Hay un mal que ya se cierne a modo de sombra total y cada vez más se afianza y enraíza sobre nosotros. No creo que seamos capaces de darnos cuenta de en qué momento fue que comenzó o si ya es un asunto que no tiene remedio.
Lo cierto es que este problema en la Cuba actual azota como una plaga los deberes y derechos que todos tenemos por igual; un asunto que conspira contra la buena laboriosidad, el sentido de la ética y el respeto, la disciplina laboral y los valores de antaño.
Sí, se trata de la informalidad, la madre de todos los procrastinadores.
Y no es que escapemos de ella, pues como dije anteriormente, este fenómeno se ha vuelto como una sombra sobre nosotros, a tal punto, que ya no podemos distinguirla ni ser conscientes de cuanto nos daña, lo mismo cuándo somos víctimas que victimarios.
¿Quién no se ha quedado esperando a alguien que debía ir a hacerle un trabajo en la casa, o ha llegado a buscar algo en un establecimiento de servicio público o privado y se ha encontrado con que el pedido no está listo?
La lista de tropiezos con este aspecto dañino de la vida diaria no tendría fin si nos pusiéramos a pensar o recordáramos los infortunios que hemos sufrido por su culpa.
Por supuesto, no es un asunto relativo a tal o más cuál forma de propiedad, pues lo mismo suele encontrársele en el sector estatal que en un servicio privado. Tampoco distingue razas, credos o preferencias sexuales. Al final todos somos parte de una cadena de adversidades que en su momento se le adjudican a la informalidad.
Evidentemente es un vicio. Uno que guarda relación estrecha con la otra problemática de no poder contar con varias opciones o alternativas ante una gestión determinada. Pasa por el “adeudo” de esperar sentados por individuos a los que les da igual si hacen más o menos en cuanto a su actividad se refiere, por aquello de que “fulano es el único que lo hace”.
Lo que no pensamos ni valoramos sobre este aspecto es que cuando le imprimimos ese sello negativo a nuestras operaciones o trabajos, no solo perdemos seriedad en el servicio sino también clientela, y por ende un daño irreparable al prestigio de la propia empresa y a los resultados económicos finales.
— Ahí no vayas. Ese es un barco.
— No se diga más.
Es muy difícil atajar la informalidad cuando no funcionan los mecanismos internos de exigencia en una entidad, ni se sanciona administrativa o judicialmente a quienes en reiteradas ocasiones quedan mal ante las personas perjudicadas, o se sustituye a esa persona que mancha la calidad en el sector no estatal.
Quizás es que ya nos hayamos resignado a convivir con estas conductas, que incluso a veces justificamos o se las sumamos de forma descarada al bloqueo estadounidense.
Recordemos algo: quedar bien ante un encargo o petición y cumplirla en tiempo y forma, no solo genera placer y tranquilidad para quienes lo solicitan, sino también se gana en respeto, credibilidad y profesionalismo.
El evitar dilaciones, evasivas y engaños siempre es de provecho, pues se preservan amistades y se crean nuevas relaciones interpersonales que en un futuro quizás sean beneficiosas.
Lucir siempre los valores y la estirpe cubana de siglos atrás como la seriedad y el respeto, serán cartas de presentación dignas de admirar. Que lo que consideramos como inevitable por cotidianidad, se convierta en ejemplo y puntualidad.
Quedemos bien con nosotros mismos. Ese es el primer paso.