Miguel Aurelio «Angá» Díaz Zayas nació en San Juan y Martínez. Al crecer se hizo universal: se convirtió en uno de los percu-sionistas más brillantes de su generación. Y aunque su vida se apagó demasiado pronto, dejó una estela de luz en los que lo conocieron y fueron testigos de su talento.
En su casa natal permanecen inalterables los retratos de sus familiares: Angá, el padre; María Luisa, la madre; Juanmi, su hermano. También, colgado en la pared está el premio Egrem (Grammy cubano) que ganó junto a Tata Güines por el álbum Pasaporte y por supuesto, la tumbadora como guardiana de los recuerdos que aún susurran en las paredes.
Su tía Aurora nos cuenta de su etapa de niño, de lo intranquilo que era y de su devoción por la percusión.
«Era muy bueno, muy dulce, pero muy inquieto. Desde los dos años ya se veía que iba a ser percusionista. Mateo Gutiérrez estuvo aquí cuando él tenía más o menos esa edad. Migue entraba y salía de la casa con dos baqueticas que el padre le había hecho y cuando Mateo estaba hablando le percutió en la calva. Entonces a mi hermana, su mamá, le dio tremenda pena aquello y él le dijo: ‘No tranquila, él va a ser bueno, mira qué medida tiene’.
«Si Titino tocaba en El Sinsonte se escapaba; cuando no lo encontrabas en la casa, estaba en ese barrio. Percutía en las cazuelas y en todo lo que se encontraba.
«En la escuela era muy bueno y vivo, pero un dolor sin calmante. Lo de él era eso, la música y las muchachas, era muy enamorado. Siempre estaba cambiando de novia».
Titino, viejo tumbador del territorio, vio el talento que brotaba de aquellas manos pequeñas y las puso sobre los cueros. Ya nunca más pudo Angá desprenderse del instrumento, así lo corrobora Aramís Castellanos, actualmente baterista de la cantante Ivette Cepeda y su amigo inseparable desde que comenzó a estudiar en la escuela de arte.
«Andábamos juntos, unos fines de semana íbamos para casa de mis padres en Consolación y otros para San Juan. Él era regadísimo la verdad, pero muy dedicado al instrumento. Me llevaba a los ensayos de la Orquesta Metropolitana en la que tocaba su papá, y me fue gustando más la música por eso.
«Estudiamos percusión juntos y le gustaba mucho el deporte, sobre todo el baloncesto. Era bueno, hacíamos una especie de competencia a ver quién iba más adelantado en las lecciones y eso nos ayudaba a estudiar.
«De niños nos escapábamos por la cerca para el Parque de la Independencia, allí tocaba la Orquesta de Música Moderna de Pinar del Río. Él siempre se paraba detrás de la percusión. Alguna que otra vez le dieron oportunidad de tocar los bongos.
«Después yo fui para la ENA y él para Instructores de Arte y nos veíamos a cada rato, porque que-daban cerca las escuelas. Allí fue donde empezó a estudiar la percusión en serio.
«Estudió el instrumento de tal forma que los músicos más famosos de La Habana en aquella época, finales de los ’70, ya hablaban de que había un muchacho en Pinar del Río que tocaba muy bien la tumbadora».
En la escuela ensayaba el treceto de la ENA, que después se convirtió en Opus 13. Un día faltó el tumbador y lo pusieron a tocar, no lo sacaron más.
«Su vida profesional empezó ahí. Luego lo captó Chucho Valdés para Irakere. Seguimos en contacto, pero cada uno tomó su camino. Llegó a tocar en los principales festivales de jazz del mundo. Trabajó con los mejores y siempre se propuso metas. Te digo que en la música cubana nadie ha hecho lo que él, nadie ha llegado a donde él llegó, como Angá, nadie».
Al periodista Francisco Valdés Alonso le tocó la difícil tarea de escribir para este periódico la noticia de su fallecimiento, más difícil todavía cuando lo unían lazos afectivos a su familia.
«Trabajaba en Guerrillero en aquel tiempo y me entero durante mi viaje hacia Pinar de su muerte. Enseguida busqué datos en internet e hice un trabajo con toda su obra. Fuimos los primeros en dar esa triste noticia, porque al otro día fue que Granma sacó la nota.
«He tratado de seguir las fechas, tanto de su muerte como de su nacimiento y siempre escribo un artículo. Aquí hay un grupo de personas que hicimos un homenaje a Angá estando sus padres vivos. El cine se llenó de gente porque él era muy conocido, no solo por su obra sino por ser el muchacho que jugaba desde niño en la cuadra y se llevaba bien con todo el mundo. La época en la que estaba en su apogeo no había nadie que lo superara.
«En la corresponsalía realizamos un documental que a nivel provincial arrasó en todas las especialidades que tiene la televisión», rememora Francis.
En el material, cuenta su madre con orgullo que la percusión de En silencio ha tenido que ser la hizo él, cuando era estudiante. «Vitier necesitaba un tumbador, pues faltaba música por grabar y Tata Güines y Barreto estaban en el extranjero. Entonces le dicen que en la escuela había un estudiante que podía probar, él incrédulo preguntó: ‘¿cómo que un alumno? No quiero saber de eso’. Hasta que accedió a probarlo y lo escogió».
La tía Aurora pone un alto en la conversación para servir café, y sigue contando anécdotas de la vida de su sobrino, quien con solo 45 años ya tenía en su palmarés tres premios Grammy y varios reconocimientos a nivel mundial.
Cuenta con tristeza de cuando María Luisa, su hermana, compró un terreno en el cementerio para hacer una bóveda en homenaje a su hijo. «El director de Cultura en aquel tiempo le prometió hacerla en forma de tumbadora, le dijo que en cuanto se terminara la de Pedro Junco empezarían. Mi hermana murió en el 2012, aún tengo la propiedad, el terreno está, la bóveda nunca se pudo concretar, así que en el 2014 fui al cementerio y lo saqué, sus cenizas están aquí en la casa».
Cada nueve de agosto en San Juan y Martínez se rinde tributo a Angá. Al evento asisten músicos de renombre internacional, agrupaciones rumberas de la Isla y por supuesto el talento local. Sin embargo, los pobladores, quienes lo conocieron e incluso trabajadores de Cultura en el territorio, abogan por más apoyo y por un evento al que se le dé mayor importancia para así regalarle a Migue, a Angá, los toques de aquellas congas que él supo poner tan alto.