Enrique Loynaz Muñoz y su presencia en la poesía cubana

Enrique Loynaz Muñoz, perteneció a la prole de poetas Loynaz: Dulce María, Carlos Manuel y Flor. Todos creadores sucesivos, como no se conoce en la historia de la literatura otro lazo filial común. El poeta eligió estar fuera de su entorno literario. Pero tuvo bastas particularidades que lo fueron colocando en un lugar importante dentro de la literatura cubana de primera mitad del siglo XX e Hispanoamericana, a medida que se iba logrando publicar y rescatar su obra.

Su yo

Poeta y ensayista. Poseedor de un amplio conocimiento literario. Vivió en la escritura una realidad desasosegada en su yo interior, que le hizo ser leal, en interés y forma, a un tipo de lírica que dilató durante sus años más fértiles, y que se aparta de lo que se produjo en esos años de la República. Sin embargo, esto ha llevado a erradas conclusiones, poseía la fecundidad de la variación, pero no le interesó, mucho más adelante lo retomaré[1], y como su escritura fue individualista, en sentido literario, social y familiar, siempre generalmente se replicaba a su yo filosófico, y lo demás era nulo. 

Hay dos razones que suponen lo planteado, y son característica a quien se quiera acercar al autor: no le interesaba publicar, por lo que encontrará poemas sin títulos, con sutiles incongruencias que cierran el círculo consonante de “sí, no publicar, no revisar”; y todos sus textos tienen la audacia, para mí muy legítima ya que para ello es la lírica, de ser inalienablemente personales en intento tal vez de sortilegio, quién sabrá, por mucho que se teorice, quién podría develar un yo.

Perteneció a esa prole de poetas Loynaz: Dulce María[2], Carlos Manuel[3] y Flor[4]. Todos creadores sucesivos, pero sin influenciarse mutuamente[5], como no se conoce en la historia de la literatura otro lazo filial común. Los cuatro indiferentes ante la existencia de una lírica publicada, aludo que les hincaron los versos tan salidos del alma en revoltijo con ese surtido cubano de lo impuro, que tal vez era mejor afuera la no vida: “…Enrique, Carlos Manuel y Flor (…) el primero, labraba versos y, avaro, los escondía, y recién ahora se conocen algunos; el segundo, quemaba lo que escribía; la tercera, Flor, mezcla de Gandhi y San Francisco, en su palacio “Santa Bárbara” de La Coronela, en las afueras de La Habana, rodeada por docenas de perros y gatos en inexplicable convivencia, tejía poemas a una hoja de hierba o al ratoncito del sótano… Y Dulce, inevitablemente, tenía que ser poetisa…”[6] La poesía les tenía poetas en ese filo de su nacimiento escritural, momento clave, el resto del reposo en el tiempo, para nosotros los lectores, lo ansiado, no les servía. La revisión, las lecturas y ese contacto con la gente, ese manoseo, les iba aniquilando el verso. 

Fue finito el margen de la palabra en cada uno de los Loynaz Muñoz, sobre todo para Enrique, Carlos Manuel y Flor, para los hispanoamericanos inmenso. Dimitían de sus creaciones, y su validez, para con el proceso literario cubano y sus lectores, perteneciendo al molde lírico de una época y sus razones: “Chacón[7] subraya el sentido de renunciamiento que no era sólo propio de Enrique Loynaz, sino que caracterizó a parte de su promoción poética, como es el caso del alejamiento de la poesía, por otras causas, de Rubén Martínez Villena[8] (1899-1934), quien alrededor de 1933 deja de escribir en versos, poco antes de su muerte; o de Juan Marinello[9] (1898-1977), que tras Liberación (1927) apenas si luego escribe otros poemas; o de María Villar Buceta[10] (1899-1977), de semejante trayectoria tras Unanimismo (1927); o de José Zacarías Tallet[11] (1893-1988), quien vino a publicar su sola La semilla estéril en 1951…”[12]. Y entre ellos, ya dicho, Enrique, sumando con su resta como tal, sin esperar particularidades para la viva literatura de la isla. Pero no para su yo, a los quince años ya reunía poesía, se sabía intelectual de labor y punto. Le habían nacido, en perfecto estado lírico, versos que se respondían a su propio destino de estar entre la mano y la no razón[13] ya escritos ¡Cuánta actitud! ¡Cuán noble íntegro su yo! Para el resto nulidad. 

La marea de interioridades le daba los puertos a Enrique, y la realización fue estrofa, y en el alma se le venía aclamando más destreza, y el riesgo y las metas, ya se cumplieron y ¿qué hacer? si lo sublime estaba ya puesto, y lo que seguía del curso natural literario, no le acondicionaba el sentir y sí el distanciamiento ¿Qué hacer? La respuesta era escriba, y quizás premonitoria: no hacer nada. La historia esposa un tiempo eterno[14]. El autor silenciaba a su hablante lírico, en afán por no contaminarlo: “EG: ¿Usted cree todavía, Dulce, que la poesía sea pura. En la actitud pura de la poesía? DML: Esa era la obsesión de Juan Ramón (Jiménez)[15]. Y mi hermano decía que sí. No creo que uno pueda. Sí creo en la poesía pura, pero me parece muy difícil alcanzarla. Solamente muy contados. Quizá mi mismo hermano Enrique, y desde luego Juan Ramón, que la inventó.”[16] Pura en camino y razón.

A Enrique Loynaz Muñoz, nacido justo un 5 de abril en 1904, la literatura y las artes le llegan por consanguineidad y cercanía inmediata. Sus antepasados, tenían talla inmensa: Silvestre de Balboa[17] y la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda[18], formaban parte de su estirpe fundadora; su padre, presencia inmediata, afecto de José Martí[19], el General de Brigada del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo[20], compositor de aquellos versos cabalgados, que quizás le fueron hasta canción de cuna; y su madre Doña Mercedes Muñoz Sañudo, una de las mujeres más ricas herederas, de título nobiliario y gustos exquisitos pictóricos colmados de imaginería paisajística, y dotada para el arte de la música y el canto. 

Todos le antecedían en registro literario y en compromiso cubano. Tal vez le pesaba la genealogía. Y Cuba, con aquel arrastre de historia contigua, de fin de siglo[21], donde sobresalen sus dos cercanos, excepcionales hacedores de prosa y poesía: Gertrudis Gómez de Avellaneda y José Martí. El yo de Enrique nace ya con el peso del arte en la cuna y en los brazos de su familia. Y a partir de ahí la lírica de la que formaría parte, quisiera o no, hizo válidas reformas y aportes a la literatura mundial dentro del nuevo siglo[22]. Enrique se mantuvo ajeno a esta proliferación dentro de la cultura de la isla. Si las ubicaba. Su misma casa era lugar de reunión, por la basta cultura familiar. Pero aisló el interés y nada se inclinaba a su escritura.

El escenario de la niñez del poeta, y sus hermanos, transcurre en una casa esquinera de las calles Amistad y San Rafael[23], arriba de la joyería La Maison Française, de la época. De muy joven se trasladan con su madre, luego del divorcio de sus padres, uno de los primeros cuando aún no se estilaban, a una casona que está, en la calle Línea y 14, ubicada en el Vedado, Ciudad de la Habana, Cuba.

