyes, pero hay cosas que hay que hacerlas uno mismo. La picadora tiene que ser en seco; la picadora y el buey no se meten en la tierra mojada. Eso enferma las tierras”, asiente.
“Ahora voy a sembrar maíz. El particular viene y te compra par de sacos, pero el que se vende a la cooperativa es un dinero que viene todo junto y está seguro, que para serle sincero, no he tenido problemas con los pagos”.
Con la sencillez más grande del mundo, Yovany vive para el trabajo y ha encontrado en él la vía para mantener económicamente a los suyos. Su calidad de vida también ha mejorado y solo lanza un consejo a aquellos que están más cerca de la agricultura en estos tiempos difíciles: “El que tenga su pedacito de tierra que la cuide”.