Bien recuerdo aquella mañana en la que conocí a René Valdés. Era un hombre alto, ya entrado en años, de tez negra y liviano como la espuma, autor de numerosos libros infantiles que ya había devorado con el ímpetu de quien no ha perdido la infancia. Yo comenzaba mi adiestramiento en la Uneac como especialista en artes visuales y me impulsaban unas ganas tremendas de convertirme en escritora. Qué placer descubrirlo sencillo a pesar de sus logros, humilde como el campo sanluiseño que lo vio nacer y lo nutrió toda su vida.
Ahora, que ha cumplido los 76 años y 60 de carrera artística me cuenta: “Empecé a escribir en los inicios del Servicio Militar, en el año 1965, en Punta Casusa. Escribí dos o tres poemas que no sé hoy por dónde andan, seguro eran malísimos, dice mientras sonríe.
“Después los dejé de hacer. Pero cuando terminé el Servicio me integré a los talleres literarios en San Luis. Ahí inició mi carrera más seria, ya con otro carácter. Empecé a concursar, a ganar premios y me fui dando a conocer”.
Por ser un escritor formado en talleres literarios, les concede toda la importancia en la educación de autores, no obstante, esboza un reclamo: “En estos momentos están como paralizados, menospreciados un poco, aunque tienen un papel fundamental. Recuerdo que antes eran grandes jolgorios, todos estaban interesados en participar; ahora andan a la buena de Dios. Evoco nombres en mi formación de escritor como Excilia Saldaña, Raúl Ferrer, el Indio Naborí, Manuel Díaz Martínez, César López, quienes eran jurados de los concursos, por aquel entonces se hacían encuentros municipales, provinciales… hoy si se hacen, no son así.
“Nosotros nos matábamos por coger un premio y trabajábamos todo el año para ganarlos, porque daban nombre y prestigio. Así me formé, y mucha gente. En el taller aprendes que el que más critica tu obra es quien más te ayuda porque te enseña dónde está el problema. El discurso de alabanza a mí no me convence mucho, a veces te lo hacen y esperan a que salgas para hablar horrores”.
René es un escritor sin etiquetas, ha escrito para niños, pero posee en su haber una poesía para adultos desgarradamente humana. Incluso, le confiesa a esta reportera como primicia que tiene seis novelas inéditas, manuscritas en su mayoría, y de más de 300 páginas cada una.
Tonsaga, entre ellas, es la más querida. Es un sitio ficticio, como lo es Macondo para Gabriel García Márquez, inspirado en las historias de amores trágicos y desencuentros que su abuela y su madre contaban de su natal terruño. Tonsaga es San Luis, pero a través del velo de los años y de una imaginación inagotable.
Si algo caracteriza a René, dicho por él mismo, es el silencio. “Hablo cuando tengo que hablar y eso me ha evitado problemas… También me caracteriza la honestidad, porque garantiza amistad y tranquilidad”. Es una persona muy familiar y desde el punto de vista creativo, un superviviente, pues cualquier tiempo para la literatura es idóneo cuando lo trae la inspiración. “Cuando llega ese bichito, tienes que atraparlo, tienes que escribir las ideas en ese momento porque luego se olvidan”, dice.
Entre sus lauros constan el premio de narrativa infantil Hermanos Loynaz en los años 1991, 1992 y 1995, el premio provincial de poesía Uneac de 1992, la mención de Poesía Plural, en México, 1992. Así mismo, resultó finalista del concurso internacional de cuento La Felguera, en España en 1997 y 1998, y mereció el premio de poesía Alcorta de la Uneac en Pinar del Río, en 2002.
Valdés tiene más de una decena de libros publicados entre los que podría mencionar los poemarios A Solas con Casandra (Editorial Loynaz, 1995), Canta la tarde (Editorial Capiro, 1995), los libros de narrativa Margarita Cun Cun (Editorial Cauce 2005), Bajo el aire y el sol de Buenavista (Ediciones Loynaz, 1998), Una tía tengo yo, bastante loca (Editorial Cauce, 2008) y El niño que se convirtió en pájaro (Ediciones Unión, 2010).
No obstante, manifiesta: “Publicar no es fácil, hay mucha jerarquía y grupos. Existe lo que llamo ´la mafia intelectual´ y mucha gente publica porque son amigos de editores y por tanto, resultado de esos grupos”.
Me habla también de sus influencias literarias. ¡Los clásicos siempre! Dora Alonso como ninguna otra, pero no deja de mencionar a María Gripe, Raúl Ferrer, Adolfo Martí, Onelio Jorge Cardoso. En esa larga lista reconoce a García Márquez, a Pio Baroja por sus síntesis geniales a la hora de describir, a Azorín por el preciosismo del idioma y al cubano José Soler Puig.
A los escritores jóvenes los incita a ser disciplinados. “Debes sacrificarte, leer mucho, ir a encuentros con otros artistas, hacer vida social, y debes tener un nivel de comunicación con la gente, para que ellos te reconozcan”, enuncia desde la madurez y la experticia de quien también ha contribuido a formar nuevos autores desde talleres literarios.
Ahora escribe sus pensamientos, especie de reflexiones cotidianas acerca de la vida misma, pero sin pretensiones de convertirlos en libro. Por el momento, solo son apuntes en hojas sueltas, caprichos de un autor que ha vencido al tiempo; que desconoce el universo digital y aun así, crea sobre el papel, a punta de lápiz entre sus afiladas manos, como los grandes clásicos lo hacían antes de que existiese internet.