 La familia se acomoda ahí, cuando los hermanos eran muy jóvenes “fue en esa casa donde se forjó el carácter de cada uno de ellos. “Ver los Loynaz” era la consigna del viajero y, sencillamente, hacia allá iban. Como Federico[24], que llegó un buen día y le arruinó a Enrique una cuidadosa escritura legal[25]. O como Juan Ramón, enlazado con la eterna Zenobia[26] y desgranando vellones a su paso. O como Gabriela[27], con su voz de bronce resonando en todos los rincones”.[28] Ahí, él, y todos, continúan ilustrándose con preceptores particulares, que asistían al propio hogar a educarlos, y ejercitarlos, en el estudio y gusto por las artes, les era favorito la confluencia de la música y la pintura, los versos y el ostracismo vendrían después. A Enrique no, a él le intentaban, pero no, le eran ajenos los maestros y maestras que por decenas querían lograr su interés, se frustraba, no por la educación sino por el estímulo de los educandos. Y Enrique, además, pasó demasiados años enfermo de niño: dolencias bronquiales que le hacían la respiración discontinua – imaginen – con aquellos excesos nocturnos afiebrados del no aire anhelante, y la tos expectorada, y los silbidos como tuba; e inflamadas las articulaciones de sus extremidades con un reuma propio de gente mayor, y lo sabía y se condolía, sabe quién en qué, con sus menos de diez años[29]. 

Encerrado en su pieza con una sola ventana, y la luna en la oscuridad, el sol en la claridad y el cielo perenne, le eran riego para lo que después vendría escrito – ay Dios – y nada más. La madre de noche, el padre un momento, la abuela agitada, los hermanos acunados en la risa propia de la edad, y Enrique siendo quien después fuera para las letras cubanas: versos, naturaleza, vínculo con lo perfecto y un hermético desinterés voluntario. Varios cortos años después de su primera década, ya más maduro el joven cuerpo, en correspondencia con su avezado espíritu, y su inmerso yo, hizo que el Enrique lírico brotara. El arte y la literatura le rebasaron el contenido y la forma a los quince años, increíble, a los catorce recién, solo, estudia y se gradúa del Instituto de La Habana. El talentoso ego, preso de egoísta prudencia, comenzó a escribir[30].

Entre 1920 y 1921 emprende un viaje a Europa que hubiera podido darle alas a su ser, sin embargo, sólo solventó su soledad. Se emancipó de la tradicional importancia política familiar. Su vida y obra demostraron tibieza ante la inclinación de ese tiempo hacia los sucesos cubanos, fue rebelde y auténtico con su desarraigo. Quizás fue la revancha ante todo lo que le estorbaba para su creación, familiar y social. En su obra no expresó lo que se exteriorizaba en Cuba, su universo era el de un yo constante coqueteando con una soledad abrumadora.

Entre las pocas palabras dedicadas a su legado, recojo estas, que aunque tienen cinceladas la vida y la sangre son sin duda las emotivas-afectivas, y escriturales, más autorizadas: “Digamos que su poesía fue la más pura y su mensaje el más alto: era un mensaje dirigido muchas veces a Dios. No fue un poeta religioso, sino un poeta místico, que es cosa muy distinta y muy ardua, y en nuestros predios casi única.”[31]

Enrique Loynaz Muñoz dispuso sus obras en dos estadios: el primero de 1920 a 1924 el cual incluye los títulos Un libro místico, La canción en la sombra, Faros lejanos y Canciones virginales; y el segundo de 1940 a 1945 en el cual agrupó sus textos en Miscelánea, Versos de narración y entretenimiento y Después de la vida. De intermedio en 1925 escribe Los poemas del amor y del vino, un libro luz de su oficio,, y el cual impacientemente retomaré.

Entrampado en la oración de su manifiesto

De entre sus producciones, en 1922, aparece el exorbitante poema-presentación La Oración del Crepúsculo. Texto que individualiza a su inmerso yo, y caracteriza fatalmente casi toda su producción. Si hay que reconocer que si solamente hubiera escrito esto, bastaría para estar, desde que se dio a conocer, esculpido en los anales de la lírica cubana, en honor y majestuosidad. Tamaños versos irán ganando páginas en la historia del arte literario, a medida que se vaya estudiando y conociendo más su arte, pero no se yerre marcándolo sin la virtud de la reinvención.

Léase como la lírica-declaración que es y que lo ubica en el concepto místico por antonomasia. Lima con esta obra el antiguo conflicto entre la poesía y la búsqueda constante de la expresión que decanta lo místico en religioso. Porque lo religioso es la búsqueda y lo místico es la vivencia del misterio, lo inmaterial. Dulce María alude y coincido “es único”. Léase:

La Oración del Crepúsculo

¡Mi Dios, quiero ser algo inmaterial!… Quisiera

no haber jamás nacido y no morir jamás;

ser tan sólo una fuerza: un color, un sonido,

una luz… Ser un claro de luna sobre el mar.

Ser un ardiente rayo de sol: Dar de mi fuego

y mi lumbre a la Tierra, ignorando que allá

en su seno, se agita como un sueño perenne,

como un misterio torvo, la ciega humanidad.

Ignorando sus vanos ideales, sus luchas

por las terrenas glorias y el error ancestral

de juzgarse a sí mismo grande, aún no sabiendo

por cuál causa ha nacido ni por cuál morirá.

No quisiera estar hecho de algo,

existir, solamente para luchar. Luchar

sin que el estéril río de la vida me lleve

dulcemente a un remanso de beatitud y paz.

¿Con qué divinos dedos libertar mi materia

de la prisión del mundo donde encerrada está?

-¿Cómo podré diluirme todo, todo en la nada,

en la luz?… ¡Mi Dios, quiero ser algo inmaterial!

Maravillado, leo que este texto posee la capacidad de levantarlo en el peldaño de poeta místico de la isla, y lo hace. Ocupa el lugar señero. La nota 30 al pie de página ubica la publicación de este poema algunos años después de haberse conocido otros de sus textos, pero la potencia, la madurez tan espaciosa y la convicción tan activa de su yo, aunque conocido luego, candidatea en calado y perfección para ser el manifiesto literario de Enrique. 

El adjetivo místico tiene su fuente en la palabra griega mystikós aparecida en el siglo III, que significa cerrado o misterioso, tópico común en la proyección de los versos más conocidos del autor. El abrazo entre su poesía y la mística tienen aquí origen en el mismo propósito de la una y la otra, la cercanía a lo absoluto, a lo no contaminado. El que le concedan la peculiar unión de su yo con lo que conforma Dios, en este caso lo etéreo anhelado. Costándole aun lo único que realmente se posee, la vida. Plantea en él un estado anímico, que aparece en la categoría de lo no asible, incorpóreo, proponiendo el figurar espacial en lo suyo. Y aunque profesa una pretensión religiosa, es arrastrado el lector, indudablemente, por el término inmaterial, lo puro, lo volátil y en esa imagen construida delira la mente. Este poema místico de Enrique funden idea y literatura en comunión, retomando el “uno” y la tarea va hecha: purifica la ilusión del autor, su empeño en el lenguaje es pedir, y da anhelo al lector, para saber si su apetito fue atendido, por lo que el texto no solo es máximo sino que lleva la curiosidad a por más de su obra. Y nadie lo heredó, aunque nadaba en las aguas del posmodernismo, ni cubano alguno lo antecedió: La Oración del Crepúsculo tiene un lenguaje exclusivo, aislado en él mismo, regodeándose auténtico entre sus propias raíces loynazes, y así continuamente se me repite en cada lectura.

