La vida de Olga Luisa Alarcón guarda muchas historias. En su paso por este mundo dejó importantes huellas en todos los que la conocieron. Hoy les compartimos esta entrevista que se le realizara en vida, como merecido homenaje póstumo a quien dedicó sus horas a cuidar y amar a los demás.
Olga Luisa Alarcón Ulloa, enfermera de 96 años, tiene entre sus más preciados recuerdos haber curado al Comandante Ernesto Che Guevara.
Saber dónde encontrarla fue fácil. En el barrio todos la conocen. Al llegar a la calle Colón, muy cerca de la céntrica avenida pinareña José Martí, con solo preguntar por Olga escuchas las cariñosas exclamaciones de los vecinos cuando dicen: “Oh, la enfermera”.
Al subir por las escaleras que dan acceso a la puerta principal de su casa, me encuentro con un hogar pequeño, sencillo y bien decorado. Cuando entro en su habitación descubro a una mujer de cabello blanco, estatura baja, de una agradable y contagiosa sonrisa.
Olga Luisa Alarcón Ulloa consagró su existencia a la enfermería. En el ejercicio de la labor materializó su mayor satisfacción: haber cumplido con lo que le correspondía, pues para ella, la enfermería es un sacerdocio al que se dedicó en cuerpo y alma.
COINCIDENCIA CON UN HÉROE
Entre los recuerdos dejados por los años de entrega a la profesión, atesora una experiencia inolvidable: un día la llamaron para atender al Comandante Ernesto Guevara. Según narra, emocionada todavía, para ella fue un privilegio poder curarlo con sus manos.
No le gusta disertar en demasía sobre su experiencia, pues, al decir de la enfermera, todos los pacientes merecieron por igual la atención y el cuidado que cada día puso al servicio de otros. Olga considera al ser humano por encima de todo y siempre se esmeró para atender a las personas como debe ser.
Pero lo cierto es que, aun sin quererlo, el mundo entero la conoce por ese hecho. Hasta el navegador más usado de internet, en pleno siglo XXI, hace una búsqueda precisa y solo basta poner el nombre de ella para que aparezcan decenas de trabajos periodísticos que la citan como la enfermera del Che.
No hay un medio de prensa que no haya relatado la curiosa anécdota de aquel disparo que le atravesó el rostro a Guevara, precisamente un 17 de abril, cuando Cuba atravesaba los días de Girón y él estaba en el municipio de Consolación del Sur, designado para ocupar el mando militar de la provincia ante la agresión mercenaria.
Cuentan los que vieron el suceso que el Che salía de una reunión con el Estado Mayor y tropezó con una tubería, entonces el cinturón cayó al suelo y la pistola, que siempre tenía una bala en el directo, soltó un disparo que le hirió en la cara, le entró por debajo del pómulo derecho y le salió muy cerca de la oreja, sin dañar ningún nervio o arteria importante.
Fue atendido en el hospital León Cuervo Rubio de la ciudad de Pinar del Río, en donde le hicieron una regularización de los bordes y una sutura para controlar el sangramiento, sin anestesia, porque dijo que era asmático y no permitió que se la pusieran.
Y es en este momento cuando aparece Olga, sería la enfermera encargada de atenderlo durante las horas que estuvo en recuperación, quien afirma que, aunque no fue una herida complicada, había que ponerle la vacuna antitetánica, pero era asmático y alérgico.
Dijo Olga al periódico Granma hace unos años que hubo que optar por ponerle la vacuna de manera fraccionada, en varias dosis, para evitar una reacción, pero que constantemente se lamentaba por tener que estar allí, le mortificaba estar fuera del puesto que le habían asignado.
TOQUES QUE ENNOBLECEN SU ALMA
Pero realmente, la brillantez de Olga no solo estuvo ligada al acontecimiento de haber curado a un héroe, viene desde Oriente, lugar donde nació, específicamente en Granma.
Allí vivía con sus padres y hermanos en un hogar humilde pero en el que todos salían adelante. Quizás es ahí donde surge ese espíritu fuerte, transmisor de seguridad y confianza, incluso a quienes, como yo, recién la conocen.
Cuando habla de su infancia recuerda con cariño a la profesora Adolfina Rocío, “fue mi maestra cuando era niña y me enseñó muchas de las cosas en las que hoy pienso con agradecimiento”. Tanto influyó en Olga, que estuvo algún tiempo enseñando a cuatro o cinco compañeros, simplemente porque le gustaba. Tal vez sería el magisterio su segunda vocación.
Luego de nueve décadas, esos deseos de educar los encauza en su sobrino-nieto de tres años. Disfruta la posibilidad de continuar dando a otros un poco de sí misma. “Es algo travieso, pero me gusta enseñarlo a dar las gracias y a decir buenos días”. La esencia de su vida está en la necesidad de ser útil para el resto, a eso nunca renunció ni fuera de la profesión.
Habla con añoranza de quien fue su compañero en la vida, el doctor Contreras, médico que, como Olga, fue muy querido y respetado por amigos y colegas. “Debes buscar a alguien de tu familia para hacerte compañía”, así decía Olga citando las palabras del esposo, cómplice en el amor y la profesión.
Quizás por los años, o mejor aún, por los años bien aprovechados, hablar con esta mujer es una lección de vida, en la cual aprendes que “cuando se trabaja con amor todo sale bien”.
Demostrando la versatilidad y sabiduría de la experiencia, no dejó concluir nuestra conversación sin antes decirme: “Siempre indaga y pregunta sobre todo, para que sepas lo que cada cual es. Esa es la clave para hacer un periodismo de verdad”.