El ataque del Ejército Rebelde al cuartel de El Uvero, en la costa de la Sierra Maestra el 28 de mayo de 1957 superó con creces, por su audacia, cualquier ficción de guion cinematográfico desde su inicio, cuando un certero disparo del Comandante en Jefe Fidel Castro con un fusil de mira telescópica inutilizó el equipo de radio del enemigo.
Comenzaron el asalto aun sin tener la seguridad de que por otra vía los militares pidieran ayuda y los bombarderos B-26 llegaran en menos de 20 minutos desde el aeropuerto de Santiago de Cuba.
Los asaltantes, sin artillería ni otras armas de apoyo que no fueran sus fusiles, se lanzaron en un ataque comando a pecho descubierto sobre las posiciones enemigas jugando conque el factor sorpresa les diera la victoria en poco tiempo, mas la realidad fue otra.
Hasta principios de 1957, la guarnición de El Uvero se reducía a unos pocos soldados dedicados fundamentalmente a mantener el orden, pero en el mes de mayo se reforzó el destacamento militar con un contingente de alrededor de 50 hombres, la mayoría armados con fusiles automáticos Garand, una ametralladora calibre 30 y miles de proyectiles.
En esa época, el núcleo guerrillero se consolidaba en la realización de ataques a pequeñas guarniciones, como al cuartel de La Plata en enero, y emboscadas en las cuales el factor sorpresa y el dominio del terreno montañoso permitían a los rebeldes hacer bajas, sin casi pérdidas.
Esa estrategia cambió al conocer Fidel del posible desembarco de 27 expedicionarios del yate Corynthia en la costa norte de la actual provincia de Holguín, dirigidos por Calixto García White, quienes fueron detectados por la inteligencia batistiana desde su salida de Miami y esperados por las tropas del sanguinario coronel Fermín Cowley Gallegos, jefe militar de la región, por lo que corrían grave peligro de ser aniquilados como desgraciadamente ocurrió días después.
El Jefe de la Revolución para desviar la atención de la soldadesca decidió el ataque a El Uvero, lo que muchos años después explicaría en su reflexión: “Un esclarecimiento honesto”, en la que expuso que un fuerte sentimiento de solidaridad los llevó a esa decisión que ponía en gran peligro la existencia de los rebeldes, pero en la que prevalecieron los valores de lealtad con los que combatían a la dictadura, sin importar a qué tendencia u organización insurreccional pertenecían.
El Uvero contaba con fortines de troncos de madera dura, defendidos por grupos de soldados que cubrían con su fuego cerrado cualquier avance hacia el enclave.
Fidel, junto a la comandancia, ocupaba la loma que dominaba el reducto militar desde las estribaciones de la Sierra y concibió el plan dirigido a neutralizar en un asalto esas posiciones para la toma del cuartel por los combatientes organizados en pelotones dirigidos por Guillermo García, Juan Almeida, Raúl Castro, Camilo Cienfuegos y Efigenio Ameijeiras, los cuales avanzaron por el frente, a la vez que Ernesto Che Guevara, con un fusil ametralladora, apoyaría la acción.
El plan lo completaba el pelotón de Crescencio Pérez, que cubrió el camino por donde se podía esperar la llegada de refuerzos desde los destacamentos cercanos.
Al generalizarse el fuego los rebeldes iniciaron el asalto, convertido en una lucha contra el tiempo ante el peligro de la intervención de la aviación, en un avance que fue derroche de arrojo y desprecio al gran arsenal de los contrarios, que no se rindieron en poco tiempo y extendieron el combate por cerca de tres horas hasta que fueron neutralizados y rendidos a costa de valiosas vidas.
Casi la tercera parte de los participantes de ambos lados resultaron muertos o heridos. Los guerrilleros tuvieron siete bajas mortales, así cayeron heroicamente el teniente Julio Díaz González, combatiente del Moncada y expedicionario del Granma; el también teniente Emiliano Díaz Fontaine (Nano); y los combatientes Eligio Mendoza Díaz, Gustavo Moll Leyva, Francisco Soto Hernández, Anselmo Vega Verdecia y Emiliano R. Sillero Marrero, además de ocho lesionados.
Por su parte, las fuerzas batistianas perdieron 14 hombres, 19 fueron heridos y unos pocos soldados pudieron escapar.
Los revolucionarios ocuparon decenas de fusiles, armas cortas y miles de proyectiles, pero sobre todo en la tropa se acrecentó el espíritu de lucha y la decisión de vencer.
Como dijo el Che, aquel combate marcó la mayoría de edad del Ejército Rebelde y “…nuestra moral se acrecentó enormemente, nuestra decisión y nuestras esperanzas de triunfo aumentaron también (…). Esta acción selló la suerte de los pequeños cuarteles situados lejos de las agrupaciones mayores del enemigo y fueron desmantelados al poco tiempo.”