Cuántos ocaso habrá revisado el niño Enrique desde su única ventana, y qué pensamientos inmortales le habrán llenado distraído el deseo, para el acabamiento de ese dolor físico y que no fue, y que en el crepúsculo se acentúan: recuerde un simple malestar como insiste en el justo instante cuando el claror llega al día hasta que sale el sol definitivo, y no dan deseos de laborar para nada; o desde que el sol quiere ya ponerse hasta que oscurece, y la fatiga determina una continuada pésima noche. Y por años introspectivo pidiendo ser eterno sin tormentos, y ver fuerza en el color, el sonido, la luz, la sal; ver fuerza en donde el común de los seres ve relajamiento. O ya muy joven, cuán recogido en su propia intimidad, en perplejidades y recelos para con lo que no se comparte o entiende, pero que abunda en su mundano alrededor, cualquier cosa pudiera ser lo que le provocaba encogimiento, y le hacía sentirse vano en su meollo, y le es mucho más sano, lógico y condescendiente renunciar a todo lo terrenal, y ser artífice en el reposo del hombre, comprendiendo lo inmaterial como lo que realmente da vida a la vida. Piensa, tú que lees, hoy en tu poco tiempo de yo-existencia, o mejor dicho, en tu yo-supervivencia diaria, y qué es lo que te podría dar pujanza, y se te concede unos pocas semanas al año, ya que hay que seguir: un color preferido, un sonido estimulante, una luz gustada, una luna apacible y un mar vacacional. Enrique lo quería concedido alejado siempre, ya.

Y como todo texto del que escribe para sí tiene un lazo, y quizás el lector se descuida, pero es imposible que el autor no perciba, se contradice cuando pretende Ser un ardiente rayo de sol: Dar de mi fuego / y mi lumbre a la Tierra, ignorando que allá / en su seno, se agita como un sueño perenne, / como un misterio torvo, la ciega humanidad para luego ansiar No quisiera estar hecho de algo, / existir, solamente para luchar. Luchar / sin que el estéril río de la vida me lleve / dulcemente a un remanso de beatitud y paz! Enrique primero deja ver su individualidad, ajena a Cuba, para después ser un poco parte de esta; tal vez colocar la esencia familiar dentro del texto es llenarlo ¿propósito o despropósito? ¿Le pesó lo Loynaz? Me inclino porque el destello es egoísmo, raíz, garra para su fe, y se alude ser un poco Dios “se hizo la luz”. La luz en el designio feroz de lo alejado, lo misterioso, lo inmaterial, lo contemplativo: ardiente, dar mi fuego pero ignorando. Como Bárbara en Jardín[32] “…ser un poco dios dispensador de mercedes.” Ante el tenue, espantoso y ciego mundo poseído que se inclina por sus mismos desórdenes y calamidades. Que padece todas las guerras y ni idea, o tal vez cansado de esa lid del siglo anterior, independentista, de su padre que es Cuba viva. Generacionalmente queriendo ser otra luz, y no la gloria que no para de ser contada, en su cuna, entre sus allegados, en hombros y tan, tan, tan cargante para su honda personalidad juvenil. Odiando ver continuo lo vivido en el pasado, e intentando, ser disímil para el futuro. Quiere ser despojado de todo, ser sublime sin materia, ser aislado en lo más íntimo y alejarse de lo corpóreo del ser humano, zafarse. Ser la luminosidad de todo y de todos, por dentro y hacia afuera, a salvarse refulgiendo, pero muy lejos del exterior mundo cubano, que le detiene y estorba para el deseo expresado; y cuando entrampa el texto articulando lo contrario, lo dicho, le brotó lo Loynaz.

Como texto con presunción mística del siglo XX, y sin destacables interioridades de figuras literarias, directo, veo solo un halo de imagen y el mero hipérbaton ¿Con qué divinos dedos libertar mi materia / de la prisión del mundo donde encerrada está?, esta experiencia que pretende sucede fuera de los claustros y órdenes religiosas, y llega en el ruido, en la vida moderna, característica también de otros autores afines, en la cual se amontonan el cúmulo errores cometidos desde siempre, y a los que más bien Enrique procura expulsar de su yo totalmente. Acullá, bien distante, remoto extremo ante el influjo externo del hombre. En estos otros literatos, que en su siglo enunciaron una vida activa en obra y “profesión” sobre la mística latinoamericana, y entendiendo la diferencia “vocacional”, en esta declaración no encontramos lo que en la mayoría de los demás: por un lado, reunido el afán de conjugarse con el servicio solidario a favor del pueblo, dejando una vasta obra en tal sentido, por ejemplo Ernesto Cardenal[33], Oscar Romero[34] y Helder Camara[35]; y por otro, autores sucesivos, pero también cumbres nacionales, los cuales tuvieron más bien una relación de formación, marcada por el obsequio u homenaje por la fe a Dios, aunque todos de singular manera, Eliseo Diego[36], Fina García-Marruz[37], Ángel Gaztelu[38], Lezama Lima[39], y hasta Virgilio Piñera[40]. En Enrique La Oración del Crepúsculo, su yo-manifiesto, alega otra experiencia. Sus pares todos iban inspirados en el contexto personal educativo o temporal, Loynaz iba a lo muy particular de su individual cosmos, purgado de lo exterior, sin querer ser ni parte. Reitero según Dulce María “…y en nuestros predios casi única.”: entrampado ¿Cómo podré diluirme todo, todo en la nada, / en la luz?… ¡Mi Dios, ¡quiero ser algo inmaterial¡

… donde he bebido…

Con Los poemas del amor y del vino el poeta se aleja de cualquier tendencia que a su obra le caracterizó, y que he podido consultar, o referenciar, entre los pocos estudiosos de sus creaciones. El aura ajena que trajeó siempre a Enrique, y que lo indicaba a lo largo y ancho de su ser como un escritor desasido de todo dominio externo, acá se fuga en este libro. Con 20 años escribe estos poemas haciendo notar sin dudas como todo su ente se vuelca a ellos sintiéndolos-pensándolos, y escribe y corrige. Me aventuro por estas singularidades que le denotan un válido interés, que fue él poemario favoritos del autor, o por lo menos el más trabajado, al deber recobrarse de sí mismo y las proyecciones místicas. Reposición que entre los conceptos filosóficos, ipseidad y mismidad, podrían separar al Enrique autor de La Oración…, del de este poemario, el cual le tendió como una tregua frente a lo que siempre se le achacó. En su etapa mística, respondería al concepto de ipseidad, ya que, este como texto representativo, recurre en sí a la unión de su yo consigo mismo, lo cual le responde a su individualidad histórica y hermética, a la identidad personal que le distinguió del resto de la cubanía literaria, social y familiar, de la época; y en contrapunto, en Los poemas del amor y el vino, le guerrea explayarse en lo profano, mismidad, y son textos sujetos a un ser de experiencia: se complace en el devenir del ser hombre junto a una mujer, de gozar la edad moza y de la Baco naturaleza que le calienta una inspiración contundente, en todo momento de la clandestinidad amatoria.

