No voy a mentir. No estaba enamorado desde niño del periodismo, ni tampoco soñaba con ser escritor o aparecer en los diarios o en el noticiero. De hecho, a mis escasos “diecitantos” no sabía lo que quería ser en la vida, mucho menos, tenía interés en alguna carrera específica.
A la carrera de Periodismo llegué por embullo e impulso de mi mamá, luego de que perdiera las pruebas de aptitud de Medicina por olvidar mi carné de identidad. Lo mismo pasó con otras opciones.
El punto es que mi interés solo residía en mataperrear en la calle y en enamorar muchachitas. Sin embargo, ya mis padres me habían advertido con extrema crudeza que antes que todo, yo tenía que obtener un título universitario.
No lo comprendía, ahora lo suscribo y lo aplaudo, pese a los tiempos tan complejos que corren y a la difícil situación que presenta el país.
Sin dar paso a malinterpretaciones, cada quien es dueño y señor de su propio destino y derivaciones a causa de malas o buenas decisiones. Pero es que ser un profesional graduado, más que una necesidad, es una oportunidad de superación, un modo de vida, una puerta siempre abierta hacia el futuro.
Sí, también es cierto que la oferta de oportunidades de trabajo llamativas y bien remuneradas es bastante escasa en la Isla, y que quizás, si pones un quiosquito, trabajas en una mipyme o vendes café y pan con croquetas en las madrugadas se “sale mejor”.
Quizás muchos pudieran salir a discutir la intención de estas líneas sobre la necesidad de que nuestros jóvenes alcancen sus licenciaturas o ingenierías. ¿Qué no hay futuro en Cuba? Es muy debatible, y depende del punto por donde se mire. ¿Qué muchos jóvenes desean emigrar? Es cierto.
Pero aun así, estas y otras causas que pudieran influir en la desprofesionalización de los distintos sectores estatales no es la excusa principal.
¿Sabes cuánto cuesta ser profesional hoy en Cuba? Me preguntó alguien en una conversación reciente sobre este tema.
La interrogante me tomó por sorpresa. Lo admito. Y aunque en mis tiempos la cosa estaba dura, solo se necesitaba estudiar para alcanzar el puesto necesario en el escalafón, luego, para decirlas todas, pasar un poquito de hambre en la Universidad.
Lo que vino después de la pregunta, abrió el diapasón de recepción de la información, escucha y comprensión. Ser universitario en la Cuba de hoy
cuesta. Pero, más allá del sacrificio, cuesta dinero, bastante dinero. Agregó mi interlocutora.
“Aparte de la cantidad aguda de dinero que se les da a los muchachos para que se las ingenien en la Capital, también hay que darles mucho más para los viajes –ida y regreso–. A ello súmale la ropa y los zapatos que también andan por los elementos, y no por último menos importante, las ganas del muchacho de estudiar, de tener la vocación y la verdadera intención de pasar trabajo”.
Y la entiendo, pues detrás de cada universitario hay hoy familias enteras que hacen milagros y malabares financieros, que estiran los recursos cual chicle de periodo especial.
Cada joven que en la actualidad opta por una carrera fuera de provincia son también padres, hermanos, tíos y abuelos que se aprietan el cinto y que carecen de muchas cosas. Familiares todos que se privan de cubrir sus propias necesidades para sostener un sueño, un sueño que duele.
Nuestro país necesita profesionales, lo escuchamos diariamente, con el reciente éxodo masivo, los necesitamos más. Las estadísticas no mienten. Pero… ¿cómo construir entonces un futuro cuando el propio presente nos asfixia?
La estrategia a tomar no debe ser otra que: otorgar privilegios, bondades, gratuidades a quienes se deciden por las altas casas de estudios. Mejorar la gestión en las universidades y apoyarlas más, mucho más, para que ni la calidad de vida del estudiante ni los bolsillos de todo el árbol genealógico sufran.
Debe pensarse, pues, como el estudiante mismo que se debate entre graduarse o abandonar, entre estudiar o sobrevivir, entre el título en la pared o la “vida fácil” de la calle.
En el ámbito gubernamental se tendrán que reajustar puestos de trabajos y escalas salariales, unas más ajustadas a la economía actual, que respondan a las necesidades mismas de fuerza de trabajo cualificadas.
Bastante habrá que hacer en este sentido si queremos que nuestros jóvenes sientan que su vocación vale la pena, y que en la Cuba actual, pese a los que intentan desestabilizarla, sí hay futuro.
Pero ese futuro mismo a de labrarse ya desde todas las partes, desde los que empujan, desde los que sueñan, desde los que lo quieren, y desde los que deciden.
A fin de cuentas, y como dicotomía final, un título en la pared quizás ya no signifique lo que hace décadas atrás, pero aún es importante y, ciertamente, es necesario e influye.