Por estos días la historia nos viste de tragedias, de luto, de terror, de desastre. A casi dos semanas de arrasarnos un huracán, literalmente, muchos creemos que se nos perdió la vida, que se nos acabó el mundo. La furia de la naturaleza en ocasiones nos sorprende violenta, sin escrúpulos, así pudiera pensar que se comportó Ian con mi tierra.
Pero no fue el fin del camino, aunque los caminos parezcan ahora que no conducen a ningún lado, que nuestro transitar va sin rumbo, a cualquier parte. Mas, la naturaleza nos puede regalar minutos desbastadores, en cambio mañana habrá luz, lloverá menos, saldrá el sol nuevamente, cual señal de empezar, de renacer y la propia naturaleza esta vez devolverá las esperanzas.
Eso sucede cada vez que algún vientecito platanero nos mueve el piso, y salimos, porque existen manos buenas, voluntad de un país, solidaridad amiga, deseos de seguir, no así cuando la tragedia huele a muerte, a sangre, a dolor de madre cuando perdió a un hijo.
Por eso creo que no vale la pena sufrir y enojarnos con la madre natura por lo que nos hizo; pongamos fuerza, corazón y todo surgirá otra vez, pensemos que todavía hoy, hay familias que no se recuperan de un desastre mayor, que aún lloran por los rincones por la injusticia humana, ese embate hacia el cuerpo es peor, porque apunta donde duele, azota directo en el alma.
Ayer fue seis de octubre, han pasado 46 años y 73 familias no se recuperan, no de un ciclón, ojalá, dirían, sino de una agresión en la que lo perdieron todo, las ilusiones, la energía, el frenesí, un crimen de marca mayor destruyó hogares, sin embargo, son irreparables, no existen paredes que devuelvan lo perdido, porque el cimiento padece de un dolor que no se compara con encarne alguno de la naturaleza.
El crimen de Barbados será recordado por cada generación de cubanos como el peor acto de terrorismo contra nuestro país, en aquel vuelo 455, quedó registrado el más grande ataque de este tipo en el hemisferio occidental, allí se utilizaron dos bombas que sí destruyeron a un pueblo entero y las marcas perduran hasta estos días.
Sin precedentes recordamos este hecho que no dejó sobrevivientes, sino el luto de la gente que todavía implora, tal semejanza con el que conmemoraremos el día nueve, fecha que recae sobre la herida por arma de fuego que acabó con la vida de uno de los hombres más grandes de nuestro devenir histórico.
En aquel octubre también se estremeció el mundo cuando supo del asesinato de Ernesto Che Guevara, el hombre que ayudó a los pueblos y que se despidiera hasta la victoria siempre, el hombre que nos enseñó que al enemigo no se le podía dar ni un tantico así. Ese espíritu guevariano, a pesar de los años y las dificultades, nos acompaña siempre, porque Cuba es tierra de Patria o Muerte.