Desde hace siglos la mujer ha estado presente en las artes visuales: la primitiva Venus prehistórica, símbolo de fertilidad, las vírgenes del Barroco o las bailarinas llevadas al lienzo por los impresionistas, siempre la mujer se construye como objeto de representación artística. Sin embargo, esta representación no provenía de la inocente subjetividad del artista o de la realidad, pues la manera de abordar la imagen femenina en cualquier práctica social está enteramente ligada a los roles preestablecidos asociados a la mujer de determinada cultura, tiempo y lugar.
La mujer ha sido entonces, desde la antigüedad hasta las Vanguardias, objeto de la mirada androcéntrica, con su cuerpo desnudo y perfecto acorde con los cánones de belleza de cada época. Numerosos estereotipos las definen históricamente, que van desde la imagen de la santa hasta el de la bruja, como extremos antagónicos.
Se dice que el arte es libertad. Para las mujeres del mundo, así ha sido a lo largo de la historia: han pasado de ser espectadoras a ser musas y luego artistas, buscando la igualdad de oportunidades.
Cada año en el mes de marzo nos reunimos en exposiciones de artistas mujeres, esto no significa una tradición sino un válido reconocimiento a la creación femenina pinareña en torno al amor y al arte. Con el propósito de reflexionar acerca del rol de la mujer en el ámbito artístico, la galería Arturo Regueiro convoca a la presencia de artistas femeninas en sus propuestas expositivas como reconocimiento a la participación de las mujeres en el arte cubano, no solo porque se trata de una voz que no debe ser silenciada o porque hombres y mujeres somos parte del mismo equipo, sino también por el inmenso valor creativo de las obras y las reflexiones que pueden generar en el espectador.
La artista y escritora palaceña Fabiola González Díaz, -graduada de la Escuela Profesional de Artes Plásticas Carlos Hidalgo en el año 2004- ha transitado de manera silenciosa y tímida por los escenarios expositivos locales; irrumpió en el performance como modo expresivo en su primera etapa creativa, hoy regresa después de algunos años alejada de la ciudad pinareña para regalarnos su última exposición personal compuesta por dieciséis pinturas sobre lienzo que narran historias personales a través de la relación entre emociones y arte; retratos que se agolpan como recordatorios subrayando que los sentimientos y la inspiración son el combustible de la expresión artística contemporánea.
Las problemáticas sociales interpretadas e identificadas con el contexto, la identidad y el género son reflexiones recurrentes en su abúndate producción plástica, el erotismo, temática escogida para su discurso estético de ocasión, nos hace reflexionar sobre la propia realidad y sobre la influencia del medio social en el arte y en la vida.
El carácter expresivo y contestatario de su obra en la realidad actual, su práctica y pensamiento, han entregado un inalienable mundo de posibilidades a su realización artística más reciente. Desde la experiencia personal se apoya en escenas familiares y de herramientas expresivas que hace visibles la necesidad del empoderamiento femenino con el objetivo de transformar la sociedad patriarcal a partir del ejercicio de representación de la realidad desde las fronteras del espacio privado y público.
Crear involucra muchas emociones, placer y dolor. El arte de Fabiola se presenta como el deseo más sincero de que cada taza rebose con bendiciones ricas y eternas para que cada camino nos lleve a la inclusión y a la paz.
EmPoderArte. Collage íntimo, deviene un testimonio visual y social muy interesante que merece ser evaluado en su justa dimensión institucional, valorando la creación artística como compromiso social y reflejo del espíritu cultural de una época marcada por discursos visuales con temáticas de género, así como la emergencia de una nueva cultura femenina en las artes visuales.
Lo cierto es que su arte va más allá de la realización de cuadros que adornen la pared. Su creación es conocimiento. Es esa pequeña superficie que le arrebata a la realidad para combinar emociones e ideas personales con los de la sociedad.
Sus temáticas pictóricas y literarias les agregan imaginación y oficio; escenas, acciones o procesos que hablan de lo que somos en lo individual, como género y como seres humanos. El arte de González Díaz, aunque puede ser divertido, es algo serio, especialmente para los que estamos en el deber de cambiar la realidad y reflexionar sobre el contexto.
Con esta muestra personal en la galería Arturo Regueiro, en el intento de sobrevivir, la autora juega con su yo más ingenuo, emprende un viaje desde la infancia como ofrendas más profundas hasta las cimas del mito clásico. Así logra advertir las ficciones que la dejaran mutilada en el moderno jardín del Edén. La historia está llena de mujeres excepcionales, aunque a veces no sean conocidas como se merecen. Científicas, artistas, campesinas, reinas…y poetas, creadoras de imágenes que reflejan lo que somos y delinean lo que queremos ser.
A partir de una elegante línea poética sus pinturas tienen una actitud evolutiva, sus composiciones generan belleza, creación artística para el pensamiento; hurga con destreza en un código de saberes metafísicos y cósmicos desde la interpretación de imágenes propias y vivencias cotidianas. Sus desnudos hacen recordar los dioses del Mediterráneo y los transmuta a nuestro sueño insular y caribeño.
¿Esa mujer qué espera?, Fiebre de Luz, Luchadora, Desterrados, Abandonada, Desde esta orilla, Muñeca rota, El nuevo Adán, son temas observatorios de cómo se fragmenta el cristal y penetra la luz a través de vitrales cargados de colores, proponiendo particularidades de la experiencia de la mujer, en una posición donde no son el dolor y los dramas de la sexualidad lo que define los resortes teóricos del discurso, sino una subjetividad más centrada y expandida a partir de sí; donde «la otra» no se coloca desde el drama de la exclusión, la indiferencia y el silencio.
En su mundo de maravillas en el hermoso paisaje rural de San Diego de los Baños, nace una Diosa para reunir los retratos de muchas historias de mujer, donde las máscaras y el espejo no son suficientes para quebrar los moldes, pues su percepción de sí mismas y de sus congéneres obedece a los paradigmas de feminidad de sus sociedades, supeditadas a idiosincrasias masculinas.
La autora se autobiografía con una paleta cargada de atractivos colores: irrumpe en el mundo del arte y la cultura, con su propia mirada y sensibilidad, va encauzando terrenos fértiles y crea zonas alternas de generación de sentido, lo que provoca un sujeto que no se afilia a las condicionantes heredadas y se instaura por sí misma para reencontrase en el umbral del alba.