Ya referido anteriormente, Enrique estuvo presente, sin pertenecer por elección propia, en esas décadas de gloria de la poesía cubana. La cual venía transitando del modernismo, al posmodernismo y luego pasó a las vanguardias, en Cuba con sus singularidades, y en el resto de América. La brillantez de Los poemas… está cursada en la legalidad de presentar a un hombre distanciado completamente del mundo interior que le circulaba, y acorazaba en sus otros textos. Lo coloca en lo externo. Le hace emprender confesiones versadas muy comunes, que lo alejan de ese afán de hermetismo, por el deseo de consumar con su amada, y beber, y sitúan al autor en un real romanticismo veinteañero, de primera mitad del siglo XIX, en ese predominio del deseo sobre la razón, y que en los ejemplos que continúan sugieren un amor más bien entre aguas escondidas, por lo imposible de su visualidad social, pero igual da la pelea para su carnalidad.

Es un texto en general sensitivo, de maneras suaves, con un estatismo de elementos que constantemente se suceden y solo varían en el anhelo, según las oportunidades. Que gira siempre entre lirios, colores, Cuba, el vino y un erotismo consumado. Él se afana en las sombras con ella, entre estos pocos recursos mencionados. Enrique logra un equilibrio simple de cubanía romántica de época, hablando de cosas reales, de las cosas que le cercan, y le provocan en sus versos, y en sus escondrijos. Estas realidades las expresa, y aunque realidad al fin, pueden ser interpretadas de disímiles maneras, para nada unisignificativas.

Inmerso entonces entre los poemas, y sus propósitos, van apareciendo en su franqueo, constantes, estos pilares.

Poema 3:

Nuestra embriaguez es como la embriaguez / que hace al lirio / dormir toda la noche sobre el agua del río

Poema 7:

Qué de lirios y qué de estrellas en el estanque. (…) / …¡Qué de estrellas y qué de lirios en el agua! / ¿Es que los lirios se volvieron estrellas blancas?

Poema 15:

Llena de la primavera del mundo y del cielo. / Llena de lirios. / Cierto que hemos llorado toda / la noche pero en nuestro / corazón, hay rocío, / hay lirios / y sobre todo, hay vino…

Poema 16:

Entre los lirios, no podría / decir cuál es el cuerpo de mi amada. / Cuando baja a bañarse sola / por la mañana / y hace un aire claro / y está llena de lirios el agua, / Nadie puede decir / cuál es el cuerpo de mi amada. / Su cabello parece blanquear vagamente, / son más blancas sus manos blancas, / como lirios manchados de vino, ¡son más blancas! / y hasta su roja boca luce blanca. / Son blancos sus ojos / como sus pestañas, / los pies suaves como leche se derriten / poco a poco en el agua, / desaparecen sus hombros y luego sus senos, / los brazos se alargan, se ablandan, / extrañamente, como / si fueran dos cintas de plata / y su piel parece entonces hecha de agua de lirios / de un brillo de aguas…

 La utilización del lirio hace velar en los textos lo fortunio de lo exótico, lo único. Es símbolo de flor de mundo, y testigo de esos momentos singulares. La idea de transición que abarca su naturaleza habla del espacio que lo amatorio sugiere en la vida y obra del autor. El sentido oculto amoroso, que denota explícito, y que se permite superar durante los textos, aun por lo vetado de la relación, transgrede lo social y familiar de época. No obstante a lo disimulado, su entrega y mención, desde la antigüedad[41] se le atribuye, a desearle una vida esperanzadora a quien lo tiene a su alrededor. Así mismo es señal de amor incondicional[42] y de pureza en todo sentido, priorizando la lealtad. Lo que descubre al autor en su apogeo amoroso.

Poema 2:

La hoja amarilla sueña al caer… / Amada mía

(…)

La hoja amarilla llora al caer… / Es posible

Poema 7:

unas hojas amarillas se llevan el aire, / muy aprisa.

Poema 8:

El beso de mi amada es amarillo / como una flor de loto. Es amarillo / como sus labios llenos de rocío, / como su corazón lleno de lirios.

(…)

Mi amada es amarilla como un vino / amarillo, que nunca fue bebido…

Poema 14:

Cuando la beso se pone amarilla / y verde cuando la acaricio. / Yo no sé que embriaguez será esta / de mi amor que parece de vino.

El color amarillo aporta la ventura interna y la fertilidad en la carne. Su brillantez hace acudir al lujo que supone el encuentro, a la fiesta de cada día. Expresa la vivez de la mente en la expresión de un pensamiento alentado por el estar.

Poema 3:

… y nuestro vino es como el azul derretido / que se apaga en el fondo azul de cada zafiro,

Poema 6:

Todo lo pone azul mi corazón. Anoche / en el jardín lucías tan azul,

(…)

Toda tú: que eras como un azul entrañable / diluido en otro azul que no eras tú.

Poema 12:

Extendidos los brazos va derecho hacia el mar…/ Con la mirada suspendida busca un / secreto, no sabe dónde: y en sus ojos / el secreto del mar parece más azul.

(…)

sus dedos -exquisitos- limadores de azul.

Lo azul tranquiliza lo finito de la relación, no será. Sus encuentros son inmortales, sagrados, divinos. Van al fondo: al corazón, a lo entrañable, a lo secreto. En su Cuba, en su mar, y en su cielo, Enrique coloca el azul como faraónico presente, eterno.

Poema 16:

Entre los lirios, no podría / decir cuál es el cuerpo de mi amada. / Cuando baja a bañarse sola / por la mañana / y hace un aire claro / y está llena de lirios el agua, / Nadie puede decir / cuál es el cuerpo de mi amada. / Su cabello parece blanquear vagamente, / son más blancas sus manos blancas, / como lirios manchados de vino, ¡son más blancas! / y hasta su roja boca luce blanca. / Son blancos sus ojos / como sus pestañas, / los pies suaves como leche se derriten / poco a poco en el agua, / desaparecen sus hombros y luego sus senos, / los brazos se alargan, se ablandan, / extrañamente, como / si fueran dos cintas de plata / y su piel parece entonces hecha de agua de lirios / de un brillo de aguas…

Poema 18:

Yo sólo necesito beber como si fuera / un vino negro tu negra mirada.

Poema 20:

La que yo amo es negra como un vino / y yo estoy ebrio, cuando / diluida en la luz de la / noche encantada / ella viene despacio. / Nadie la visto nunca y apenas yo podría / insinuar como es la que yo amo:

(…)

De todos modos ella sola llena / mi corazón, es lo bastante en sueños, a mi lado / cuando en la noche clara / con la música oscura de mi flauta / de ébano, la llamo. / Me basta con saber que es negra de una / negrura intensa / como de nube de verano / como de agua remansada que se duerme / como de vino -intensamente negro- de amor, / ¡para mis labios!

Poema 21:

Mujer negra y profunda ¡Vino celeste / de no sé qué cielo! / Negro vino, profundamente negro, / donde he bebido…

Utiliza el blanco como escondrijo de su amor y lo presenta en el poema con una anhelante mujer blanca; y remata en el 20 y el 21 cubanizando la consumación con otra mujer, una negra que asocia a la delación del misterio, a la elegancia y la sensualidad de estar escondido en ella, donde nadie sospecha. Mujeres blancas y negras son Cuba. En el brillo de su poesía se inculpa entre estas supuestas dos mujeres, y recién al llegar al final cae la duda de por quiénes se escribieron los versos. El color arrasa el velo, fue blanca una, que encanto; sin embargo la negra fue suprema: en ella bebió, se emborrachó en un disfrute bien pausado, activo, y por nadie fue visto. Enrique se envalentona en su penúltimo y último texto confesando su banquete oculto, de mucho amor y tanto vino. Deja a Cuba un poemario antiautor, para lo que se esperaría de él, según alimentó.

