Los seres humanos nos hemos dotado de un tercer brazo para las cosas de la vida diaria y no debe ser malo, pero tiene inconvenientes; se acepta como práctica universal para el trabajo, la creatividad, el acercamiento entre las personas, las relaciones internacionales, el acortamiento de las distancias, el estudio, pero con hándicap, la precisión de los términos son, no saber hasta dónde llegar y cuándo parar.
Es de uso internacional, en lo urbano y lo rural; entre los pobres y los ricos; los estudiosos y los menos dotados intelectualmente, y es ahí que aparecen las mayores desventajas, porque la falta de discernimiento daña a los demás.
El teléfono celular tiene un uso ilimitado, sustituye al perro como mejor amigo del hombre, pero a muchos, a veces ese can electrónico cibernético los muerde a cada paso. No podemos asegurar que el mundo entero sea así, dicen que en los países en desarrollo se abusa más.
En Cuba no hay dudas de que se exagera su uso, en cuanto robar tiempo y la atención a las personas, para ir en detrimento de las buenas costumbres, del respeto, la falta de urbanidad y las violaciones de y las regulaciones laborales y éticas.
Me hago entender: se supone que usted es contratado para acudir a su trabajo a producir, brindar servicios o a educar; esos son principios inviolables, pero el teléfono ha llegado tan lejos que conspira contra todas las obligaciones y virtudes que hacen la vida.
¿Pensar que estamos contra el teléfono? ¡No, eso es absurdo!, pero significa que en una sociedad de productores, que nos suponemos cultos y responsables, habrá que aplicar regulaciones.
Y ese abusivo uso hace que usted llegue con urgencia a buscar un servicio, de lo que sea, y tenga que esperar las comodidades del “conversador” y que cuelgue para responderte… y no le exija porque quizás hasta se pueda molestar.
En estos casos no se trata de la excepción: estamos ya en plena regla o mejor dicho es lo más común. Sucede en las tiendas de cualquier tipo; en las oficinas de prestación de servicios, de tramitación de datos o hasta en pompas fúnebres; en los correos, las bodegas y, al menos, a los bancos, el dichoso aparatico no lo han dejado entrar: está sencillamente prohibido.
Pero lo más doloroso es que el celular se ha colado en las consultas médicas, las de atención primaria –que no siempre es por urgencia-, en los policlínicos en cualquier departamento y les digo más, he presenciado en un cuerpo de guardia a un paciente esperando a que el médico apague para qué le pregunte que se siente o que le duele. Y si alguien lo duda lo emplazo y busquemos la opinión masiva de nuestro pueblo.
Es que el celular subrepticiamente se nos metió en la vida y las autoridades, los jefes, los servidores, los niveles intermedios, los reguladores, le han cedido sus espacios y lo consideran un artefacto inofensivo. El celular perjudica una línea de producción, atrasa un proceso tecnológico, dificulta un servicio de cualquier tipo, porque cada cosa tiene su lugar, tiempo y momento. Trabajar, enseñar, estudiar deben ser lo primero, y si se le paga es para que cumpla y no para estar al habla por el aparatico.
Lo que digo, probablemente a algunos les parezca insólito ¡No! Nada de eso, si me dice que no le ha sucedido, no lo ha visto o no se lo han dicho, entonces es alienígena y llegó hace poco al planeta, porque en esta época primero está el teléfono que usted.
En más de una ocasión hemos comentado sobre el ahorro. Todos los organismos, organizaciones y estructuras de la sociedad estudian, se preocupan y hacen planes contra la pérdida de combustibles; exhiben el ahorro de la electricidad y del agua, piden economizar materias primas, pero no he escuchado a nadie –ni directivo, empresa, organismo o ministerio- que le preocupe la pérdida de tiempo, y esa vale.
La pérdida de tiempo cuesta tanto dinero como cualquier materia prima, con la diferencia de que todos los materiales, en alguna medida, son recuperables en mayor o menor grado, pero el tiempo perdido jamás volverá atrás.
El tiempo mal aprovechado ralentiza una línea de producción; provoca un daño irreparable, cuando hay omisión y algo no controlado; perjudica un servicio e influye sobre decenas de personas que dejan de hacer otras cosas, porque alguien está conferenciando por teléfono.
¿Cuánta impotencia delante de una telefonista, secretaria o recepcionista con cinco esperando a que se concluya una llamada intrascendente para luego responder? Y no hemos mencionado la mirada-repuesta-retorcida si alguno osa comentar el atropello.
Ya el celular ha llegado al irrespeto de la infracción de los chóferes, que no respetan (mos) los consejos, las sugerencias ni las ordenanzas policiales sobre el uso con el auto en movimiento.
No incluyo aquí la pérdida de solidaridad en las relaciones fraternales en la vivienda, la apatía entre los seres queridos, la subestimación o el irrespeto cuando llega una visita; no lo incluyo porque los perjuicios son menores y aunque son malos, cada cual lo ve a su manera.
Lo peor que esto ni se resolverá con decretos, ni matutinos laborales, solo lo solucionarán los administradores como hacen en el mundo entero: ¡En horario de trabajo, cero llamadas, ni de la casa! a no ser que sea caso urgente.