Alicia intenta conversar sin que le salten las lágrimas. No está preparada para repasar la avalancha de sentimientos que sintió el día seis de febrero al recibir la noticia de que, por primera vez en 18 años de matrimonio, estaría lejos de su esposo.
Edel Santana Castillo es licenciado en Epidemiología y el único de Pinar del Río que, como parte de la brigada Henry Reeve, arribó a Türkiye para ofrecer ayuda a los pobladores de la ciudad de Elbistan, perteneciente a la provincia de Kahramanmaras, donde ocurrió el desastre.
“Trabajaba en la comunidad de Buenavista, y por la tarde cuando llegué a la casa encontré a mi esposa muy preocupada. Ella fue quien me dio la noticia de que me habían llamado a incorporarme, y aunque sabía lo arriesgado de la tarea comprendió que debía cumplir con el deber”, rememora Edel mientras conversamos vía WhatsApp.
A sus 49 años es la primera misión de este sanluiseño, quien por mucho tiempo estuvo al frente de la unidad municipal de Higiene y Epidemiología del territorio. Llegaba entonces la hora de aplicar en la práctica toda la teoría adquirida durante su preparación profesional.
BÜYÜK YAPALAK
A las tres de la madrugada del 12 de febrero arribaba a Türkiye la brigada médica cubana. Junto al epidemiólogo pinareño, otros ocho compañeros: tres médicos, tres enfermeros, un psicólogo y una traductora turca son destinados al poblado de Büyük Yapalak, en la ciudad de Elbistan.
“Al llegar fue doloroso ver la destrucción y tantas pérdidas humanas. Por otra parte, lo más difícil, además de la distancia y el cambio de horario, ha sido el frío. Las temperaturas están en dos y tres grados, y no estamos acostumbrados a eso.
“Pero hay cosas que reconfortan, pues la primera vez que salimos de terreno a interactuar con la población me causó gran impresión la hospitalidad y el conocimiento que tienen algunos sobre el sistema de Salud de Cuba”.
Ocho horas de diferencia separan a Cuba y Türkiye. Luego de una jornada de intenso trabajo le pedimos unos minutos de su tiempo de descanso para que describa el panorama con que lidian cada día. Acepta al instante. En su tono se nota la firme voluntad de poner el nombre de Cuba en alto, al mismo tiempo lo delata la nostalgia que siente al estar lejos de casa.
“Después de un desastre natural como este, la labor como epidemiólogo se basa en evitar que surjan enfermedades respiratorias, diarreicas y otras. Estas comienzan a aparecer a partir del séptimo día del evento y es aquí cuando empieza el trabajo preventivo, que consiste en la educación para la salud.
“Nos afanamos mucho en la comunidad, sobre todo dando charlas educativas, claro, siempre respetamos sus costumbres, pero los incentivamos a una correcta manipulación de los alimentos y a darles un destino apropiado a los residuales, tanto líquidos como sólidos.
“Además, también es mi responsabilidad velar por el control sanitario de mis compañeros y ver cuáles son las principales enfermedades que afectan a los habitantes para poder realizar, junto con los médicos, un diagnóstico sobre la situación de salud de la población”.
A pesar de que las réplicas del terremoto eran frecuentes, el pasado día 20 hubo un segundo temblor de 6.4 en la escala de Richter y aunque prácticamente en el grupo donde opera Edel no se sintió de tal magnitud, la preocupación es constante.
“Enseguida nos llamaron desde la dirección de la brigada para alertarnos y tomar precauciones. Tener miedo es inevitable, mucho más cuando uno nunca ha pasado por algo similar. Pero todo el tiempo sentimos el interés por nuestra seguridad, tanto de la brigada como del gobierno turco y no cesamos de trabajar”, cuenta.
Su teléfono no para de sonar, y aunque no le gusta ser el centro de atención, por estos días apenas encuentra tiempo para responder tantos mensajes de aliento y de acompañamiento de su familia y de la Dirección Provincial de Salud. Incluso, se sorprende ante la cantidad de medios de prensa que lo contactan para que cuente sus vivencias al pueblo cubano.
FINCA EL HATO
Alicia Benítez Cabrera labora también en la dirección municipal de Higiene y Epidemiología de San Luis como supervisora en el departamento de Vectores. En el consejo popular Finca El Hato comparte la vida con Edel hace casi 20 años.
“El día que me citaron para que le avisara que debía partir lo llamé como 40 veces y no respondía. Así también hizo la compañera que atiende Colaboración en el municipio y nada. Cuando él llegó y vio tantas llamadas perdidas pensó que me había pasado algo”, recuerda Alicia.
“Fue a despedirse de su mamá que vive en Retiro y luego a casa de mis padres a Forteza. No podía evitar la preocupación al saber para dónde iba, pero tenía que respetar su decisión. Esa noche no dormimos”.
Edel y Alicia no tienen hijos en común; sin embargo, con ella ha compartido la crianza de sus tres hijos y ahora de un nieto que tienen como el tesoro más preciado.
“Mis hijos son suyos. Desde chiquitos ha estado ahí con ellos y juntos formamos una familia en la que todo se conversa, se comparte. Pero él es el centro de la casa, el puntal, quien se ocupa de todo. Incluso desde allá trata de estar pendiente de cada detalle”, dice Alicia mientras intenta disimular las lágrimas.
Edel es de esos hombres que saben hacer cualquier trabajo: carpintería, electricidad, albañilería. Se encarga de hacer la cola del quiosco cuando viene el pollo y de estar pendiente de cada miembro de la familia, a pesar de contar con poco tiempo.
Ismary Betancourt Gutiérrez es la funcionaria de Colaboración de la Dirección Municipal de Salud en San Luis. Se sorprende cuando le comento a la familia lo tímido que resulta Edel al ser inquirido por la prensa.
“Para nada es así. Cuando entra en confianza te das cuenta que es muy jovial, un dicharachero por excelencia, dice lo primero que se le ocurre. Es de las personas que siempre está de buen humor, nunca lo he visto con un día malo. Y cuando se trata de trabajo, es muy dispuesto, adonde haya que ir, allá va sin poner peros”.
Alicia confiesa que no se sintió bien con la idea de ver a Edel partir hacia Turquía. La preocupación no se le va de la cabeza. “Pero me reconforta saber que los tratan de maravilla, y que la población haya recibido a los médicos cubanos de una manera tan cálida”.
En la casa de Edel y Alicia no hay lujos, se disculpa por el reguero de la construcción del baño que espera terminar antes de que retorne su esposo. Hablamos del huracán y de la noche terrible del 27 de septiembre en el pueblo de San Luis.
“El ciclón fue duro aquí, gracias a Dios lo único que me afectó fue un canalón, pero fueron horas terribles. Al niño lo metimos en el closet y yo no hacía más que dar gritos. Edel y mi hijo Henry se pasaron la noche entera agarrando uno de los canalones para que el viento no se lo llevara. Por suerte, los daños fueron mínimos”, narra.
En casa de Edel y en el pueblo de San Luis ya todos le dicen El Turco. Cuando concluya el mes en que debe prestar su servicio habrá perdido su nombre original. El miedo y el desvelo de Alicia y el resto de la familia no han desaparecido, pero los inunda el orgullo de que sea el único representante de la provincia y el municipio en una misión tan humanista, tan consagrada, tan cubana.