Poema 1:

Amor: -¿Cuál música está ahora temblando entre / los ramajes de los pinares?

Poema 2:

¿Tú sientes la tristeza o la dicha que trae / para nosotros en el ardor de este verano?

(…)

en esta tarde de verano malva y roja

Poema 20:

Pero parece que cuando ella viene, / el palmar hondo sueña / y cada hoja es una melodía en el bosque / de mangos… / Tal vez ella no vivió nunca en este valle / donde la busco

(…)

las ramas negras del palmar se inclinan / en la noche clara

(…)

y cada hoja es una melodía remota / en el bosque de mangos. / En sueños, ¡en mis sueños! / La luna redonda ilumina las cañas bravas en / enero de un modo extraño / ¡luna de enero entre las cañas bravas!

Indudablemente va transitando el texto por la isla y sus pretextos: pinares, verano, palmares, mangos, valles, cañas bravas. En ese año de escritura, los motivos cubanos, van echando relieve a las estaciones, desde enero hasta la estival. Por la mano de Enrique se ensalzan logrando ilar la naturaleza caldeada de los versos con las dulces melodías de la flora nombrada, y la cual acomoda, para lograr el efecto de escondrijo cómplice, usando para ello la inmensidad que Cuba, en su barrio presumo, le pone delante.

Poema 1:

Cuando tú te acerques, todo esto caerá de / rodillas, amor mío…

Poema 3:

Amada mía, este amor nuestro sabe a vino… / Pero ¿Es un solo vino o, son todos los vinos / o ningún vino de la tierra? …Un imprevisto / saber -¿a qué?- saber a dolor infinito / ¿El dolor a qué sabe? …Ah sí. ¡sabe a lirios! / Nuestra embriaguez es como la embriaguez / que hace al lirio / dormir toda la noche sobre el agua del río / y nuestro vino es como el azul derretido / que se apaga en el fondo azul de cada zafiro, / que se enciende en las estrellas de media noche / cuando en el jardín palidecen todas las flores.

Poema 5:

No sé por qué, hoy te llevo / en mis labios… más adentro, / en mi pecho / … más adentro, / en mi corazón. / Hoy te siento / correr por mi sangre de fuego. / Hoy te siento cantar en mi silencio… / … más adentro, / hoy: Te llevo / en todo lo que tengo y, aún no tengo, / en todo lo que deseo, / en todo lo que pienso, / en todo lo que sueño, / en todo lo que busco, ¡aún más adentro!

Poema 10:

… ¿Su corazón, todo lo ama / o su corazón no ama nada? / Sobre su boca una granada / partida… y sobre la granada de su boca / una abeja loca. / ¿Su boca? …Los racimos de uvas, las moras / …¿Su boca ríe ante todas las cosas / o su boca llora? / Sobre su cuerpo una bandada de palomas / en invierno, en estío: las mariposas. / ¿Su cuerpo? ¿Por qué canta la alondra / a la llegada de la aurora? / ¿Por qué los lotos han dormido toda / la noche y ahora tienen el frescor de la onda / y la palidez de la aurora? / ¿Su cuerpo? / ¡Qué de aromas! / ¿Su cuerpo? / ¡Qué de sombras!

Poema 11:

Por más que mi amada es / como la fruta y yo soy / como la dulzura de / la fruta, nunca / sintió / mi corazón, desde ayer / al lado suyo hasta hoy / tanta sed / de dulzura, ni gozó / un placer / tan parecido al dolor: / Yo se bien / que le hablé ¡mucho!del sol, / de la lna y de lo que / seguramente ella no / me podía responder; / yo sé bien que todos los / minutos, al lado de / mi amada, para mí son / o al menos, debían ser / los más dulces… Pero lo / que no comprendo tal vez / en este dolor, / es por qué, / sal tengo en el corazón / y no miel…

Poema 13:

Dos copas de vino mi amada me ofrece / cuando con sus ojos me mira / y otra copa de vino parece / su boca que ríe y suspira. / Pero yo prefiero / del vino que guarda escondido mi amada / en la más secreta luz de su mirada / Del vino ligero / que sabe a caricia y a herida, / que sabe a su vida y mi vida / juntas… y no sabe nada: / Del vino ligero / por el que ella vive y yo muero…

Poema 16:

Entre los lirios, no podría / decir cuál es el cuerpo de mi amada. / Cuando baja a bañarse sola / por la mañana / y hace un aire claro / y está llena de lirios el agua, / Nadie puede decir / cuál es el cuerpo de mi amada. / Su cabello parece blanquear vagamente, / son más blancas sus manos blancas, / como lirios manchados de vino, ¡son más blancas! / y hasta su roja boca luce blanca. / Son blancos sus ojos / como sus pestañas, / los pies suaves como leche se derriten / poco a poco en el agua, / desaparecen sus hombros y luego sus senos, / los brazos se alargan, se ablandan, / extrañamente, como / si fueran dos cintas de plata / y su piel parece entonces hecha de agua de lirios / de un brillo de aguas…

Poema 18:

Es muy tarde… Tal vez es demasiado / tarde para vivir. Apaga ya tu lámpara. / Yo sólo necesito beber como si fuera / un vino negro tu negra mirada.

Poema 19:

Tú también tienes mucho miedo; en tus ojos ebrios / he visto pasar un / reflejo -pena sospechable- de otra vida / y de otra insospechable juventud.

Poema 20:

La que yo amo es negra como un vino / y yo estoy ebrio, cuando / diluida en la luz de la noche encantada / ella viene despacio. / Nadie la visto nunca y apenas yo podría / insinuar como es la que yo amo:

(…)

De todos modos ella sola llena / mi corazón, es lo bastante en sueños, a mi lado / cuando en la noche clara / con la música oscura de mi flauta / de ébano, la llamo. / Me basta con saber que es negra de una / negrura intensa / como de nube de verano / como de agua remansada que se duerme / como de vino -intensamente negro- de amor, / ¡para mis labios!

Poema 21:

Mujer negra y profunda ¡Vino celeste / de no sé qué cielo! / Negro vino, profundamente negro, / donde he bebido…

Y descorriendo el prejuicio que le afama, le da ánimo ampliamente a: la carne y el vino, o el erotismo y el licor, o el sexo y la bebida. Revelado se deja leer.

La poesía debe ser siempre motivo de estudio en la forma. Ir a su núcleo no se estila, es irreverencia ante el autor y el lector. Obsérvese desde su función estética para mantener el respeto por su carácter autónomo, y particular. Infringir ello puede sepultar a los análisis que lo intenten. De la frontera hacia acá, véase la forma de la obra y el código, y no intente traspasarla. Vaya, y en cierta medida, al contexto artístico que desarrolla el poeta, no al histórico ya que el verso admite multiplicidad de criterios.

Sin embargo, en un autor como Enrique Loynaz Muñoz, al cual la poesía le fue híper intimista, de él para él, se debe desentrañar desde su contenido, desde para lo que la escribió, fue productivo, y no tuvo linealidad.

“Adentrarse en la poesía de Enrique Loynaz es traspasar las fronteras de la realidad y el sueño con todos los riesgos que ello conlleva…”.

Dulce María Loynaz

Bibilografía

Virgilio López Lemus, Cartas, pasión y poesía de Enrique Loynaz (Las cartas de Enrique Loynaz Muñoz a José María Chacón y Calvo).

