“(…) Me han estremecido un montón de mujeres Mujeres de fuego, mujeres de nieve (…)
Silvio Rodríguez
Siempre hay historias para contar si quien decide narrarlas se aventura monte adentro. Las tradiciones, culturas, anécdotas, cuentos, leyendas y sufrimientos son siempre parte de cualquier narrativa cuando la humildad y el deseo se juntan, dejan su legado y hacen lo que mejor saben hacer… dejar precisamente eso, una historia.
Sin embargo, lo contado cobra siempre mayor relevancia y hermosura, sin duda alguna, cuando la protagonista es cubana, es mujer. Y no solo lo descrito embellece, sino también aquello en lo que ella puso su mano tierna, gentil, aguerrida.
En la finca “Los Ángeles”, perteneciente al municipio de Consolación del Sur, en la provincia Pinar del Río, labora Yahíma Torres, quien junto a su esposo Ángel Luis y sus hijos, decidió mirar hacia el futuro y no dejarse vencer por el miedo para cumplir un sueño infantil.
Inexperta casi en los complejos manejos del campo, Yahíma hoy ha logrado que cada espacio de sus tierras se mantenga bello, extraordinario, cultivado, útil.
De esta forma, y sin desentenderse de sus propios proyectos personales y otra serie de responsabilidades sociales, hoy muestra orgullosa su herencia campesina y lo que, contra todo revés ha podido lograr.
En esta finca, y gracias al empeño de esta perseverante y luchadora mujer, se cultivan viandas, hortalizas y granos, además del tabaco, renglón este en el que recientemente comenzaron a incursionar.
En la fina “Los Ángeles” no hay lugar para el descanso, pero a la llegada de algún visitante, siempre hay una sonrisa, una atención esmerada y alguna que otra anécdota que contar Foto/ Pedro Lázaro Rodríguez Gil
LOS COMIENZOS
“Yo inicié mi vida en el campo como productora de cultivos varios. Debo decir que esta vocación me llegó por tradición de mis abuelos. Ellos fueron los que me inculcaron ese amor por la tierra, e estimularon en mí esa necesidad de producir para los demás”.
Por aquellos años, Yahíma visitaba a su abuelo en Guane los fines de semana. La tranquilidad y el equilibrio emocional que le aportaban aquellos campos, asegura que fue el detonante para que en ella fuera tomando forma la ilusión de que al crecer, pudiera tener sus propias tierras.
Con el paso del tiempo llegó la época de estudios, y confiesa que tuvo que esforzarse para poder obtener una carrera afín con sus aspiraciones y ambiciones.
“Gracias a la vida, logré alcanzar la carrera de ingeniería agropecuaria, la cual amo, pues es una carrera muy hermosa y que me ha dado muchas satisfacciones.
“Al graduarme, comienzo a trabajar en la Delegación de la Agricultura, pero no olvidaba mi sueño. Sin embargo, tenía que decidirme entre trabajar y labrarme un futuro para mí y para los míos con ese trabajo diario en un puesto fijo, o aventurarme en las labores del campo”.
Con seriedad en su rostro confiesa que fueron tiempos difíciles, pues en un primer momento no pudo decantarse por un solo camino, razón que la obligó a sacrificarse y llevar ambas cosas de la mano.
“Yo alcancé un pedazo de tierra a las orillas de la autopista para hacerla mía. Pero estaba infestada de aroma, de marabú y hierbas malas. Yo no sabía cómo iba a sacar adelante mi sueño y lograr que aquellos suelos fueran fértiles.
“Con un poco de suerte, logramos que mi abuelo se mudara para acá para Consolación. Ya aquí, él comenzó junto conmigo a trabajar la tierra. No voy a mentir, fueron tropiezos tras tropiezos, pues así supongo que le ocurre a todo el que se adentra en un mundo con el que sueña, pero no conoce”.
Yahíma cuenta que todo fue cuestión de que ir sorteando una dificultad a la vez, y de dejar pasar los días, siempre con el tesón a flor de piel, escuchando, preguntando, estudiando mucho y cuidando cada detalle de lo que se hacía en aquel terreno.
“De a poco, con mucho esfuerzo, mucho sacrificio y más tragos amargos que los que puedo contar, estas tierras una vez agrestes, se convirtieron en surcos, en cultivos, en comida sobre la mesa”.
FINCA ADENTRO… ESPERANZAS…
“Mira, yo comencé con cultivos varios, pues en aquel momento la cooperativa solo me permitía eso y no podía sembrar tabaco. Como decía, así pasaron los años desbrozando aquellos montes de aroma, y realizando todo un quehacer constructivo, de producciones, de criar mis propios animales con una pareja de cada animal.
“Yo veía a productores como Juan José Cordero y Manolo Acosta, grandes y renombrados productores en el municipio, y yo sentía muy adentro que quería también, como ellos, cultivar el tabaco, sentirlo mío”.
Sin embargo, sus nuevas aspiraciones tuvieron que esperar un largo tiempo, hasta que su hijo se graduara de la escuela politécnica y pudiera tomar otro palmo de tierra en usufructo para el tabaco.
“Debo reconocer que, a pesar de todo, lo que nunca nos faltó fueron las ganas y la esperanza de cada día ser mejores en lo que estábamos construyendo, en lo que estábamos adentrándonos. En el futuro que estábamos labrando.
“Yo siempre quise sembrar tabaco, porque en primer lugar es el renglón fundamental de nuestro país, además, es un rublo que nos ayuda también a nuestra propia economía doméstica”.
Y aunque a simple vista, al visitar las tierras de Yahíma y su familia, pareciera que llevaran toda una vida dedicados a la hoja del tabaco y a los cultivos varios, este 2025 cuenta como el primer año, como el primer paso.
“Sí, este año nos decidimos. Con mucho miedo levantamos nuestra primera casa de tabaco, pero con la esperanza y el orgullo de que podíamos triunfar y seguir adelante”.
Ahora, confiesa, solo les queda ser fuertes, resistir, escuchar mucho y aprender de quienes saben y desean nutrirlos con los conocimientos que conlleva la atención propia al tabaco.
“Yo me siento también, en parte, muy afortunada al final de este proceso de aprendizaje. Hasta ahora no se me han cerrado puertas, al contrario, todos me han ayudado muchísimo y se las han ingeniado para en el escaso tiempo que deja cada finca, compartir conmigo saberes y haceres”.
La vida de Yahíma y su familia tras la decisión de hacer producir la tierra ha sido dura, ella no lo niega y comparte historias tan desgarradoras como la de aquella vez tras el ciclón, cuando lo perdieron todo, y se quedaron viviendo entre las paredes de una casita con carneros y conejos.
Pero como mismo narra los entuertos, también sonríe y asegura que nunca perdieron la fe ni los deseos de seguir adelante, y de lograr y cumplir ese sueño de su niña interior.
Historias como la de esta joven campesina, libre tabúes y dispuesta a sortear cada dificultad con una sonrisa, deberían ser más que la excepción, la regla. En un mundo donde se impone cada vez más auto sustentabilidad y el emprendimiento, mujeres como Yahíma son la inspiración necesaria.