Siempre me ha parecido hermosa la canción de Violeta Parra, la cantautora chilena, en la que a viva voz reitera: “Gracias a la vida que me ha dado tanto”. Y creo que mi empatía con el texto se sustenta en los argumentos que esgrime la compositora como los grandes motivos por los cuales debemos inclinarnos y agradecer cada día. Escuchando una y otra vez el estribillo que se reitera y los ejemplos tan simples, a la vez que inmensos que se explicitan, aplaudo la actitud de no pasar por alto el rasgo de humildad que revela la grandeza verdadera de los seres humanos.
Agradecer, pudiera pensarse como una de las acciones emparentadas, principalmente, con comportamientos estereotipados, vinculados a los modelos de educación formal, que a lo largo de la historia se han instaurado en los contextos familiares, escolares y sociales en sentido general. Sin embargo, creo que el agradecimiento va mucho más allá de una palabra. Agradecer es una actitud de justeza, de reconocimiento de los buenos modos de actuación de los otros y que ratifica la vigencia de la tan manida expresión: “Al César lo que es del César”.
Desde el poder de la palabra y el corazón, Violeta Parra resalta la gratitud por la posibilidad de escuchar, hablar, aprender, amar, distinguir, andar, reír, llorar y, por supuesto, cantar. A sus ojos, en cada quien existen las mayores razones para vitorear agradecimientos, lo que entiendo como la revelación que solo puede venir de una de esas personas superespeciales que, a veces, no nos hemos percatado de cuán cercanas las hemos tenido y así de simple, hemos perdido la gran oportunidad de exaltar sus méritos o actos de buena fe y los hemos privado de recibir el merecido lexema: “gracias”.
Yendo al subtexto de la canción de la chilena, pienso que, luego de la pandemia que marcó un hito en el devenir social de todas las geografías, necesitamos rescatar la actitud de reconocimiento, pero desde la esencia axiológica de que constituya un acto de generosidad sincero y respetuoso, consecuente con la acción realizada por el otro y con la satisfacción que nos produce. Y en este punto, la solidaridad se lleva el mayor galardón, puesto que la acción supera cualquier teoría y, por ende, la mano que se tiende para ayudar a levantar al prójimo, le gana al deseo o posibilidad de hacerlo.
Los pinareños sabemos hoy cuánto vale la solidaridad en acción, sobre el terreno mismo de los sinsabores, que dejó a su paso el huracán Ian. Un mes después de aquella terrible noche de vientos y miedos seguimos con el pecho apretado por todo lo perdido, pero a la vez nos regocija el hecho de sentirnos apoyados por un ejército de hombres y mujeres que no vaciló en dedicar horas y horas para devolver la luz (literal y metafóricamente hablando) y despejar de escombros el camino que se volvió intransitable para los vueltabajeros, desde la madrugada del 27 de septiembre.
Para todos los que se vistieron de esfuerzo y entrega en la más occidental de las provincias de Cuba, “gracias” significa mucho más que la “expresión que se usa para agradecer algo a una persona”, según lo especificado en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Significa la firma de una declaración de gratitud de la que todos los hijos de este terruño nos hacemos eco. Las “Gracias” que hoy se multiplican desde los hogares destruidos, los campos arrasados, las esperanzas destrozadas por la naturaleza destilan amor del bueno, del que se sabe dar en esta tierra de gente buena y altruista.
Estoy convencida de que todos quienes convivieron en nuestra provincia por estos días regresarán a sus casas con muchas anécdotas, que no por tristes, dejarán de tener el encanto transmitido desde las miradas agradecidas de las miles de personas para quienes la desesperación se amenguó cuando el Sol de la solidaridad expandió sus rayos a todos por igual. Me atrevería, entonces, a pedirle a Violeta que me permita agregar a su canción un motivo más: “Gracias a la vida que me ha dado tanto”, “me ha dado al hermano cubano para curarme de espantos”.