“Una aplanadora es lo que les ha pasado por encima a los viejos”, escucho decir a un señor que conversa con otro, mientras espera su turno en el cajero automático.
Les calculo poco más de 70 años, ni siquiera se conocen, pero comparten historias de vida similares. Se cuentan uno al otro de los días de movilización en las zafras azucareras, cuando muchas veces dejaban a sus esposas con hijos pequeños en casa durante varios meses.
Reviven vivencias de la guerra en Angola y de muchos otros episodios que protagonizaron para echar pa’lante a una nación, esa que aman a pesar de todo, esa que los hizo fuertes, comprometidos, intransigentes.
Sin embargo, aquella conversación se tornaba triste. De las anécdotas y los recuerdos pasaron a describir la realidad que viven hoy. Varias horas llevaban en la cola para extraer apenas 1 600 pesos de pensión.
“Hasta tuve que dejar de tomar café, porque no puedo comprar la onza a 40 pesos”, decía uno de ellos, luego de llegar a la conclusión de que después de tanto tiempo sin recibir dieta de carne y leche, ni siquiera les alcanzaba el salario para un paquete de pollo.
No hay que sacar muchas cuentas, el salario de un trabajador promedio no alivia las necesidades básicas. ¿Qué pasa entonces con el jubilado que vive solo o con otra persona que también recibe una pensión?
¿Cómo se alimentan esos adultos mayores? ¿Cómo acceden a los medicamentos que necesitan para controlar sus enfermedades crónicas? Son estas solo algunas interrogantes que cohabitan diariamente con los ancianos.
Según el anuario poblacional de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), en 2023, cerca del 23 por ciento de las personas en Cuba superaban los 60 años, una tendencia marcada por el decrecimiento de la fecundidad.
Para el 2050, la ONEI estima que los cubanos con más de seis décadas de vida sean más de tres millones, lo que representaría casi un 36 por ciento de la población total.
Y aunque el envejecimiento puede ser un indicador de mayor esperanza de vida, su impacto influye sobremanera en el equilibrio de las políticas sociales, pues requiere de mayores gastos en asistencia, en pensiones y demás atenciones.
Si bien es cierto que el Estado destina acciones de protección a estas personas, fundamentalmente a través de los sistemas de Salud y de Seguridad y Asistencia Social, además de otras instituciones involucradas, las condiciones económicas tan complejas que vive el país apuntan a que el valor de las pensiones, por solo poner un ejemplo, seguirá deteriorándose.
A ellos se suma el continuo flujo migratorio, que muchas veces trae consigo soledad y desamparo emocional, en una etapa de la vida en la que, más que remuneración económica, se necesita de compañía, apoyo, comprensión.
En el Código de las Familias, cerca del 67 por ciento de los cubanos que votaron aprobaron la normativa en la que se enfatiza, claramente, el derecho de las personas adultas mayores a vivir con dignidad, independencia y autonomía.
Pero lo cierto es que no basta con refrendar lo que se quiere en una ley o una estrategia si no se concreta en la práctica o en la realidad que viven hoy muchos abuelos. A ellos les debemos lo que somos, lo que hemos construido.
Alguien dijo que es fácil amar a los niños, pero el cariño y el cuidado hacia los ancianos son las verdaderas minas de oro de una cultura. Ellos merecen envejecer felices.