Ángel Augier, Enrique Loynaz: extraña y extrañeza de una poesía sonámbula. En línea PDF.

Entrevista a Dulce María Loynaz (La Gaceta de Cuba, Cuba, noviembre-diciembre, 1992, pp. 18-21) y transmitida en Gente de Palabra, programa de radio de Radio Ciudad de la Habana, por Edmundo García / http://latardesemueve.com/archives/854

Alejandro González Acosta, La Dama de América. Madrid, Editorial Betania, 2016.

Alejandro González Acosta, Cuatro casas de Dulce María Loynaz. Ciudad de México, 17 de Abril de 2016. Recuperado de http://www.diariodecuba.com/cultura/1460877516_21726.html

Hermanos Loynaz, Alas en la sombra. Cuba, Excma. Diputación Provincial de Valladolid y Fundación Jorge Guillén, 1995.

La poesía de Eliseo Diego, entrevista por Emilio Bejel, University of Florida, Gainesville. Recuperado de http://digitalcommons.providence.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1222&context=inti

Giorgio Serra Maiorana, Lo religioso en la poesía de Fina García Marruz. Universidad de Alicante. Recuperado de https://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero36/finagma.html

Ángel Gaztelu, Poesía completa. Verbum Editorial, 2016.

Ivette Fuentes, José Lezama Lima. Hacia una mística poética. Verbum Editorial, 2010.

David Ricardo Ramírez, La nación religiosa: Cuba según la poética teológica de José Lezama Lima.. Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano, Recuperado de https://revistaperifrasis.uniandes.edu.co/index.php?option=com_content&view=article&id=93:la-nacion-religiosa-cuba-segun-la-poetica-teleologica-de-jose-lezama-lima-david-ricardo-ramirez&catid=38:indice

Enrique Loynaz, Los poemas del amor y el vino. Ediciones Loynaz, Pinar del Río, Cuba, 2004.

NOTAS

[1] Abarcando dos etapas de sus producciones.

[2] (1902-1997) escritora cubana. Una de las principales figuras de la poesía y las letras universales. Premio Cervantes 1992. Durante su existencia, su segundo esposo Pablo Álvarez de Cañas y varios amigos privilegiados de entrar a su círculo más íntimo, y posterior a su enclaustramiento y fallecimiento, demás admiradores de su vida y obra, fueron los responsables de dar a conocer su grandiosa literatura ya que lo social, la revolución cubana a partir de 1959 y de la cual se aleja cerrando las puertas de su vida y morada donde no quería que entrara lo común del radicalismo que procesaba esa ideología, y el paso de los años, ya que decía que la poesía era cosa de la juventud, le fueron adverso en su creación y sus publicaciones.

[3] (1906-1977) poeta cubano. El menor de los hermanos hombres. En un arranque de locura quemó todos sus escritos.

[4] (1908-1985) poetisa cubana. Nunca tomó en serio su poesía y la importancia de sí misma en la lírica. Sus textos fueron rescatados por Dulce María en un gran afán por darles vida.

[5] Caracterizando a grandes rasgos: Dulce María, poeta intimista; Enrique, místico; Carlos Manuel, con una lírica cargada ligeramente a la filosofía; y Flor, con versos salidos de la sorpresa y emoción inmediata por las cosas más comunes que le rodeaban.

[6] González Acosta Alejandro, La Dama de América. Madrid, Editorial Betania, 2016.

[7] (1893-1969) José María Chacón y Calvo. Estudioso cubano. Doctor en Derecho y en Filosofía y Letras. Es autor, entre otros títulos, de Los orígenes de la civilización, 1929; Estudios heredianos, 1939; Diario de la muerte de mi madre, 1953; y Los días cubanos de Menéndez Pidal, 1961.

[8] Intelectual y escritor cubano. Doctor en Derecho Civil y Público. Revolucionario de la época de 1920 a 1930. Tuvo una breve pero importante vida como poeta, destacan los poemas La Pupila Insomne, El gigante, Insuficiencia de la escala y el iris y El anhelo inútil, entre otros.

[9] Poeta, ensayista, periodista, crítico literario y político cubano, una de las figuras intelectuales más relevantes de la cultura de su país. Doctor en Derecho Civil y Público.

[10] Poetisa, periodista, bibliotecaria y activista cubana. Formó parte de la vanguardia de las décadas de 1920 y 1930.

[11] Poeta y periodista cubano, considerado una de las figuras más importantes de la poesía contemporánea. Premio Nacional de Literatura en 1984.

[12] Cartas, pasión y poesía de Enrique Loynaz (Las cartas de Enrique Loynaz Muñoz a José María Chacón y Calvo) de Virgilio López Lemus.

[13] Abogando por la subjetividad del género.

[14] A finales del siglo XIX Cuba dejó de ser una posesión española, y se convirtió política y económicamente en la primera neocolonia de los Estados Unidos de Norteamérica, al inaugurarse la «democracia» en 1902. Los escritores y poetas cubanos de principios esta centuria, ante la atmósfera de júbilo por el fin del largo colonialismo español y más de treinta años de guerra, se plantaron contrarios, y les afloró la desconfianza, por la presencia militar norteamericana. Comienza entonces en el país una secuencia de gobiernos históricos: 1902 – 1906 Tomás Estrada Palma; 1906 – 1909 Intervención de los Estados Unidos; 1909 – 1913 José Miguel Gómez; 1913 – 1921 García Menocal; 1921 – 1925 Alfredo Zayas; 1925 – 1933 Gerardo Machado Morales; 1933 Alberto Herrera; 1933 C. M. Céspedes; 1933 Pentarquía; 1933 -1934 Ramón Grau de San Martín, el cual no pudo concluir su mandato por ser derrocado por EE.UU; 1934 Carlos Hevia; 1934 Manuel Márquez Sterling; 1934 – 1935 Carlos Mendieta; 1935 – 1936 José Barnet; 1936 Miguel Gómez; 1936 -1940 Federico Laredo Brú; 1940 – 1944 Fulgencio Batista; 1944 – 1948 Ramón Grau de San Martín; 1948 – 1952 Prío Socarrás; 1952 – 1954 Batista vuelve a tomar el poder por la fuerza; 1954 – 1958 es reelegido Batista; y el 1 de enero de 1959, hasta la actualidad, Fidel Castro llega con la revolución triunfante a La Habana.

[15] (1881-1958) poeta español. Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1956.

[16] Entrevista a Dulce María Loynaz, La Gaceta de Cuba, Cuba, noviembre-diciembre, 1992, pp. 18-21 y transmitida en Gente de Palabra, programa de radio de Radio Ciudad de la Habana, por Edmundo García.

[17] (1563-1620) escritor castellano autor del primer texto literario en Cuba El Espejo de Paciencia.

[18] (1814-1873) escritora y poetisa cubana considerada una de las mayores exponentes del romanticismo en Hispanoamérica.

[19] (1853-1895) político, pensador, escritor, periodista, filósofo y poeta cubano. Organizador de la guerra de independencia de 1895. Héroe Nacional de Cuba.

[20] Enrique Loynaz formó parte de la Guerra del 95 junto con los tres sostenedores históricos, y célebres, de la independencia de Cuba: Máximo Gómez, José Martí, y Antonio Maceo. Fue el creador del Himno Invasor, conocido como el segundo himno cubano.

