Desde antes de salir, Irma sabía que este sería un viaje complicado. En su mente repasaba una y otra vez cómo debía proceder durante su estancia en el aeropuerto. No tener contacto con las personas, hablar lo menos posible, limpiarse las manos cada 20 minutos… eran algunas de las ideas que intentaba ordenar a cada paso.
Ella conocía, además, que al arribar a Cuba su llegada no sería como en otras ocasiones. Y es que, esta vez, a los controles habituales se unían nuevas acciones encaminadas a evitar la propagación de la COVID-19.
«Desde que te bajas del avión y entras en la terminal te fumigan EL equipaje, te atienden muy bien, están pendientes…. Después te buscan el transporte y la policía te escolta hasta que llegas a tu lugar de origen», explica Irma Ramírez Quiñonez, una pinareña que regresó a la Cuba este martes, procedente de los Estados Unidos.
Sin dudas, para ella lo más difícil fue no ver a Dilayla (su hija) y a Pedro Alfredo (su esposo) en las afueras del Aeropuerto Internacional José Martí, esperándola ansiosos, como en ocasiones anteriores. No obstante, Irma entendió esa ausencia y, en el fondo, se sintió más tranquila.
«Me trasladaron directamente en una guagua hasta la Villa Internacional Aguas Claras, centro que en Vueltabajo está destinado a alojar a quienes llegamos de otros países. Aquí nos recibieron médicos y enfermeras, enseguida nos tomaron los signos vitales y nos llevaron hasta las cabañas, donde estaremos por 14 días», prosigue su relato.
«Las atenciones son de lo mejor, nos visitan varias veces para preocuparse por nuestra salud, medirnos la presión arterial, la temperatura, ver cómo se comportan las enfermedades que padecemos. Además de eso, la alimentación es súper buena, al igual que la limpieza.
«No se puede salir de la cabaña: los reglamentos se están cumpliendo como está establecido. Realmente me siento feliz porque no quisiera estar ahora mismo en la calle y hacer que corran riesgo mi hija, mi vecina o cualquier otra persona con la que me relacione», asegura.
Y aunque pudiera parecer duro no ver aún a la familia –teniéndola tan cerca-, Irma está convencida de que esto es lo mejor para los suyos.
«¡Qué más quisiera yo que abrazar a mi hija ahora mismo, pero sé que debo comportarme y estar aquí porque todo esto es por su bien y el de muchas personas. Se trata de tener conciencia individual», reflexiona.
Le preguntamos si se sientes segura y protegida en este lugar, y al otro lado del teléfono se escucha una risita:
«La verdad es que sí… De hecho, es la primera vez que duermo con las puertas abiertas, pero no me dio miedo. No nos permiten tener el aire acondicionado encendido para evitar complicaciones respiratorias, pero como la cabaña está en una lomita la ventilación es muy buena».
Gracias a las bondades de las nuevas tecnologías, Irma puede mantenerse en constante comunicación con su familia y amistades, y así sentirlos más cerca: «Yo tengo mi celular y la señora que está conmigo en la habitación también, por ahí podemos conversar y estar al tanto delo que sucede en el exterior de esta cabaña, lo que sí no permiten es usar los teléfonos colectivos».
Esos 14 días parecen mucho, pero para nuestra entrevistada, nada se compara con la tranquilidad de regresar a casa sin preocupaciones y abrazar bien fuerte a sus seres queridos.
«Dios mediante así será… ¡y mira que soy creyente!», dice de pronto y no contengo una carcajada.
«Solo quería agradecer en verdad a todos los que tienen que ver con esto, porque realmente es muy bueno lo que están haciendo por nosotros, nuestras familias y el pueblo».