Mayo se presentaba lluvioso, y había que ganarle la porfía al probable chaparrón.
A medio camino entre el Entronque del Corojal y la playa Pajarito, luego del giro brusco a la derecha que nos llevó del terraplén al lodazal tras la moto del padre, Yosbel volteó la cabeza, hizo un breve gesto y descubrí la ranchería a contraluz. Vencido el alambre de púas que enmallaba la talanquera, echamos pie en tierra firme los que llegábamos y nos juntamos con los obreros fijos o eventuales que aguardaban. En la finca de los Baños la gente es fraternal.
No fueron pocos los que en La Palma nos hablaran de aquel remoto sitio, pletóricos en bien decires sobre el milagro que contentaría ojos veedores si nos alentábamos a escudriñar. Y desde que plantáramos suelas allí, aún sin probar la calidad del café, la vista se nos tornó juguetona en su constante ir y venir por entre el verdeprimavera hasta donde resultaba posible. El avistamiento de una mata de ciruelas, por desgracia rara avis en los campos cubanos del nuevo milenio, me confirmó de entrada que nos esperaba una jornada pródiga en sorpresas. Y así ocurrió, les adelanto, creyendo yo que resultaría conveniente darle organicidad a la narración, un orden cronológico que le facilitara la tarea a los lectores.
DEL ASFALTO A AGRICULTOR: TRÁNSITO INSOSPECHADO HASTA QUE SE DIO
Esta historia comienza 10 años atrás. Entonces, las 14 hectáreas que hoy conforman la finca permanecían improductivas en manos de la UBPC Jesús Lemus. Fue el trampolín para que Yosbel Baños Pérez se alentara a no pasearse por las calles del pueblo y a enfangarse las botas en aventura que acaso hubiere soñado en la niñez, a finales de los ’90; época en la que, de cuando en cuando, el terruño del abuelo en la Jocuma hacía sentir su influjo como atracción estival.
“Cuando llegué a aquí, con las primeras ocho hectáreas que me entregaran en usufructo, lo único que tú veías era rastrojo de caña y una selva de marabú. Después a mi padre le dieron otras seis, y así empezamos a lidiar duro con la tierra. Casi todo lo que íbamos ganando lo reinvertíamos en salir a flote. Ni te puedo contar cuánto sudor y recursos ha costado lo que poco a poco te voy a ir mostrando”, nos dice con orgullo de hombre de bien, mientras mueve la mano en forma de péndulo.
El desbroce de la famosa planta invasiva se convertía, por tanto, en el impedimento a vencer. Duro se trabajó, hasta exterminarla. El suelo iría perdiendo virginidad en igual medida en que el ensordecedor ruido de los tractores espantaba a las garzas y germinaron en los surcos plantaciones de frijoles y maíz; iniciadoras de un despegue que en lo adelante les permitiría obtener, de manera progresiva, el autorizo para la explotación de terrenos baldíos circundantes, dedicados por sus características topográficas apropiadas al cultivo del arroz y a la ganadería.
“Al paso del tiempo fuimos incorporando la producción de yuca, malanga, calabaza, frutabomba, pimiento, col… y un montón de cosas. La meta es y seguirá siendo no parar. Puedes escribir ahí que no se trata solo de hacer dinero: la comida es asunto serio, complicado, y nosotros disfrutamos con el aporte a la solución del problema cada vez que se nos da buena una cosecha”. El juicio anterior lo ha hecho mirándome a la cara, indicándome con el índice el pliego de papel, parados los tres frente a un campo de maíz: húmedo todavía, en apariencias empecinadas las plantas imberbes en secar sus hojas a la luz del inclemente sol.
Al proseguir el recorrido pudimos ser testigos de lo que, a mi modo de ver, constituye en sí misma una inteligente y necesaria alternativa agrícola: la incursión en el tan demandado rubro de los frutales. Al respecto, nos detalla Yosbel: “Tenemos en explotación más de 4 000 matas de guayabas y unas 700 de mango. Es increíble el rendimiento que tienen. Ahora mismo fíjate cómo están estas que te voy a enseñar”, y, cortando camino, nos guía a través de la bien distribuida propiedad rural al sitio en donde lo palpable evidencia su razón.
EL MUNDO DE LOS ANIMALES DESDE NIÑO ME GUSTÓ
En cuanto acabara el pre, la cría de puercos mediante los consabidos contratos pasó a ser ocupación y fuente de ingreso predilecta para este joven emprendedor. Ahora, al cabo de los años, sabiendo que la tan llevada y traída alimentación animal estaba al alcance de la mano, él y su padre (Octavio) pusieron proa a favor de ese augusto viento que significaba la producción de carne.
“Empecé en serio por el 2018, cuando construimos aquella cochiquera que ven allá”, y a lontananza descubrimos el techo de guano y fibrocemento. Nos fuimos aproximando, a la vez que masticábamos las guayabas y nos reíamos con su expresión criollísima de que “mis gallinas también son un ejército”. Ya en la nave, precisa: “Después nos pusimos de lleno para el vacuno y en estos momentos andamos por más de 60 cabezas de ganado. Fíjense cómo pastan, ¡y el caso que me hacen los terneros!”.
LE METIMOS EL PECHO A LA PANDEMIA
De vuelta al confortable ranchón, habiendo satisfecho con agua fría la sed de la adelantada media mañana, campantes los cuatro en taburetes, al acecho del ofrecido almuerzo de ocasión, Yosbel y Octavio nos pusieron al tanto de los aportes realizados a diferentes centros que albergaban a enfermos de la COVID. Es el hijo quien nos relata:
“Antes de la pandemia habíamos hecho varias entregas y donativos a círculos infantiles y al policlínico de La Palma. Desde que esta se nos coló, llevándonos recio, calculo que hemos acopiado más de 400 litros de leche destinados a estos fines: para diabéticos y niños. Incluso, en varias oportunidades llevamos el producto al centro de aislamiento existente cerca de aquí, en el campismo Pajarito. En este caso manteníamos un suministro de todo lo que se produjera”.
Una de las cosas que más enorgullece al joven palmero es haber sido pionero en el abastecimiento al hospital León Cuervo Rubio, principal institución de Salud en Pinar del Río para el enfrentamiento a la terrible enfermedad. “Llevamos a ese centro el primer donativo realmente importante que se le hiciera, con lo que ellos más necesitaban: arroz, frijoles, plátano, yuca…, y muchas frutas”.
Ante nuestra insistencia en conocer el monto aproximado de la ayuda por ellos ofrecida, Yosbel se queda meditando unos segundos. “Bien bien estaríamos hablando de 100 000 pesos, de los de aquella época”. Y, al momento de marchar en dirección al local preparado para comedor, el padre confirma el cálculo.
PARA GANARLE LA PORFÍA AL CHAPARRÓN
Almorzamos viendo en la distancia cómo se oscurecía el horizonte sobre la meseta de Cajálbana. Al regreso tuvimos transporte de lujo por aquellos lares: el riquimbili de Yosbel, bullicioso como todos los especímenes similares. Mientras el artefacto se comía a dentelladas el minado terraplén, impedidos del buen hablar, permanecimos cada quien en sus elucubraciones. En mi caso –y en el del fotógrafo, según pude comprobar rato después– una idea me daba vuelta en la cabeza: a productores como estos, laboriosos, creativos, con el futuro pintado en sus curtidos rostros, les asiste la razón para ser acreedores de cuanta hectárea de tierra haya improductiva por allí. Y es que, amigos, siempre que se trate de obradores de “milagros”, como el de la finca de los Baños, en nombre de la inteligencia, hágase la luz.