[21] Cuba venía de un siglo XIX robustecida en el ámbito lírico con la presencia en su cultura de Julián del Casal, como máxima figura del modernismo; Gabriel de la Concepción Valdés, conocido también con el seudónimo de Plácido, enriquecedor de la poesía afrocubana; Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, el Cucalambé, poeta popular; Juan Clemente Zenea, romántico; Gertrudis Gómez de Avellaneda, Tula, la mayor exponente del modernismo hispanoamericano; José Jacinto Milanés, poeta de una ternura melancólica; Juana Borrero, poeta y pintora modernista; Luisa Pérez de Zambrana, poetisa con una obra marcada por la Elegía; José María Heredia, primer poeta romántico; y José Martí, considerado precursor también de lo moderno. En algunos la línea romántica se hacía bien presente, y en otros, las ideas sociales y políticas, en total compromiso con su país primaban.

[22] En la República, a partir de 1902, incipientes autores seguirían potenciando, el compromiso y la calidad. Escritores como Regino Boti, poeta con una obra de marcado tema social; José Manuel Poveda, su poema El grito abuelo es considerado antecedente del Negrismo en Cuba; Rubén Martínez Villena, crítico de su realidad social; José Zacarías Tallet, impulsor de la poesía contemporánea cubana; Regino Pedroso, iniciador de la poesía social; Eugenio Florit, sólido literato cubano, en los años 90 fue varias veces propuesto para el Premio Cervantes; Mariano Brull, iniciador del vanguardismo; Emilio Ballagas, vanguardista, cultivador del neo romanticismo y la poesía negra; Agustín Acosta, célebre escritor perteneciente al posmodernismo; y José Zacarías Tallet, trascendente en la poesía contemporánea cubana. Luego llegaría las vanguardias, las cuales parten en dos líneas diferentes: la realista, de temática negra, social y política, donde su representante Nicolás Guillén toma cabeza; y la introspectiva e intimista, que tuvo en su hermana Dulce María Loynaz tremenda fuerza líricas. A partir de 1940, llega la segunda oleada de la vanguardia cubana, con un grupo de escritores alrededor de la Revista Orígenes, revista cubana y universal, y cuyo líder José Lezama Lima, figura cumbre de las letras cubanas y universales, reúne a: Ángel Gaztelu, con una obra definida por Cintio Vitier como “fina captación de lo cubano”; Gastón Baquero, heredero del modernismo; Virgilio Piñera, considerado uno de los autores más auténticos de Cuba; Lorenzo García Vega, con una obra considerada “singular” dentro de esta literatura por romper constantemente con conceptos y formas; Octavio Smith, poeta moderno cubano; Cintio Vitier, erudito poeta cubano; Fina García Marruz, exquisita poetisa, sus textos poseen la dualidad del espíritu y la materia; y Eliseo Diego, uno de los más grandes poetas de habla hispana.

[23] Municipio de Centro Habana, en Cuba.

[24] (1898-1936) Federico García Lorca, poeta, dramaturgo y prosista español. Mayor referente de la literatura española del siglo XX. Estuvo asiduamente con los Loynaz, en la casa de Línea y 14, durante su visita a La Habana en 1930, sobre todo con Flor que fue su acompañante y a quien le regaló el manuscrito de “Yerma”.

[25] Enrique se graduó de Doctor en Derecho en la Universidad de La Habana en 1928, y a ratos ejercía su profesión.

[26] (1887-1956) Zenobia Camprubí Aymar escritora y lingüista española. Esposa de Juan Ramón Jiménez.

[27] (1889-1957) Gabriela Mistral, seudónimo de Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga. Poetisa, diplomática y pedagoga chilena. Premio Nobel de Literatura en 1945, y Premio Nacional de Literatura de Chile en 1951.

[28] González Acosta Alejandro, La Dama de América. Madrid, Editorial Betania, 2016.

[29] Detalle de salud extraído de la correspondencia dirigida a José María Chacón y Calvo, este la clasificó: “Carta autobiográfica de Enrique Loynaz 1924”. Está en la Biblioteca del Instituto de Literatura y Lingüística en Cuba, consultar.

[30] A los quince años Enrique escribe su primer poema Los rieles en donde ya va dando a conocer esa realidad particular y subjetiva. Regresado de unas vacaciones en Canadá, y percibiendo que ya a Dulce María le emanaba su obra, a través del poeta y periodista dominicano Osvaldo Bazil, que fue quien dio conocer a su hermana, publica en el diario de La Habana La Nación, el día 21 de marzo de 1920, con una breve nota bajo el título Los portaliras del porvenir. 

Enrique Loynaz y Muñoz, el poema Sobre el mar. La sintonía de ambos jóvenes con la lírica, y ser hijos del General Enrique Loynaz del Castillo llamaron la atención. Así iría fraguándose el grupo el cual después se conocería como Los nuevos. A Enrique sin embargo le caracterizaba su ostracismo y no se mostraba en las reuniones literarias de la época, como las del Café Teatro Martí. En abril de 1923, la revista El Fígaro, en su tirada de la página 183, le publica Estaba solo en medio de la honda noche, texto que ahí aparecería sin título, solo con una foto del autor a cuerpo entero y que sería incluido posteriormente en la recopilación hecha por el crítico José Antonio Fernández de Castro y Félix Lizaso, La poesía moderna en Cuba y como título ese primer verso; las otros poemas serían Los rieles, Quiero ser algo inmaterial, Soñé con una noche blanca, A lo lejos, El jardín bajo la lluvia, Pasó la procesión de amigos, Aquel mar negro, Ella iba caminando, Con el pecho cargado de flores, La estrella, Era la noche melodiosa y ¿Quién eres tú que pasas por el río? En la publicación Social y su sección Escritores Jóvenes de mayo del anterior citado 1923 le incluye tres textos Los rieles de 1920, En medio del estanque de 1921 y Quiero ser algo inmaterial de 1922. En 1925 en el diario La verdad, de Murcia, aparecen algunos de sus poemas y es leído por aquellos lares, le comenta Rafael Alberti a Chacón y Calvo en una carta fechada el 21 de enero de ese año, ya que se presentan poemas también del español. Luego aparecen seis textos, numerados de forma I al VI, por las maneras de no colocarles títulos, en la compilación La poesía lírica en Cuba de 1927. 

Y un año más tarde se incluyen en la voluminosa Evolución de la cultura cubana (1608-1927) de José Manuel Carbonell y Rivero, y aparecen en el mismo orden los seis textos, del I al VI. Juan Ramón Jiménez, en su paso por Cuba cuando vive su exilio, lo incorpora a La poesía cubana de 1936 con cuatro de sus textos.

 Varios años después, con motivo del cincuentenario de la República, Cintio Vitier, inserta en Cincuenta años de poesía cubana (1902-1952)ocho poemas del autor, los ya antes conocidos A lo lejos, Pasó la procesión de amigos, Con el pecho cargado de flores, ¿Quién eres tú que pasas por el río?, El pescador, Entre los lirios, He venido a buscar y No vayas a decirle…; en su análisis el estudioso cubano indica de Enrique Loynaz: “Ha escrito un libro de ensayos sobre Guillermo Meister y algunos capítulos de historia de la literatura castellana, todo ello inédito. Tampoco ha publicado ningún libro de versos, aunque los tiene agrupados bajo los siguientes títulos: Los poemas del amor y del vino, Faros lejanos, Un libro místico, Canciones virginales, Canto a las sombras, Miscelánea y Después de la vida, este último de 1937”. En 1967, en la revista Isla de la Universidad Central de Las Villas, la cual dirige Samuel Feijóo, en su número de octubre-diciembre, incluye el poema Entre los lirios; y Feijóo ese mismo año publica otra muestra de sus textos en la antología Panorama de la poesía cubana moderna. 

