Un poblador de la circunscripción número siete del consejo popular Celso Maragoto recurrió a nuestro periódico, interesado en que dedicáramos un trabajo al delegado de dicha demarcación, quien responde al nombre de Francisco Javier Ceballo Arias.
De él se dice que ya era bueno y servicial antes de la pandemia, pero en los últimos tiempos, repletos de tanto dolor, dificultades y carencias, ha crecido ante los ojos de sus electores.
Este hombre de 41 años consigue estirar sus jornadas y enfocarse en la realización de muchas actividades distintas como la supervisión de las pesquisas poblacionales, la visita a casos vulnerables y el control al Sistema de Atención a la Familia (SAF).
Igualmente tramita las inquietudes de los pobladores con las entidades pertinentes y dirige un grupo de trabajo comunitario, nucleado por siete mensajeros que acercan medicinas y alimentos cada día a ancianos que viven solos y a otras personas enfermas, a las que se les dificulta salir de sus viviendas en medio de la contingencia epidemiológica.
Hay quien ha visto al delegado echarse a cuestas un cilindro de gas licuado e instalarlo él mismo en el hogar de un vecino positivo a la COVID-19 o gestionar módulos en una cafetería cercana, para distribuirlos entre las 18 casas en cuarentena que llegó a tener simultáneamente en su comunidad.
“Mi deber es escuchar a la gente, protegerla y llevarle una respuesta, incluso cuando no tenga en mis manos el recurso para resolver sus dificultades. Ellos me eligieron a mí y ahora siento el compromiso de acompañarlos y decirles ‘aquí tienen mi brazo’”, afirma el representante.
Desde el pasado año las asambleas municipales del Poder Popular determinaron liberar de sus puestos de trabajo a los delegados de circunscripción cuya responsabilidad laboral lo permitiera, a fin de que se dedicaran a tiempo completo a potenciar el vínculo con sus electores.
Javier no pudo acogerse a dicha disposición, dada la alta responsabilidad que le ocupa en el hospital pediátrico Pepe Portilla, donde se desempeña como jefe de Servicios Básicos.
“Atiendo lo que tiene que ver con cocina-comedor, lavandería, oxígeno, Policlínico de Especialidades, auxiliares de limpieza, jefes de turno, recepcionista, ascensorista, pizarrista…”, detalla.
“Son áreas bastante extensas, cuyo personal asciende a 300 trabajadores. Ellos tienen sus problemas, como todos, y a veces debemos hacer movimientos para que no se afecten los turnos.
“No es fácil coordinar la logística que mueve a un hospital y aunque hay muchos responsables, el máximo encargado siempre es uno mismo. En ocasiones surgen imprevistos como una leche que se corta, por ejemplo, y así sean las 11 de la noche tengo que personarme en la cocina y buscar una solución. Son cosas que no pueden esperar.
“Además del consumo propio del hospital, nosotros elaboramos alimentos para cinco centros de aislamiento y tenemos que estar pendientes de que la transportación se realice a su hora y de que los productos lleguen bien a su destino”.
Son tareas serias que, unidas a sus funciones de delegado, bastan para tenerle ocupado todo el día; pero aun así, siempre halla la forma de dedicar tiempo de calidad a su esposa maravillosa, según la define él, y a dos varoncitos de tres y ocho años, siempre ansiosos por jugar con su papá.
YUSMARY
Yusmary Cabrera Iglesias, de 33 años, forma parte del grupo de trabajo comunitario coordinado por Javier.
Ella pertenece al combinado deportivo Celso Maragoto Lara y antes del inicio de la pandemia enseñaba balonmano a un equipo de niñas de la escuela primaria Camilo Cienfuegos.
“Cuando empezaron a tomarse en Pinar del Río las primeras medidas para evitar la propagación del virus y se detuvieron las actividades docentes, pude ir para mi casa y cobrar el 60 por ciento de mi salario, ya que tengo a mi papá enfermo, pero decidí asumir la misión de mensajera”, refiere la joven.
“Al principio me asignaron 11 casos. En ese momento era más compleja la situación porque no estaba establecido el sistema de las tarjetas en el quiosco. Uno tenía que madrugar y fajarse para comprarles el pollito a los abuelos, bueno a los que podían pagarlo, ni siquiera todos tenían el dinero.
“Adquirir los medicamentos en la farmacia también tenía su complicación, pues las personas me miraban como si fuera una acaparadora; pero ya se han ido acostumbrando a la presencia de los mensajeros en las colas.
“Actualmente atiendo a tres ancianos a los que ya considero amistades cercanas. A veces quieren regalarme algo y retribuir de alguna manera el servicio que les presto y les digo que no tienen que hacer nada de eso, que solo cumplo con mi labor”.
Uno de esos abuelos llamó a la casa de Yusmary en una ocasión y pidió hablar con los padres de la joven. Les dijo que debían sentirse muy orgullosos de la hija que habían criado.
Con su puntualidad, cordialidad, buen corazón y capacidad de conmoverse con los problemas de los otros, tanto ella como Javier y cientos de sujetos anónimos que podrían ser asunto de otros reportajes, han salpicado de colores el paisaje gris impuesto por el SARS-CoV-2 en Vueltabajo.