En este tiempo, las buenas obras que hacemos por los demás no son solo necesarias para el equilibrio social, sino que, en el orden individual, se convierten en alternativas terapeúticas, donde aparecen sentidos y la vida se concentra en nuevos contenidos que cubren otras gratificaciones de las que estamos privados como consecuencia de la circunstancia.
Hastío psíquico y monotonía son estados acentuados en el confinamiento, a lo que se suma miedo y preocupación excesiva en este rebrote donde Pinar del Río clasifica, en estos momentos, como la provincia de mayor incidencia en el país. Frente al escenario, la solidaridad se ha levantado como bandera dejando públicamente expuesto quiénes somos y cuáles son nuestras misiones en el paso por la vida en la Tierra.
Cabe resaltar que, entre tanta diversidad, algunos encontraron en el acaparamiento el mecanismo de adaptación al encierro, recolectando como primitivos todos los insumos al alcance para sí y los suyos, indiferentes al vecino que no comió o al niño del compañero de trabajo que precisa una medicina. De tales espiritualidades se encarga la vida y sus jueces, porque en estas líneas solo tengo espacio para los que crean y refundan, le ponen el pecho a las balas, comparten los panes y los peces, gastan las suelas del zapato en el camino, acomodan pecho y techo y dan cobija a los que pasan frío.
Por fortuna, alrededor nuestro cohabitan muchos solidarios que iluminan las sombras. Ellos no pretenden puntos, evaluaciones, promociones, ascensos, entrevistas, reconocimiento político, aumento de salario, carné militante. Como ambición tienen la utilidad de la virtud, salvaguardar la vida, proveer el antídoto que pueda apalear a la COVID-19 y sus secuelas.
Acopio de medicamentos, alimentos y aseo son actualmente iniciativas personales de grupos u organizaciones. El “tengo y doy” rezaga al “tengo y vendo” o “tengo y cambio”, como muestra fehaciente de lo que como humanos somos, haciendo de la solidaridad una poderosa herramienta para esperanzar y alegrar, además de cumplir con sus antiguas funciones de servicio y acompañamiento.
Desde mi punto de vista, es solidario todo esfuerzo convencido y desinteresado por la satisfacción de una necesidad ajena. Desprenderse de recursos para compartir es su soporte material, imprescindible en este momento en que la carencia (y algunas veces el desorden y otros flagelos) le va sacando ventaja en esta batalla a la calidad de vida.
Con el mismo valor están los gestos que muestran afectos, preocupación, reconocimiento al dolor y sufrimiento de los demás, practicados por quienes saben de que unos se salvan con medicamentos y otros con una llamada, un oído presto a la escucha, un consejo, una muestra sincera de cariño.
En los hospitales de campaña, por ejemplo, los jóvenes profesores y estudiantes dan contenido a la solidaridad que menciono y que precisa esta hora. Allí se limpian áreas y sirven comidas con la misma entrega que se consuela a los pacientes o se consienten a niños ingresados. Los muchachos del Proyecto Faro –nueva iniciativa no institucional que surge en la capital pinareña– llegan con donaciones a los necesitados envueltas en sonrisas, charlas, vocación de ayuda.
“Haz bien y no mires a quién” es principio de las espiritualidades solidarias que nos circundan. No importa género, edad, raza, ideología, religión, preferencias o procedencias. Recordemos que desde marzo de 2020 muchos emprendimientos cubrieron el déficit de mascarillas y otros medios imprescindibles para el personal de salud, hemos visto en las redes inventos de médicos para suplir la falta de oxígeno, mensajeros de los barrios evitando que vayan a la calle los pobladores en riesgo, muchachos en bicicleta recorrer kilómetros para alcanzar la medicina que requiere un positivo a la COVID-19, choferes particulares en función de la causa, vecinos que se solidarizan y suministran todo lo que el anciano del barrio necesita para sobrevivir a la enfermedad.
De igual manera, y siempre que la apuesta sea al sentido y bienestar común, cabe la nominación de solidarios a las personas que critican fallas y deficiencias corregibles. He leído interesantes publicaciones que, en legítimo acto de compromiso popular, exponen desacuerdos y sugerencias para que los servicios sean más eficientes.
En lo personal, comulgo con la perfectibilidad y en lo absoluto con la inercia o el frío apoyo a decisiones que se refutan por la dinámica propia de la realidad. Lo primero tiene la misma posibilidad de ser solidario como lo segundo de ser hipócrita.
Quizás el apoyo sea también de los tantos aspectos que se resignifiquen con el paso de la COVID-19. Unos pensarán que sí, otros que no y algunos lo siguirán averiguando, pero verdades universales nos ayudan a reconocer y reconocernos, frente al viejo dilema que inmortalizó Shakespeare: “Ser o no ser”.
Y no puede serlo quien se atreva a vender medicinas mientras la gente enferma y muere; quien calle ante lo injusto o mal hecho; quien sea cómplice de delito, malversación, corrupción. No puede serlo quien se preste a discursos de equidad con una vida hinchada de posibilidades, recursos y poder. No puede quien exija derechos que no ha ganado o recursos escasos que precisan otros, como tampoco se le cree a quien se cruza de brazos en una coyuntura donde el amor y el intento pueden salvar vidas.
Por fortuna, las mejores y más contundentes lecciones de la actualidad las dan jóvenes patriotas. En cada entrega un acto de fe y en cada gesto una leyenda con convicción profunda, como decía Eduardo Galeano, de que: “Son cosas chiquitas, no acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no expropian las cuevas de Alí Babá, pero quizás desencadenen la alegría de hacer y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable”.