También el poeta uruguayo Mario Benedetti incluye a Enrique en la selección Poesías de amor hispanoamericanas, la cual se edita en La Habana y Montevideo en 1969. En 1984 Alejandro González Acosta, en la revista Letras Cubanas, publica Los Loynaz: textos inéditos. Ese mismo año, el 4 de abril, el Museo Provincial de Historia de Pinar del Río, en Cuba, le ofrece un homenaje y asisten sus hermanas Dulce María y Flor. En fecha posterior –1987- el Gran Teatro de La Habana en un homenaje que se le rindió al poeta, edita el folleto Homenaje a Enrique Loynaz, obra que fue compilada por el estudioso y crítico cubano Pedro Simón; dicho impreso incluye la serie de Los poemas del amor y del vino, seis de los veinte poemas que la forman, y además los títulos Él vendrá por la noche del ciclo Un libro místico, Pasos en la noche y Cuando un aire inefable de Faros lejanos, Memento y Salmo de Versos dispersos…, Mi métrica y Biografía de Versos de narración…, y un anexo de Documentos que inserta una de las cartas escritas por Chacón y Calvo al poeta, varias opiniones sobre su obra y una Cronología mínima. 

La revista Unión, en su número de enero-marzo de 1988, da a conocer a través de su hermana Dulce María cuatro de sus poemas. El 14 de junio de 1991 el diario ABC de Madrid incluye otros textos del autor. En 1992, la Excma. Diputación Provincial de Valladolid y la Fundación Jorge Guillén, bajo el ojo editorial del crítico Antonio Piedra y la labor de compilación de Yamilé Manzor Llano, editan el título Alas en la sombra, con introducción de la propia hermana Dulce María, el cual abarca algo de la obra poética de los hermanos Loynaz (Enrique, Carlos Manuel, Flor y Dulce María, en ese orden) y la conforman de Enrique, textos de los cuales solo uno no era inédito La oración del crepúsculo antes titulado con su primer verso Quiero ser algo inmaterial. 

Sigue en 1993, una edición artesanal, que da a conocer el Centro de Promoción y Desarrollo de la Literatura “Hermanos Loynaz” de Pinar del Río en Cuba, con el título El misterio de las rocas calladas, el cual reúne 22 poemas. Al otro año la revista Letras cubanas, en su número 17, divulga algunas de las cartas enviadas por el poeta a José María Chacón y Calvo, y se comentan especificidades de sus creaciones. 

En 1996 en suplemento Pasos del diario Guerrillero de Pinar del Río saca el artículo Poesía en el tiempo de la investigadora Mariela Sieres Pita, junto con 4 de sus poemas. Ya en 1998 ve la luz Génesis de una poesía trabajo de investigación de Mariela Sieres Pita, Rafael Bernal Castellanos y Everarda Vega, en Cuba.

 Comenzando este siglo en el 2003 el Frente de Afirmación Hispanista, A.C., México da a conocer la Antología de la poesía cósmica y lírica de Enrique Loynaz, con selección del poeta cubano Roberto Carlos Hernández Ferro. En el 2004 Ediciones Hermanos Loynaz, en Cuba, publica Poemas de amor y vino. Y en el 2007 Ángel Augier, poeta, ensayista, crítico literario y periodista cubano, Premio Nacional de Literatura, realiza una compilación en la isla. Además, es importante señalar que José María Chacón y Calvo, con quien tuvo una excelente amistad, fue presentador y partícipe de la única lectura que hizo el poeta en La Habana de 1943, en el Ateneo.

[31] Introducción de Dulce María Loynaz al libro Alas en la sombra de los Hermanos Loynaz, publicado por la Excma. Diputación Provincial de Valladolid y Fundación Jorge Guillén, en 1992.

[32] Personaje protagonista de la novela lírica de su hermana Dulce María Loynaz.

[33] (1925- ) sacerdote, teólogo, poeta, traductor, escultor y político nicaragüense. Su poesía mística y religiosa se configura a partir de las circunstancias histórico-sociales, con una muy propia identidad personal. Léase su Canto Cósmico.

[34] (1917-1980) arzobispo salvadoreño. Hablaba en poesía, dijo, que no quería gozar, ni descansar mientras hubiera un pueblo salvadoreño a quien liberar. Su palabra la encausó hacia la liberación y la justicia de los pobres. Léase Sé que mi hora se acerca.

[35] (1909-1999) arzobispo brasileño, defensor de los derechos humanos y teólogo de la liberación. Léase Hijo de rey.

[36] (1920-1994) poeta, escritor y ensayista cubano. Premio Nacional de Literatura en 1986 y Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo en 1993. La poesía de Eliseo Diego, entrevista por Emilio Bejel, University of Florida, Gainesville: “Sabes que soy religioso. En todo el transcurso de mi vida, y aun en todo lo que escribo, hay un sentido religioso, aunque a veces no sea totalmente obvio en el sentido superficial.”. Léase Voy a nombrar la cosas.

[37] (1923- ) poetisa e investigadora literaria cubana. Lo místico-religioso presente en mucho de los textos de la obra de García Marruz, se evidencia de disímiles maneras: en los misterios de la fe cristiana; en lo enigmático; en los paisajes por ser creación de Dios; y en el intentar acercar al hombre a la esencia de su creador, en converger la mística con el raciocinio que le permite darse cuenta al lector de que los aspectos materiales del mundo, y de las cosas, coexisten en lo concreto y en lo inmaterial. Léase Las miradas perdidas.

[38] (1914- 2003) sacerdote y poeta cubano. Su poesía presenta un aura modernista; una estética ligada a los poetas de su época, los del grupo Orígenes del cual formó parte; la visión de la tradición de los místicos San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús; y una fuerte mirada católica de conservar las maneras y tradiciones. Léase Oración y meditación de la noche.

[39] (1910- 1976) poeta, novelista, cuentista y ensayista cubano. En Lezama Lima hay presente una mística-poética ante la creación. Ve la poesía como existencia. La literatura en analogía con lo divino. Ve extensión entre la entidad y el poeta. Su obra, hace gala de erudición enciclopédica y subjetividad. Posee la luz de los poetas místicos, en correspondencia con la lírica como género divino y la intelectualidad del decir. Fue su camino a seguir, y dentro del cual creó grandes originalidades para la literatura cubana, las cuales se conocen y estudian por todo el mundo. Léase, toda su obra.

[40] (1912-1979) poeta, cuentista, novelista y dramaturgo cubano. Su relación con lo divino, y lo místico, que existe sin dudas, lo lleva a los contrastes, a lo claro-oscuro. Las tradiciones religiosas le son extrañas, no ve en Dios un ente para exaltar ni idealizar, lo cuestiona, pero le tiene fe. Léase Un teológico atracón.

[41] Los romanos y los griegos obsequiaban coronas de lirios para desear una espléndida vida.

[42] En la etapa victoriana los amantes lo entregaban en señal de amor.

Por Luis García de la Torre

Salir de la versión móvil