“Estoy muy orgullosa de ellos, de lo que han hecho. Aquí lo único que se sembraba era yuca y maíz, no había agua, y mire todo lo que hay; mi padre ya falleció, pero sé que también estaría muy orgulloso, como lo está mi mamá que tiene 90 años y la mantengo al tanto de todos los progresos”.
Olga Lidia Martínez González es una mujer de poca estatura, locuaz, emotiva, con más de seis décadas de vida. Puede hablar de dolor, la pérdida de seres queridos, entre ellos tres hermanos; enfermedades de difícil pronóstico en una de las cuatro joyas de su corona, los nietos, el último aún se acuna en el vientre de la madre; también sabe lo que es reinventarse para impulsar la economía doméstica, sobreponerse a la depresión, a los golpes de un huracán que destruyó en horas el esfuerzo de años…
Pero sobre todo, ella es entendida en amor; es pasión lo que aflora en sus ojos cuando habla de la familia, de la que procede y la que formó; sus hijos
Yosbel y Yosbiel llevan años regalándole el mejor obsequio que una madre puede recibir, ser hombres de bien.
En su corazón están también en condición de hijas Maday y Maricela, las nueras, y ella misma define como adoración lo que siente por sus nietos, desde ese clan surge el emprendimiento familiar Canos Martínez.
MÁS QUE UN NOMBRE
“Canos es el apodo por el que todo el mundo conoce a Yosbiel, y Martínez por mi papá, que era comerciante, tenía una bodega y ahí vendía desde una puntilla hasta comida; Yosbel, el mayor, se parece mucho a él, es quien tiene las ideas de los negocios, se le ocurren las cosas y después entre todos las hacemos»
Y es comprensible que el primogénito heredará esas habilidades, con apenas 14 años ya trabajaba junto a su abuelo Álvaro Martínez en un punto de venta que tenía en el portal de la casa, como él mismo dice, fue un momento difícil en el periodo especial, eso lo apartó de los estudios, aunque concluyó el duodécimo grado en la Facultad Obrera Campesina.
Olga asegura que a ninguno de sus hijos le gustaba la escuela, pero que siempre fueron trabajadores y honrados, para ella es suficiente.
Como otros viñaleros, ante el cierre de fronteras por la COVID-19 y la ausencia de turismo, los hermanos Fernández Martínez se volcaron hacia la tierra en busca de fuentes de ingresos y se centraron en la finca.
Son defensores de las prácticas agroecológicas, conscientes del valor que ello confiere a sus producciones y de la responsabilidad que tienen quienes viven en un sitio como Viñales de ser cuidadosos con el medio ambiente.
Ian se llevó mucho de lo logrado, pero eso no los amilanó y en el huerto, las áreas de frutales, el orquideario vuelve a renacer la vida; esas plantaciones confieren un atractivo especial al entorno del restaurante La Cueva, ranchón ubicado junto a un mogote y que da nombre a la pequeña empresa en la que son socios junto a su madre.
Ubicado en el kilómetro 28 de la carretera a Puerto Esperanza, el establecimiento se dedica principalmente a la comida criolla,; las masas de cerdo fritas son la especialidad de la casa, que se pueden degustar acompañadas de vegetales acabados de cosechar, jugos naturales y una amplia gama de mezclas que identifican la coctelería cubana.
Justo a la entrada, cuentan con un punto de venta en el que comercializan productos agropecuarios, confituras, refrescos, cervezas, y otras ofertas, aunque la de mayor demanda es el exquisito guarapo.
Entre las proyecciones futuras quieren retomar el restaurante vegetariano que tenían en el poblado bajo el nombre La berenjena, y que gozaba de gran aceptación en el turismo internacional. Mientras esperan por el incremento de visitantes foráneos al territorio, arrendaron a Cimex un local en el Cupet de Los Palacios, enclavado en la Autopista.
Café, productos listos para la venta, bocaditos conforman la oferta de este espacio y tienen otras proyecciones en el propio Viñales.
Para ellos lo fundamental es la familia, consensúan todas las decisiones y el clan se une ante cada nuevo reto. Los pequeños crecen en un entorno de laboriosidad y emprendimiento; cuando visitan la finca acompañan en las labores agrícolas, a priori creo que dejan pérdidas en la recolección de fresas.
Incrementar las áreas de cultivo destinadas a las viandas es una de las acciones que emprenden en esta campaña, lo que les permite abaratar costos en las elaboraciones culinarias.
SANAR
Reconocen que han transitado por períodos de depresión y ansiedad. Perdieron a dos seres queridos por la COVID-19, la mamá de Maricela y un hermano de Olga; estuvieron enfermos, y después el mayor de los niños también transitó por graves problemas de salud, no obstante, ven en el trabajo una manera de centrarse en el futuro y curar los males de espíritu.
Especialmente la matriarca, que se niega a quedar en la sombra, y asegura tener fuerzas suficientes para retomar la conducción del restaurante vegetariano, pues le apasiona la cocina, recuerda que de pequeña cuando todavía no llegaba al fogón se subía en un banquito para hacer sus pininos culinarios.
Generosamente comparte sus conocimientos y con placer admite que ya sus nueras la superan en la elaboración de algunas recetas; participa en el control económico y con la satisfacción de quien valora en extremo la honradez asegura “lo que más me enorgullece es que todo esto se ha logrado con el trabajo”.
Olga tiene el mayor y mejor regalo para una madre, que el obrar de sus hijos no solo sea fuente de prosperidad sino de complacencia espiritual, esa que en cada palabra le ilumina el rostro y a las pocas frases se convierte en lágrimas de felicidad.