Unos ojos compasivos, un torso ligeramente inclinado hacia el frente, una barba tupida y una sonrisa espontánea y franca: eso era Camilo. No le hizo falta esforzarse mucho para meterse en los bolsillos, siempre plagados de papeles, a un pueblo entero que lo veneró y amó como a un semidiós.
Su temperamento jovial le hacía ganarse amigos en cada sitio. Nadie que llegara a conocer a Camilo podía olvidarlo luego.
Cuentan que de niño le encantaba nadar y jugar a la pelota. Soñaba con hacerse escultor y llegó incluso a matricular en la Academia de San Alejandro, pero por problemas económicos debió abandonar sus estudios de arte.
Siempre fue poseedor de un alto sentido de la justicia. A medida que crecía, empezó a preocuparse por la situación penosa de su país y se prometió a sí mismo luchar con todas sus fuerzas por revertirla; es así como en 1954 se vinculó a la lucha contra la dictadura de Batista y fue fichado por los órganos represivos, por lo que tuvo que abandonar el país.
En 1956 se enroló como uno de los expedicionarios del Yate Granma y resolvió volcarse a la lucha guerrillera en las montañas de Oriente. Su valentía desmedida y voluntad para crecerse en medio de las carencias y la incertidumbre de la Sierra Maestra, le granjearon la admiración y el respeto de todos sus compañeros de armas.
El 16 de abril de 1958 lo nombraron Comandante, y jefe de la Columna 2 Antonio Maceo para operar en las ciudades de Bayamo, Manzanillo y Victoria de Las Tunas.
El Héroe del Sombrero Alón recibió en agosto de 1958 la arriesgada misión de llevar la guerra al occidente del país, como lo hicieran en su tiempo Gómez y Maceo. En esta nueva aventura lo acompañaría su entrañable amigo Ernesto (Che) Guevara de la Serna, quien lideraba la columna 8, Ciro Redondo.
En el acto realizado en el Ministerio de la Construcción el 28 de octubre de 1964, a cinco años de la desaparición física del “Señor de la Vanguardia”, el Che evocaría el profundo humanismo de su compañero:
“Me cabe el orgullo de haberlo descubierto, como guerrillero…. En aquellos momentos era necesaria la presencia de los hombres que no tuvieran la más mínima ambición personal, la más mínima desconfianza, que fueran hombres enteramente puros y dedicados a la tarea revolucionaria exclusivamente, para poder realizar lo que casi podría llamarse el milagro de la unidad. Y a esa clase de hombres pertenecía Camilo. ¡Y los hay pocos!”.